28/10/11

Dead Outbreak: Crónica (Parte 1)


Buenas buenas estimado lector.


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y apagar las luces





La Escuela Normal Dr. Juan Pujól de Corrientes iniciaba su rutina diaria.

Iba a ser un día muy tranquilo y soleado. 

Según el pronóstico, éste sería el último con tan buen clima en aquella semana.

Para María Belén, resultaba un día normal de clases, le llamó la atención que un amigo suyo, que pertenecía a otra clase, no se haya cruzado con ella durante los recreos.

Para ese día se programaba una reunión de profesores luego del tercer recreo, por lo tanto, todos los alumnos se retirarían a las 12:00 hs. Pero lamentablemente las cosas no siempre salen como las planeamos.

Para el inicio del tercer recreo hicieron a los alumnos entrar a los salones, cada curso con un profesor asignado. Los profesores informaron a los alumnos que debían mantener la calma, que iban a permanecer en el curso para ina revision médica.

Todos estaban en un gran descontento, ya que sabían que esto retrasaría su hora de salida. Belén, muy enojada con la falta de respeto hacia los alumnos por los cambios de planes, dijo al profesor asignado:
–No pueden, deberían habernos avisado por comunicado algo así, encima ya van a ser las 12 y mis tutores tienen por entendido que a esa hora salgo.

Obviamente, esto generó un gran barullo y gritos en el curso, los cuales cesaron como si le los hubiese apagado con un control remoto cuando ingresaron los médicos, con unos trajes de protección, que provocaban una sensación de escalofríos impresionante.

Los rostros de todos expresaban una pregunta obvia: “¿Por qué?”

¿Qué podría estar sucediendo que causase tanta paranoia como para que se deba ingresar así  un colegio?

El profesor presente, Simonék, empezó a tomar lista, pasa saber si todos se encontraban allí.

El ritmo cardíaco de la joven Belén aumentaba con cada nombre. Tenía plena seguridad de que un ausente no sería buena señal. Y Nuevamente se preguntó “¿Por qué?”

Uno de los alumnos no respondió a su nombre, por el simple hecho de que no se encontraba allí.

Los hombres con trajes de protección reaccionaron de forma alarmante ante la ausencia del muchacho. Sacaron una carpeta y se susurraron al oido. Parecían reconocer el nombre del muchacho ausente.

El profesor Simonek preguntó en voz alta– ¿Alguno sabe donde está?–y luego exclamó–En mi lista dice que él vino a clases hoy.

–Dijo que estaba mal del estópago–respondió una chica.

El docente parecía estar siendo presionado por los hombres de espeluznante apariencia. Los miró de reojo y dijo–Ya vuelvo– una gota de sudor descendió por el costado de su cuello–Voy a buscarlo...ha de estar en el baño–y se dirigió hacia la puerta.

La abrió velozmente y se llevó una enorme sorpresa, vio al chico acercarse al salón por sí mismo, caminando lentamente, con el rostro desvanecido, su mandíbula inferior se tambaleaba, hacía ruido con los dientes.


Cuando lo tuvo enfrente, el profesor puso las manos en los hombros del muchacho y preguntó con voz temblorosa:

– ¿te sentís bien?– no obtuvo respuesta. 

Dijo luego–Estos hombres te buscan... me parece que te metiste en un lío.

Uno de los médicos advirtió a Simonek, pegó un grito, no se pudo entender lo que dijo, debido a la máscara de seguridad, pero cuando el hombre volteó a preguntar qué ocurría, recibió una exagerada mordida en el brazo, que le arrancó la carne como si se tratase de solo un trozo de pan francés.

Los alumnos se desesperaron y empezaron a empujarse para salir. En el proceso, muchos de ellos murieron aplastados, otros golpearon sus cabezas contra las paredes o el mismo marco de la puerta por tropezones y por la desesperación. Los médicos lograron cerrarla luego de que muchos escaparon, incluida Belén, la cual logró esconderse en  el baño de mujeres más cercano a la sala de la cual a duras penas pudo escapar.

