18/2/14

Dead Outbreak: Ana (parte 2)







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Sus ojos estaban abiertos a más no poder y respiraba agitada oyendo los gritos venir desde afuera y resonando contra todas las esquinas del living. El polvo se hacía notar entre los rayos de luz que ingresaban a la residencia.

Algunos de los alaridos incluso parecían venir desde la cocina y otros desde el piso de arriba. El eco confundía los sentidos de la pobre muchacha, que no podía hacer más que buscar cómo reaccionar ante algo así. ¿Se puede reaccionar a algo así? ¿Cuál es la forma indicada? Tenía el rostro bañado en los fluidos que salpicaron de la herida de su amigo, una herida obviamente mortal.

El cuerpo del joven cayó primero sobre sus rodillas y luego de desplomó en suelo. Como un saco de carne.


Quería llorar, quería gritar de susto, pero su garganta estaba cerrada, era imposible emitir cualquier sonido con ésta más que el de una arcada que no terminaba de completarse. Tampoco podía respirar, sentía como si su corazón fuese a detenerse en cualquier momento.

-Es…Esteban…- decía con el poco aire que tenía en los pulmones, y con sus manos tambaleándose mientras sus rodillas se acercaban la una a la otra y vibraban de forma incesante.- Esteban…-

Su visión dejó de centrarse en el cadáver cuando oyó un arañazo contra la madera del marco de la ventana. Se preguntaba cómo había podido escucharlo entre tanto barullo. ¿Qué tan intenso había sido?

Al mirar atentamente, vio cuatro líneas rojas, dibujadas con sangre, en la pared debajo del marco de la ventana. Seguía sin poder ver más allá de ésta, sus ojos aun no se acostumbraban a la luz, quizás por el exceso de sustancias estupefacientes en su organismo, o quién sabe, quizás por el shock. Ya empezaba a pensar en sinsentidos, ¿era el impacto de volver a presenciar una muerte así de violenta? ¿Las drogas? ¿Todo?

¿Qué estaba pasando?

Mientras se asomaba hacia esa luz, para con un movimiento veloz taparla, cerrar las persianas, se planteaba si realmente estaba ocurriendo, o si era solo una alucinación, un extraño sueño, como los que había tenido meses atrás cuando apenas lograron salir de la ciudad de Corrientes.

El sonido de los gritos de afuera iba invadiendo su mente, al punto en el que ya ni podía distinguirlos de sus propios pensamientos.

-No puede ser, esto ya terminó, la infección ya terminó. Ya debería haber terminado.-

Estiró sus brazos en un movimiento veloz, para alcanzar las persianas y traerlas en un movimiento único y acelerado, cuando pudo ver allí afuera. Un número incontable de personas transitaba la calle, corriendo a toda velocidad en todas las direcciones, se golpeaban unos a otros y desde una esquina, unos policías se cubrían con escudos a prueba de balas y lanzaban granadas de gas lacrimógeno. Era imposible distinguir quiénes estaban infectados y quiénes no. Al parecer un grupo había sido mordido durante la noche y deambularon hasta toparse con algunas personas a la mañana.

Se paralizó ante el escenario, el cual no difería casi en nada con lo que había presenciado en su ciudad de origen. Con la excepción de que en el Nordeste habían reaccionado de otra forma, con más profesionalismo, como si las autoridades hubiesen sido avisadas.

En buenos aires no alcanzaba a verse ningún camión juntando personas, no se alcanzaba a ver a ningún policía haciendo otra cosa más que proteger a algún civil recién mordido. El cual era realmente su deber legal, como se había enterado en Resistencia, tras la reforma constitucional, una de las más aceleradas de la historia. Era irónico, los infectados eran incapaces de votar.

Las demás personas intentaban matarlos, masacrarlos, creían que esa era la única forma de eliminar la infección.

Despertó del trance cuando volvió a oír disparos. Parpadeó y tras aclarar su vista pudo ver a un grupo de personas frente a un garaje de los pocos que no estaban molestando a nadie, quizás solo estaban de paso, yacían agachados, pendientes, cautelosos, atravesando la muchedumbre desesperada, por lo que pudo observar Ana solo querían entrar a su casa, miraban muy fijamente hacia una puerta junto al edificio propietario del garaje.

Por alguna razón, se sintió muy preocupada por la niña allí presente. Se sentía muy identificada con ésta, por más que difiriesen tanto de edad. De apariencia eran muy similares.

Los sonidos dejaron de importar, eran ignorados por su cerebro, solo imaginaba que pasaba por la cabeza de esa niña. Si realmente le preocupaba la posibilidad de morir o si solo quería llegar a casa y tomarse una leche chocolatada y mirar Dora la Exploradora mientras esperaba que su mamá hiciese el almuerzo.

La pequeña abrazaba a su madre, se la notaba asustada pero el pavor era realmente apreciable en el rostro de la mujer adulta, y ésta buscaba lugares por los cuales pasar con su hija sin que saliesen lastimados, pero era prácticamente un caudaloso mar de gente.

Un espacio entre la corriente de personas se abrió, al mismo tiempo que una bala pasó a centímetros de la cabeza de Ana, pero ésta la ignoró. Ni siquiera sintió el peligro de que volviese a pasar.

Cuando el grupo que ella observaba intentó moverse por ese recientemente formado pasillo de cuerpos, pasaron frente al garaje de un edificio residencial y un infectado se estrelló con estos.

Ana no había visto uno en ese estado hacía meses. Hasta donde ella sabía, la infección se había terminado en Corrientes y parte de Resistencia, oyó hablar de unos sucesos similares en Entre Rios, pero rumores decían que fueron solo imitadores, el único testimonio era el de una chica, que según las noticias había masacrado a sus amigos en su casa de campo. Y de igual forma, había sido muy alejado de la zona en la que se había instalado su familia.

Las personas a las que ella estaba observando en la calle forcejearon, no llegaron a ser mordidas y lograron empujar al monstruo. Pero ni bien este golpeó el suelo, salió del garaje un auto a toda velocidad y los arrolló, desarmándolos como si estuviesen hechos de gelatina.

Las líneas de sangre, el arañazo balo el marco de la ventana, se había olvidado de ellas ¿de dónde habían salido?
Sacó la cabeza por la ventana para mirar hacia abajo y tenía allí, en la vereda, a un hombre moribundo, con sus ojos inflamados y un rostro inexpresivo arañando la pared ya sin rastro de uñas en sus dedos, solo espacios sangrantes en estos. Ana cerró las persianas de un azote y  se agachó, cayó sentada bajo la ventana. Escuchó el romperse de unas botellas, seguido de unos gritos de dolor y de “Auxilio”.

Tomó aire como no había estado pudiendo en los últimos minutos y dejo salir un grito. Un solo grito, acompañado por voluminosas lágrimas y un llanto de horror indescriptible.

Cuando sus pulmones se vaciaron, volvió a tomar aire, ahora mirando el cadáver de Esteban soltó otro alarido, pero ésta ya dejaba evidente que con el primero se había lastimado las cuerdas vocales, sobre-exigiéndolas.

Oyó unas fuertes explosiones, lo cual le dio a entender que el sonido de botellas rompiéndose no habían sido nada menos que bombas molotov, y los gritos de auxilio el resultado de la distribución del liquido inflamable en tantas direcciones como la física lo hiciese posible. La habían lanzado cerca de algún auto… ¿quizás?

Volvió a tomar aire, pero cuando iba a iniciar el siguiente grito, sintió violentos golpes contra la puerta a su derecha y pegó un salto, cayendo contra el cuerpo del muchacho.

Los golpes sonaban desesperados, se acompañaban de gritos de auxilio y rogaban, como si se los estuviesen comiendo vivos- por favor, abra, abra. Por el amor de Dios, Abranos la puerta-

Ella notó que estaba apoyada sobre un cuerpo muerto y amagó vomitar. Cuando los gritos se convirtieron en gruñidos desesperados y (difícilmente visible en tanta oscuridad) un charco de sangre comenzó a entrar por debajo de la puerta, ese amague se convirtió en una toz y luego un charco de fluidos que no dejaban de salir por la garganta de Ana.

Se repetía a sí misma- No, no, no, no. No puede ser, no, otra vez no. Por favor no.- moviendo la cabeza y sin pudor de sus lágrimas, haciendo que cada extremidad temblase.

Otro sonido de una botella rompiéndose, otros gritos de dolor, otra explosión, era como un patrón que se repetía, una y otra vez.

Cada vez eran menos los gritos y más esos gruñidos desesperados, luchando por sobrevivir. Las sombras divagaban por debajo de la puerta, mezcladas con los reflejos de la sangre, que se tomaba su tiempo para coagularse. Algunos golpeaban el enorme rectángulo de madera un par de veces y antes de poder pedir que los dejasen entrar, tenían que salir corriendo, por ser perseguidos por las bestias.

Ana yacía sentada en el suelo, cerca del sofá, llorando y con una mano sosteniendo su garganta, la cual sufría de una fuerte acidez tras haber vomitado mientras su estomago tenía, prácticamente, nada en su interior.

Fue hasta la heladera, aun agachada, tanto por el susto como para evitar que alguna bala la hiriese entrando por una ventana.

Se chocó con cuantos muebles había allí dentro y al abrir el refrigerador, se topó con nada más que unas botellas de agua, lejos de estar frías, y una caja con leche podrida.

Sentada en el suelo, abrió de forma primitiva una de las botellas y bebió bruscamente, dejando que parte del líquido saliese por las esquinas de su boca y casi ahogándose por algunas gotas que entraban por su nariz.

El dolor punzante en su muslo ya era demasiado molesto. Era inevitable hacer caras expresando lo que éste presentaba.

Se sentía un poco más despierta que momentos antes, ya no estaba tan abombada ni por las drogas ni por la incandescente luz de afuera. De nuevo estaba en la misma residencia oscura en la que había estado viviendo los últimos días, o semanas, no estaba segura.

Decidió chequear su bolsillo para ver si se trataba de algo así como un alfiler o una navaja.

Pues no era eso exactamente, el abrelatas estaba allí.

Lo dejó en el suelo y suspirando, recordando por qué abrieron la ventana en un principio. Suspiró, quiso llorar nuevamente, pero le pareció irrelevante, dado que Esteban ya estaba muerto, sus lágrimas no lo revivirían, no harían nada en lo absoluto. Fue hasta el living, cuando al cruzarse de nuevo con el cuerpo desplomado de Esteban, no lo miró.

No podía hacer contacto visual con éste, era completamente repugnante, en su rostro expresaba vida, en lo que quedaba de él y no hacía más que causar más desesperación. Por lo que Ana fue escaleras arriba y buscó una sabana para cubrirlo.

Mientras lo hacía se planteó en cuanto tardaría éste en apestar. ¿Cuánto tardaría la carne en podrirse?
Recordó que las escasas investigaciones hechas a principios del desastre describían que la carne de un infectado tardaba muchísimo más tiempo en descomponerse y que era probable que el corazón latiese, pero a un ritmo tan bajo que era imposible determinarlo con métodos convencionales.

Ya podía caminar sin que sus piernas temblaran, por lo que buscó una lata de atún, otra con una ensalada de arvejas, papas y zanahorias, y comió en la oscuridad de aquel tenebroso living, con esa sinfonía de pánico de fondo, y algunas delgadas líneas marcadas por los rayos de la claridad del cielo nublado entrando por las persianas y el abundante polvo dentro de la residencia exhibiéndose sin pudor alguno.

Se armó un cigarrillo de marihuana y se dedicó a fumar y mirar hacia la puerta lo que restó de aquel día.

Los estupefacientes mantuvieron su mente ocupada, imaginaba cómo musicalizar el momento. Cómo salir de allí, qué hacer si realmente se trataba de una situación como la ocurrida en Corrientes.

“Los policías van a venir a rescatarme” se dijo a sí mismo. Imaginó la puerta abriéndose en cámara lenta y unos enormes oficiales entrando, con enormes armas. Algunos infectados se metían con ellos, pero recibían disparos en la cabeza y su sangre de desparramaba por las paredes y el techo del living. Una música épica hacia que todo fuese un gran espectáculo en su cabeza. Pero despertó del sueño consciente cuando recordó que asi no funcionaba, al menos no en Argentina.

Cualquier policía que disparase a un infectado, estaba básicamente atacando a un discapacitado. A una persona que sufría de una enfermedad, que debía ser tratada.

¿Cómo? Pues nadie lo sabía, por internet corrían unos rumores sobre un científico loco en Entre Ríos. Un hombre que había escapado de un atentado en Chaco. Guardias de seguridad de un peaje habían encontrado una especie de quirófano subterráneo, había sangre por todos lados y una rara maquina de bombeo, como si fuese a servir como prótesis anexa al sistema circulatorio. Alguien había estado experimentando con esas cosas. Pero los rumores eran can creíbles como los de la chica que asesinó a todos sus amigos. Hay incluso quienes dicen que el “quirófano secreto” se hallaba del otro lado de la ruta, exactamente enfrente a la casa de la chica.

Oyó un vidrio romperse, percibió un horrible olor a quemado y segundos después otra explosión. Alguien había apuntado con su molotov hacia el lado equivocado, probablemente otro automóvil estacionado.
No se oía sirena alguna, ni las ambulancias ni los policías, ni siquiera los bomberos querían atraer a esas criaturas.

Pero allí dentro… no importaba nada. Nada más que la tuca que ella sostenía entre sus dedos índice y pulgar. Los gritos iban cesando a medida que pasaban las horas, para la noche solo se oían pisadas mal puestas unas frente a otras y algún que otro grito de auxilio.

Imaginaba qué decir si venían agentes especiales de la policía a salvarla …“Oh dios mío, gracias al cielo están aquí” exclamaba y se reía sola.

Qué ofrecer si entraban asaltantes…“Soy un travesti común y corriente, llévense todo, pero no toquen mi pene”
Volvía a reírse, pero luego dudaba de que un transexual asustase o espantase el libido de alguien. Probablemente algunas personas tenían relaciones con infectados. Una mueca de asco la hizo imaginárselo y volvió a sentir esa horrible acides en su garganta.


Llegando la noche, se ponía a pensar que ese era el fin, que no había escapatoria. Los infectados sentirían que ella estaba allí y tarde o temprano, ejerciendo presión sobre la puerta entrarían y devorarían su carne.

Aquel escenario apocalíptico, al que ya había sobrevivido la acechaba nuevamente. No se trataba esta vez solo de sobrevivir, tendría que asegurarse de que los demás no lo hicieran. Si no había personas cerca…tampoco podría haber infectados.

Pues no fue así esa anoche. Ya que mientras ella yacía navegando por sus pensamientos, un suave golpeteo dio contra su puerta y una voz aguda y sufrida dijo:

-Por favor, dejáme entrar-



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Dead Outbreak: Ana (Parte 1)



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Hacía semanas que Esteban y Ana habían estado encerrados consumiendo nada más que drogas y parte de las grandes cantidades de comida enlatada que yacían en el sótano.

No habían abierto una sola persiana en meses, y la última vez que habían salido de allí, había sido para comprar cigarrillos en la estación de servicio más cercana, donde trabajaba un tal Felipe, fiel comprador de mariguana para Esteban, oficial mirador de culo para Ana.
A ella no le molestaba este pequeño detalle, es más, sentía estar haciendo un bien, ya que Felipe no aparentaba ser un gran depredador, y ella anteriormente había tenido que lidiar con uno, en los disturbios en la ciudad de Corrientes.

Despertó esa mañana con un fuerte dolor de cabeza y con una sensación punzante en el muslo, a la altura de su bolsillo, oía ruidos afuera. No cualquier tipo de ruidos, era algo desastroso, gritos, personas exclamando nombres, o el característico sonido hueco del lanza granadas de gas lacrimógeno.
 No recordaba qué había hecho la noche anterior, pero para su suerte, su amigo Esteban no estaba desnudo junto ella, como había ocurrido en ocasiones anteriores. Al parecer su anfitrión sentía que ella le debía algo por permitirle vivir con él, cuando estaba sobrio era consciente de que no era así, incluso, era un muchacho bastante educado y buen mozo, el problema era que hacía meses no había estado sobrio.

No le importaba qué hora era o cuantas veces se había masturbado antes de dormir (como en ocasiones anteriores, valga a redundancia). Ella quería simplemente comer algo y quitarse esa horrorosa jaqueca, a la cual no ayudaban para nada los desesperados gritos que oía en las calles.

-¡¡¡Esteban!!!- Gritó escaleras arriba- ¡¿dónde está el abrelatas?!-

No tuvo respuesta por parte de él, solo sintió el parquet del piso de la abitacion de arriba doblarse hacia un lado, probablemente por el mismo muchacho rotando sobre su cama. Al notar que no había signos de vida por parte de él, decidió subir para sacudirlo de los hombros.
Con cada escalón iba sintiendo como si su cuerpo pesara diez veces más. Supuso que era el efecto de las tantas sustancias que había estado consumiendo. La jaqueca la golpeo fuertemente cuando escuchó que se disparaba otra granada de gas lacrimógeno.
-¿Qué mierda estará pasando ahí afuera? ¿... alguna nueva Ley?- Pensó mientras se frotaba el costado de la cabeza.

Esteban yacía acostado, boca arriba, sin ropa y con su pene en la mano. Al parecer Ana y él no eran el uno para el otro, pero compartían rituales de sueño.

Ella puso una cara de ridículo que arrugó por completo su frente -¿qué haces hijo de puta?- preguntó a los gritos y entre carcajadas, para que éste la escuchara entre todo el bochorno que venía desde afuera.

El joven despertó y notando en qué posición se encontraba y más o menos en qué contexto también rió-eh… no podía dormir y…-

Ella lo interrumpió diciendo-por lo menos no lo hiciste cerca mío esta vez- y le lanzó un pantalón que colgaba desde una silla a su derecha.

-Todavía me duelen las bolas cada vez que recuerdo esa patada- dijo él y comenzó a vestirse. Sin vergüenza alguna de que ella lo viese sin ropa. No era la primera vez y el muchacho tenía la esperanza de que no fuese la última. Sabiendo que ella no sentía nada por él, más allá de un gran deseo de compartir sus drogas y el techo, soñaba con que tuviesen una relación amorosa.

-El abrelatas, no está en la mesita del living- exclamó Ana mientras se rascaba los ojos.-y… no sé qué mierda será todo ese ruido de afuera, me duele la cabeza. ¿Tenés alguna aspirina o algo?-

Esteban se subió el cierre y tosió las palabras-Mejor aun-y despejó su garganta-Tengo cannabis boluda- Se puso de pie y agarrando su celular de la mesa que estaba junto a su cama- fumáte cuanto quieras y en algún momento no te va a doler más. Si no es así, seguí fumando más de lo que quieras hasta que no sientas nada-

Ella se cruzó de brazos mientras él presionaba desesperadamente todos los botones de su blackberry- Sabés que algún día te van a cobrar eso y…no vendiste nada. Dejá de toquetear ese aparato, hace tres días que estas sin batería.-

Esteban furioso tiró al suelo su teléfono y gritó- ¡¿y por qué soy tan pelotudo de no poner a cargar eh?!-

-Porque no pagaste la luz y hace 5 días que estamos así boludo. ¿Qué te pasa? ¿Tantas pajas te borraron la memoria?-

El muchacho sonrió se desperezó inclinándose hacia su cama- Suele pasar- dijo y cayó encima de ésta.

-¿tenes alguna linterna? Voy a buscar yo nomas el abrelatas-

-linterna, linterna- repitió el joven entre dientes, se frotó la frente con los dedos índice y pulgar de su mano derecha y dijo con voz somnolienta- ¿quién tiene una linterna hoy en día?-

-Las personas normales…- dijo Ana frustrada.

-Exacto- respondió Esteban, chasqueó los dedos y vostezó desperezándose nuevamente.
Ana bajó las escaleras a las apuradas, arrepintiéndose de haber gastado sus ahorros en ese pasaje para visitar a su amigo, el cual lamentablemente ya no era la misma persona. La que ella recordaba. Pero aun así, era reconfortante saber que se encontraba tan lejos del nordeste, de aquel desastre.

Estaba cansada de tener los gritos de la gente de afuera pululando dentro de su cabeza. Le estaba “destruyendo el cerebro”…o al menos así ella lo sentía. Hacía muecas sintiendo el dolor palpitar con cada alarido de… quien sabe, protestantes, alguna marcha gay o lo que sea que estuviese pasando afuera.

No sabía donde más buscar el preciado abrelatas, ya había paseado su antebrazo por debajo del sofá, de la mesa del televisor, por toda la mesada de la cocina y no había rastro de éste. Cada vez que se agachaba, percibía de nuevo ese dolor punzante en el muslo.

Cansada de merodear a oscuras, con solo la luz residual que paseaba por la casa, restos de lo poco que entraba por las persianas, pensó en abrirlas.

Puso sus manos sobre una de las ventanas y al encontrar el metal doblado que le permitiría tirar de ésta para abrirla, lo hizo. Pero las persianas eran un tema aparte. Al parecer, la madera se había hinchado por la humedad, la noche anterior una terrible tormenta pasó por allí.

No había forma de abrirlas, al menos no para ella y sus delgados y debilitados brazos, ni para adentro ni para afuera, tampoco eran de las que se levantan con una polea. Tenía mucho sentido. Hacía casi una semana que no veían la luz del sol. Lo único que habían estado haciendo era comer, fumar, pajearse y  dormir. Sin mencionar alguna que otra línea de merca.

-No vas a poder, han de estar hinchadas- dijo una voz detrás suyo. Al voltear, vio a Esteban, mirándole el trasero, recostado por la escalera- Aun así podes seguir intentando, me gusta como lo moves.-

Ella volteó y con una expresión irónica en el rostro dijo- ¿por qué no lo haces vos…? Hombre de la casa- soltó una risa tras meditar su chiste- después de una noche de duro trabajo haz de tener un brazo fuerte-

El chico dijo- “ha ha”. Que graciosa que podes llegar a ser eh. Decime, ¿de qué sos capaz cuando sufrís de hambre? Porque no me vendría mal algo de acción. Digo, por algo me tuve que masajear yo solo.-

-No te voy a tocar un pelo salame. Sos el novio de mi prima, sabes muy bien que la única razón por la que me junto con vos es por esos ladrillos verdes que tenes debajo de tu cama. Ya no somos amigos… hace mucho que no somos amigos.-

-Creí que también me querías por el talco que me regaló el Gordo de Corrientes- dijo él riéndose y quitándola de donde ella se encontraba, para empujar con todas sus fuerzas las persianas-Y no salgo más con tu prima, soy todo tuyo-

Ella se corrió y de brazos cruzados dijo-te van a meter una bala entre las cejas, te mandó eso para que lo vendas a un alto precio. Perdió mucha plata después de lo de Corrientes, y sus…secuelas en Resistencia y Entre Ríos…-

Él usaba todo el peso de su cuerpo para intentar mover las maderas. –“lo de Corrientes, Lo de Corrientes”- dijo con una voz tonta- ¿por qué seguís diciéndolo así? Fue una infección zombi. