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Sus
ojos estaban abiertos a más no poder y respiraba agitada oyendo los gritos
venir desde afuera y resonando contra todas las esquinas del living. El polvo
se hacía notar entre los rayos de luz que ingresaban a la residencia.
Algunos
de los alaridos incluso parecían venir desde la cocina y otros desde el piso de
arriba. El eco confundía los sentidos de la pobre muchacha, que no podía hacer
más que buscar cómo reaccionar ante algo así. ¿Se puede reaccionar a algo así?
¿Cuál es la forma indicada? Tenía el rostro bañado en los fluidos que
salpicaron de la herida de su amigo, una herida obviamente mortal.
El
cuerpo del joven cayó primero sobre sus rodillas y luego de desplomó en suelo.
Como un saco de carne.
Quería
llorar, quería gritar de susto, pero su garganta estaba cerrada, era imposible
emitir cualquier sonido con ésta más que el de una arcada que no terminaba de
completarse. Tampoco podía respirar, sentía como si su corazón fuese a
detenerse en cualquier momento.
-Es…Esteban…-
decía con el poco aire que tenía en los pulmones, y con sus manos tambaleándose
mientras sus rodillas se acercaban la una a la otra y vibraban de forma
incesante.- Esteban…-
Su
visión dejó de centrarse en el cadáver cuando oyó un arañazo contra la madera
del marco de la ventana. Se preguntaba cómo había podido escucharlo entre tanto
barullo. ¿Qué tan intenso había sido?
Al
mirar atentamente, vio cuatro líneas rojas, dibujadas con sangre, en la pared
debajo del marco de la ventana. Seguía sin poder ver más allá de ésta, sus ojos
aun no se acostumbraban a la luz, quizás por el exceso de sustancias
estupefacientes en su organismo, o quién sabe, quizás por el shock. Ya empezaba
a pensar en sinsentidos, ¿era el impacto de volver a presenciar una muerte así
de violenta? ¿Las drogas? ¿Todo?
¿Qué
estaba pasando?
Mientras
se asomaba hacia esa luz, para con un movimiento veloz taparla, cerrar las
persianas, se planteaba si realmente estaba ocurriendo, o si era solo una
alucinación, un extraño sueño, como los que había tenido meses atrás cuando
apenas lograron salir de la ciudad de Corrientes.
El
sonido de los gritos de afuera iba invadiendo su mente, al punto en el que ya
ni podía distinguirlos de sus propios pensamientos.
-No
puede ser, esto ya terminó, la infección ya terminó. Ya debería haber
terminado.-
Estiró
sus brazos en un movimiento veloz, para alcanzar las persianas y traerlas en un
movimiento único y acelerado, cuando pudo ver allí afuera. Un número incontable
de personas transitaba la calle, corriendo a toda velocidad en todas las
direcciones, se golpeaban unos a otros y desde una esquina, unos policías se
cubrían con escudos a prueba de balas y lanzaban granadas de gas lacrimógeno.
Era imposible distinguir quiénes estaban infectados y quiénes no. Al parecer un
grupo había sido mordido durante la noche y deambularon hasta toparse con
algunas personas a la mañana.
Se
paralizó ante el escenario, el cual no difería casi en nada con lo que había
presenciado en su ciudad de origen. Con la excepción de que en el Nordeste
habían reaccionado de otra forma, con más profesionalismo, como si las
autoridades hubiesen sido avisadas.
En
buenos aires no alcanzaba a verse ningún camión juntando personas, no se alcanzaba
a ver a ningún policía haciendo otra cosa más que proteger a algún civil recién
mordido. El cual era realmente su deber legal, como se había enterado en
Resistencia, tras la reforma constitucional, una de las más aceleradas de la
historia. Era irónico, los infectados eran incapaces de votar.
Las
demás personas intentaban matarlos, masacrarlos, creían que esa era la única
forma de eliminar la infección.
Despertó
del trance cuando volvió a oír disparos. Parpadeó y tras aclarar su vista pudo
ver a un grupo de personas frente a un garaje de los pocos que no estaban
molestando a nadie, quizás solo estaban de paso, yacían agachados, pendientes,
cautelosos, atravesando la muchedumbre desesperada, por lo que pudo observar
Ana solo querían entrar a su casa, miraban muy fijamente hacia una puerta junto
al edificio propietario del garaje.
Por
alguna razón, se sintió muy preocupada por la niña allí presente. Se sentía muy
identificada con ésta, por más que difiriesen tanto de edad. De apariencia eran
muy similares.
Los
sonidos dejaron de importar, eran ignorados por su cerebro, solo imaginaba que
pasaba por la cabeza de esa niña. Si realmente le preocupaba la posibilidad de
morir o si solo quería llegar a casa y tomarse una leche chocolatada y mirar
Dora la Exploradora mientras esperaba que su mamá hiciese el almuerzo.
La
pequeña abrazaba a su madre, se la notaba asustada pero el pavor era realmente
apreciable en el rostro de la mujer adulta, y ésta buscaba lugares por los
cuales pasar con su hija sin que saliesen lastimados, pero era prácticamente un
caudaloso mar de gente.
Un
espacio entre la corriente de personas se abrió, al mismo tiempo que una bala
pasó a centímetros de la cabeza de Ana, pero ésta la ignoró. Ni siquiera sintió
el peligro de que volviese a pasar.
Cuando
el grupo que ella observaba intentó moverse por ese recientemente formado
pasillo de cuerpos, pasaron frente al garaje de un edificio residencial y un
infectado se estrelló con estos.
Ana
no había visto uno en ese estado hacía meses. Hasta donde ella sabía, la
infección se había terminado en Corrientes y parte de Resistencia, oyó hablar
de unos sucesos similares en Entre Rios, pero rumores decían que fueron solo
imitadores, el único testimonio era el de una chica, que según las noticias había
masacrado a sus amigos en su casa de campo. Y de igual forma, había sido muy
alejado de la zona en la que se había instalado su familia.
Las
personas a las que ella estaba observando en la calle forcejearon, no llegaron
a ser mordidas y lograron empujar al monstruo. Pero ni bien este golpeó el
suelo, salió del garaje un auto a toda velocidad y los arrolló, desarmándolos
como si estuviesen hechos de gelatina.
Las
líneas de sangre, el arañazo balo el marco de la ventana, se había olvidado de
ellas ¿de dónde habían salido?
Sacó
la cabeza por la ventana para mirar hacia abajo y tenía allí, en la vereda, a
un hombre moribundo, con sus ojos inflamados y un rostro inexpresivo arañando
la pared ya sin rastro de uñas en sus dedos, solo espacios sangrantes en estos.
Ana cerró las persianas de un azote y se
agachó, cayó sentada bajo la ventana. Escuchó el romperse de unas botellas,
seguido de unos gritos de dolor y de “Auxilio”.
Tomó
aire como no había estado pudiendo en los últimos minutos y dejo salir un grito.
Un solo grito, acompañado por voluminosas lágrimas y un llanto de horror
indescriptible.
Cuando
sus pulmones se vaciaron, volvió a tomar aire, ahora mirando el cadáver de
Esteban soltó otro alarido, pero ésta ya dejaba evidente que con el primero se había
lastimado las cuerdas vocales, sobre-exigiéndolas.
Oyó
unas fuertes explosiones, lo cual le dio a entender que el sonido de botellas
rompiéndose no habían sido nada menos que bombas molotov, y los gritos de
auxilio el resultado de la distribución del liquido inflamable en tantas
direcciones como la física lo hiciese posible. La habían lanzado cerca de algún
auto… ¿quizás?
Volvió
a tomar aire, pero cuando iba a iniciar el siguiente grito, sintió violentos
golpes contra la puerta a su derecha y pegó un salto, cayendo contra el cuerpo
del muchacho.
Los
golpes sonaban desesperados, se acompañaban de gritos de auxilio y rogaban,
como si se los estuviesen comiendo vivos- por favor, abra, abra. Por el amor de
Dios, Abranos la puerta-
Ella
notó que estaba apoyada sobre un cuerpo muerto y amagó vomitar. Cuando los
gritos se convirtieron en gruñidos desesperados y (difícilmente visible en
tanta oscuridad) un charco de sangre comenzó a entrar por debajo de la puerta,
ese amague se convirtió en una toz y luego un charco de fluidos que no dejaban
de salir por la garganta de Ana.
Se
repetía a sí misma- No, no, no, no. No puede ser, no, otra vez no. Por favor
no.- moviendo la cabeza y sin pudor de sus lágrimas, haciendo que cada
extremidad temblase.
Otro
sonido de una botella rompiéndose, otros gritos de dolor, otra explosión, era
como un patrón que se repetía, una y otra vez.
Cada
vez eran menos los gritos y más esos gruñidos desesperados, luchando por
sobrevivir. Las sombras divagaban por debajo de la puerta, mezcladas con los
reflejos de la sangre, que se tomaba su tiempo para coagularse. Algunos
golpeaban el enorme rectángulo de madera un par de veces y antes de poder pedir
que los dejasen entrar, tenían que salir corriendo, por ser perseguidos por las
bestias.
Ana
yacía sentada en el suelo, cerca del sofá, llorando y con una mano sosteniendo
su garganta, la cual sufría de una fuerte acidez tras haber vomitado mientras
su estomago tenía, prácticamente, nada en su interior.
Fue
hasta la heladera, aun agachada, tanto por el susto como para evitar que alguna
bala la hiriese entrando por una ventana.
Se
chocó con cuantos muebles había allí dentro y al abrir el refrigerador, se topó
con nada más que unas botellas de agua, lejos de estar frías, y una caja con
leche podrida.
Sentada
en el suelo, abrió de forma primitiva una de las botellas y bebió bruscamente,
dejando que parte del líquido saliese por las esquinas de su boca y casi
ahogándose por algunas gotas que entraban por su nariz.
El
dolor punzante en su muslo ya era demasiado molesto. Era inevitable hacer caras
expresando lo que éste presentaba.
Se
sentía un poco más despierta que momentos antes, ya no estaba tan abombada ni
por las drogas ni por la incandescente luz de afuera. De nuevo estaba en la
misma residencia oscura en la que había estado viviendo los últimos días, o
semanas, no estaba segura.
Decidió
chequear su bolsillo para ver si se trataba de algo así como un alfiler o una
navaja.
Pues
no era eso exactamente, el abrelatas estaba allí.
Lo
dejó en el suelo y suspirando, recordando por qué abrieron la ventana en un
principio. Suspiró, quiso llorar nuevamente, pero le pareció irrelevante, dado
que Esteban ya estaba muerto, sus lágrimas no lo revivirían, no harían nada en
lo absoluto. Fue hasta el living, cuando al cruzarse de nuevo con el cuerpo
desplomado de Esteban, no lo miró.
No
podía hacer contacto visual con éste, era completamente repugnante, en su
rostro expresaba vida, en lo que quedaba de él y no hacía más que causar más
desesperación. Por lo que Ana fue escaleras arriba y buscó una sabana para
cubrirlo.
Mientras
lo hacía se planteó en cuanto tardaría éste en apestar. ¿Cuánto tardaría la
carne en podrirse?
Recordó
que las escasas investigaciones hechas a principios del desastre describían que
la carne de un infectado tardaba muchísimo más tiempo en descomponerse y que
era probable que el corazón latiese, pero a un ritmo tan bajo que era imposible
determinarlo con métodos convencionales.
Ya
podía caminar sin que sus piernas temblaran, por lo que buscó una lata de atún,
otra con una ensalada de arvejas, papas y zanahorias, y comió en la oscuridad
de aquel tenebroso living, con esa sinfonía de pánico de fondo, y algunas
delgadas líneas marcadas por los rayos de la claridad del cielo nublado
entrando por las persianas y el abundante polvo dentro de la residencia exhibiéndose
sin pudor alguno.
Se
armó un cigarrillo de marihuana y se dedicó a fumar y mirar hacia la puerta lo
que restó de aquel día.
Los
estupefacientes mantuvieron su mente ocupada, imaginaba cómo musicalizar el
momento. Cómo salir de allí, qué hacer si realmente se trataba de una situación
como la ocurrida en Corrientes.
“Los
policías van a venir a rescatarme” se dijo a sí mismo. Imaginó la puerta
abriéndose en cámara lenta y unos enormes oficiales entrando, con enormes
armas. Algunos infectados se metían con ellos, pero recibían disparos en la
cabeza y su sangre de desparramaba por las paredes y el techo del living. Una
música épica hacia que todo fuese un gran espectáculo en su cabeza. Pero despertó
del sueño consciente cuando recordó que asi no funcionaba, al menos no en
Argentina.
Cualquier
policía que disparase a un infectado, estaba básicamente atacando a un
discapacitado. A una persona que sufría de una enfermedad, que debía ser
tratada.
¿Cómo?
Pues nadie lo sabía, por internet corrían unos rumores sobre un científico loco
en Entre Ríos. Un hombre que había escapado de un atentado en Chaco. Guardias
de seguridad de un peaje habían encontrado una especie de quirófano
subterráneo, había sangre por todos lados y una rara maquina de bombeo, como si
fuese a servir como prótesis anexa al sistema circulatorio. Alguien había
estado experimentando con esas cosas. Pero los rumores eran can creíbles como los
de la chica que asesinó a todos sus amigos. Hay incluso quienes dicen que el “quirófano
secreto” se hallaba del otro lado de la ruta, exactamente enfrente a la casa de
la chica.
Oyó
un vidrio romperse, percibió un horrible olor a quemado y segundos después otra
explosión. Alguien había apuntado con su molotov hacia el lado equivocado,
probablemente otro automóvil estacionado.
No
se oía sirena alguna, ni las ambulancias ni los policías, ni siquiera los
bomberos querían atraer a esas criaturas.
Pero
allí dentro… no importaba nada. Nada más que la tuca que ella sostenía entre
sus dedos índice y pulgar. Los gritos iban cesando a medida que pasaban las
horas, para la noche solo se oían pisadas mal puestas unas frente a otras y algún
que otro grito de auxilio.
Imaginaba
qué decir si venían agentes especiales de la policía a salvarla …“Oh dios mío,
gracias al cielo están aquí” exclamaba y se reía sola.
Qué
ofrecer si entraban asaltantes…“Soy un travesti común y corriente, llévense
todo, pero no toquen mi pene”
Volvía
a reírse, pero luego dudaba de que un transexual asustase o espantase el libido
de alguien. Probablemente algunas personas tenían relaciones con infectados.
Una mueca de asco la hizo imaginárselo y volvió a sentir esa horrible acides en
su garganta.
Llegando
la noche, se ponía a pensar que ese era el fin, que no había escapatoria. Los
infectados sentirían que ella estaba allí y tarde o temprano, ejerciendo
presión sobre la puerta entrarían y devorarían su carne.
Aquel
escenario apocalíptico, al que ya había sobrevivido la acechaba nuevamente. No
se trataba esta vez solo de sobrevivir, tendría que asegurarse de que los demás
no lo hicieran. Si no había personas cerca…tampoco podría haber infectados.
Pues
no fue así esa anoche. Ya que mientras ella yacía navegando por sus
pensamientos, un suave golpeteo dio contra su puerta y una voz aguda y sufrida
dijo:
-Por
favor, dejáme entrar-
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