Había recibido un fuerte golpe en las costillas. Pero aliviar el dolor con quejas no era una opción, la encontrarían y la encerrarían de nuevo. Puso una mano sobre el costado adolorido y presionó los labios mientras espiaba hacia afuera.

Alcanzó a divisar a otros médicos, que atraparon a algunos de los muchachos que habían escapado como ella. Con ayuda de unos pañuelos húmedos, que supuso Bel, estaban bañados en cloroformo o alguna sustancia similar, los desmayaron y los llevaron arrastrados hasta otra sala.

Se espantó al ver como los arrastraban de los cabellos o de la misma corbata. Esto la hizo cambiar de idea, pensó en volver a entrar a la clase, de forma voluntaria. No quería que la viesen como un peligro.
Se acercó hacia la puerta que la llevaría a la galería, pudo ver por la ventanada puerta a los supuestos doctores. Sacaron  una bomba de gas y las soltaron dentro del curso. Empezaron a oírse gritos por todo el colegio, como si hubiese todos recibido una orden para realizar la misma acción en todos los cursos de forma simultánea. La visión a través del cristal se volvió borrosa. Algunas cabezas se estrellaron con éste, pero no con suficiente fuerza como para romperlo. Se empezaron a oir disparos, gritos, gruñidos furiosos.

La chica notó estar totalmente expuesta en el hall, así que corrió nuevamente al baño más cercano y se encerró en una de las cabinas del servicio para mujeres. Temblorosa. Se sentó en uno de los inodoros y abrazó sus rodillas. Pudo oir a alguien haciendo lo mismo en la cabina de al lado, pero no prestó atención, por el momento le preocupaba solo su propia vida.

Intentó utilizar su teléfono celular quizás podría llamar a sus padres, solo quizás responderían. Pero atendió una maquina operadora de la empresa telefónica. La voz era suave, parecía pretender tranquilizar al oyente, pero no hacía más que incomodarlo. En el caso de Belén, solo ocasionó que el terror ardiera junto co su sangre

–“Disculpe, pero la zona en la que usted se encuentra ha sido bloqueada para este servicio”–

Su corazón latió una vez de forma doliente. Luego otra, y otra, golpeando con fuerza el interior de su esternón. Al estar tan desconcertada y sin esperanza alguna rompió en llanto y empezó a golpear su teléfono contra el inodoro hasta romperlo. Una vez que notó que estaba golpeando nada más la tapa de la batería y su mano contra el váter, arrojó los restos al suelo.

Una persona entró de repente al baño, ella permaneció callad, supuso que su llanto avisó a alguno de los hombres de traje protector que había alguien allí, Se tapó la boca e intentó disimular su llanto.

Se fue despacio hacta el suelo, sin emitir un solo sonido, quería comprobar si se trataba de otro de esos hombres o de algun alumno intentando escapar, como ella. Observó por debajo de la puerta los pies de esta persona, reconoció por lo zapatos a su amiga y, mientras se escuchaban los gritos por toda la institución preguntó– ¿Elina?– y abrió lentamente la puerta, pues si, se trata de ella.

–Elina boluda ¿qué mierda está pasando? ¿Quiénes son esos tipos?– preguntó entre susurros, bañada en sus lágrimas, cuando de repente su amiga la atacó de una manera feroz e intentó morderla.

Bel retrocedió hasta caer sentada en el inodoro y recibió de lleno el peso de su amiga, el cual pudo frenar con ayuda de sus pies, y luego, con la fuerza de sus piernas, empujó lo más fuerte posible para al menos liberarse y salir corriendo, cuando ésta, por el empujón, fue hacia atrás y de forma limpia y sin eco alguno golpeó la cabeza contra la mesada donde se encontraban los lavamanos, cayó al suelo y contrajo sus extremidades como si sufriese de un ataque epiléptico.

Bel se acercó caminando lentamente. De nuevo pudo oir a alguien más en el baño, pero de nuevo la ignoró. Se lamentó sobre el cuerpo de su amiga, y mientras se oía una fluida sinfonía del desastre en el patio de la escuela, alguien más ingresó al baño, era uno de los médicos, que la apuntó con un arma de gran tamaño y antes de que lograra disparar fue atacado por tres muchachos que llevaban el uniforme del colegio.

Ella los reconoció, eran Nicolás, Gastón, y Bruno.

Éstos le quitaron el arma al supuesto médico y lo golpearon sin parar, el hombre gritaba e intentaba usar su radio para llamar a otras personas, pero no lo logró antes de que sus atacantes destrocen la antena.

Bruno usó el arma para golpear al sujeto hasta que no pudo moverse más. No parecía importarle haber matado a alguien, no parecía importarle en lo absoluto.

Nicolás reconoció a la chica y la apuntó con el arma
–¡Decí algo Belén!– ella estaba paralizada y cubierta en lágrimas, por lo tanto, sus parpados inflamados y sus ojos rojos– ¡...decí algo o te disparo ya mismo! – Ella solo gritó– ¡¿qué está pasando?! ¡¿Qué es esto?!–

Gastón dijo– Vení, vamos a donde estábamos– y la sujetó del brazo, la llevaron casi de forma arrastrada, a solo unos metros de allí, a la sala de televisión del instituto, la cual cuenta con unas rejas bastante más resistentes a las puertas del resto de los salones.

Ingresaron a su improvisado refugio y se sentaron en las sillas más lejanas a la puerta, en un gesto de digestión respecto al asunto. Ninguno se sentía realmente como un héroe, ni siquiera estaban seguros de no estar en una pesadilla.

Nico gritó:– ¡La puta madre! ¡Mierda!– y respiró profundamente con una gran exaltación. Bruno se posicionó sobre su enorme, recién adquirida arma de fuego, como si se tratase de un bastón, le dijo a Belén– Nosotros estábamos en el patio del costado del colegio y vimos que afuera había un desastre, se comían entre todos, los autos le pasaban por encima a la gente, y aparecieron unos policías matando a quien se le cruce, fuimos volando para arriba y vimos que estaba abierto acá, y la llave estaba puesta.

–Pero, si están seguros acá ¿que hacían en el baño de mujeres?– preguntó ella.

– Estábamos buscando a nuestras compañeras... ¿y tus compañeros? ¿Y, tus compañeras?–

–Dudo que estén...conscientes ¿Mariano donde esta?

–¿Mariano? faltó. Y vimos que en la mayoría de los cursos tiraron una granada que soltó... veneno o lo quesea ese gas...– dijo Gastón–... pero cuando fuimos al nuestro, muchos no estaban ahí. Creemos que...

Nicolás interrumpió– Hey, paren, yo me voy a seguir buscando.

Los demás se negaron a dejarlo ir solo, y le dijeron que no vieron a muchos ni en el salón lleno de cadáveres ni en los pasillos, tal vez lograron escapar, tal vez ya estaban en sus casas. Chequearon sus celulares y todos tenían señal de red, pero recibían el mismo mensaje una y otra vez, dicho por una maquina contestadora.

Bruno caminó en círculos mientras los demás intentaban enviar mensajes de texto. Entre insultos a las empresas él interrumpió:

– Tengo una idea...para salir de acá. Acá dentro tenemos sillas y mesas, podemos usarlas de escudos y llegar hasta la puerta del frente, por la calle Bolívar. Si no lo logramos podemos intentar por Belgrano. La escuela ocupa toda una cuadra, no es como si tuviésemos poco margen de error.

Gastón respondió de forma hostil y pesimista–Sí, esperá que nos rodeen a ver qué pasa, imbécil.

–Para eso son las sillas y mesas...supongo.–dijo Belen.

Nicolás completó con–Sí, los locos que andan tambaleándose no tienen mucho equilibrio, o a mí me parece así al menos.

Belén lo meditó. “Los locos”. ¿Se refería acaso a que había más como Elina?

Salieron entonces del salón, Bruno y Gastón con unas pequeñas mesas como escudo, y Nicolás y Belén llevaban unas pesadas sillas, Bruno sugirió que lo siguiesen, y corrió escaleras abajo, había entonces dentro de la escuela un silencio mortal, pasaron junto a la cantina, bajo una de las escaleras laterales u notaron que no hay nadie. Solo manchas de sangre y cartuchos de bala esparcidos por todo el suelo como colonias de hormigas.

Cuando llegaron hasta la puerta que esta sobre la calle Bolívar, la abrieron y vieron que las rejas estaban cerradas con una cadena y candado. Y por fuera, personas corriendo por sus vidas, golpeándose, y algunas llevándose objetos de valor de las casas.
  





Bruno pensó en tomar su moto, donde tenía unas herramientas, e intentar cortar las cadenas, pero unas personas con un aspecto grotesco y muy poco expresivo, intentaron trepar las rejas y algunos incluso lograron pasar al lado de adentro.

Nicolás gritó con tantas fuerzas que quebró su voz:

– ¡Hey! ¡Vamos adentro!– y sin dudarlo, sin siquiera tomarse el tiempo de interpretar las palabras, todos corrieron, ingresaron nuevamente al edificio y cerraron las puertas.

Bruno corrió hasta donde se encontraba su motocicleta, para lo cual requirió alejarse de la puerta y de los demás y doblar hacia su izquierda, pero junto a ésta había tres profesores que él conocía bien desde hace años, con carne resbalado de sus labios, se alimentaban del desplomado cuerpo uno de los médicos cuyo traje de protección había sido despedazado.

A ninguno de ellos se le antojaba interrumpir el apetito de las bestias. Sentían sus propias pieles tan vulnerables como el papel mojado, tal era el terror que provocaba ver a los enfermos atacar.

Gastón salió de su temporáneo silencio.

– Vamos…– titubeó en una disimulada desesperación– vamos a la entrada, por la galería de la planta baja hay muchos de estos...estos...bichos.–

Llos demás comenzaban a darse cuenta de que él estaba tan espantado por las imágenes como ellos, pero en vez de expresarlo, él había estado evitando dejar salir a flote su pavor.

Belén vio el brillo de una idea frente a sus ojos y gritó al resto:

– ¡Vengan!– y corrió hacia las escaleras que se encontraban frente a la puerta de entrada por la que habían intentado salir y reingresado. Los demás la cuestionaron con una fuerte expresión de duda en sus rostros, pero su respuesta solo fue– Tengo una idea–

Depositaron su fe en aquellas palabras, la siguieron, llegaron al segundo piso y se hallaron en la parte más oscura del colegio, donde se encontraba la puerta que llevaba a la rectoría, quizás el lugar más seguro dentro de la institución en aquel momento.

Al ver que los médicos estaban en el laboratorio, a tan solo unos metros de ellos, entraron a su improvisada guarida de la manera más veloz y silenciosa posible. Tanto así que ni se molestaron en verificar si habían sido divisados.

Una vez dentro, les extrañó que la puerta no estuviese cerrada con llave o que las autoridades no se encontraran allí. Pues obviamente, habían contado con la ventaja de haber escapado.

Tal vez fueron alertados por las ropas de los médicos, tal vez fueron examinados la noche anterior, realmente, no importaba.

Todo estaba muy ordenado, dejaba muy en claro que realmente habían abandonado edificio, y no que habían participado del escándalo, como todos los demás, habían dejado a su suerte a todos los profesores y alumnos.

Belén revolvió unos cajones, Bruno, Nicolás y Gastón la invadieron de preguntas entre furiosos susurros. Cada vez subían más el tono, se frustraban enormemente viendo cómo ella los ignoraba.


Gastón la tomó de los hombros y en un peligroso alarido exclamó:

– Hey estúpida ¿qué hacés? Nos vamos a morir acá– ella ni siquiera se molestó en mirarlo a la cara, vio de reojo, colgada en una pared, una llave con la etiqueta Portón B.


La tomó con una extendida sonrisa de esperanza y les dijo:

– Vamos a salir por el otro lado, yo vivo a unas cuadras… es acá cerca, podemos llegar, si alguno me acompaña puedo llegar tranquilamente.


Los demás la miraron en silencio, ninguno de ellos parecía aprobar la idea de abandonar el edificio. No después de ver el desastre del otro lado de las rejas.


Gastón fue el primero en responder:

–No vamos a salir de acá...¿viste lo que es afuera? Nos van a matar, o peor, nos van a comer vivos.


–Bruno tiene un arma– respondió ella. Pero Nico la calló–Que no sabe usar...–


–Estamos más seguros acá.– Dijo luego Gastón.–Vamos a entregarnos de forma voluntaria a estos tipos. Tienen armas y probablemente medicinas. Miren, solo nos van a hacer el examen médico y van a ver que estamos limpios. Después esperamos que pase todo y nos mandan a nuestras casas.

–¿Cómo podés decir eso?– preguntó la chica, aun hablando en voz baja para no ser escuchada por los hombres armados, quienes aún estaban en el laboratorio casi anexo a la rectoría –Los viste envenenar a todos tus amigos de eso, y ¿qué pasó después?  Eran vacas en un matadero.–


–Eran muchos, no podían arriesgarse a perder el tiempo mientras el desastre se desataba. Ya viste lo que hace esta enfermedad, vuelve caníbales a las personas. Y eso fue solo lo que pudimos ver, ¿qué tal si se pone peor?– remató él.



–Tiene razón...–exclamó entonces Bruno– No tienen por qué hacernos nada, voy a devolverle su arma y ofrecer ayuda. Vamos Gastón...–


Ambos salieron de la rectoría y se dirigieron hacia el laboratorio. Nicolás aún no estaba muy seguro de si quería hacerlo, ninguna de las opciones era segura, siquiera cercana a ser convincentes. Entraron y levantaron las manos, dijeron que no estaban infectados,  al menos eso fue lo que Belén alcanzó a escuchar. Ella y Nicolás observaron escondidos en la entrada de la sala en la que se estaban refugiando.



Uno de los médicos dijo– Disculpen, pero un alumno de acá tenía el virus, así como los otros 6 casos eran personas que vivían por esta zona, nos dijeron que no nos arriesguemos.– los apuntaron directamente y los fusilaron de tal manera que antes de caer, sus cuerpos vibraron tras recibir el impacto de decenas de balas.



Nicolás cubrió la boca de Belén con su antebrazo para evitar que ésta gritara, y ambos, muertos del miedo, atravesaron toda la galería superior izquierda a las corridas, hasta llegar a las escaleras. El colegio estaba lleno de cadáveres, algunos se movían pero con las piernas rotas, habían saltado desde el segundo piso, quizás para salvarse, quizás para alcanzar una presa que se encontraba abajo, por lo cual se arrastraban.


Se podían oír gritos de ayuda desde algunos salones. Pero por el eco de los pasillos era imposible determinar exactamente de dónde venían.


Fueron hasta el portón opuesto, que estaba por la calle Belgrano y usaron la llave en el candado…la cual no funcionaba.





Algunos alumnos de muy mal aspecto empezaron a acercarse en todas direcciones, Belén se puso a llorar y a gritar y Nico sintió una gran impotencia de no poder hacer nada, hasta que reconoció bien a uno de los infectados, era el portero, y de su cinturón colgaban unas llaves, tomó coraje y fuerzas en las piernas,  lo empujó con todo su peso y cuando este cayó al piso, le quitó el manojo llaves y probó una tras otra, no daba ningún resultado, y justo quedando unas dos por probar, acertó, quitaron el candado y abrieron el pesado portón lo cual activó más aun la adrenalina en sus exaltados cuerpos..
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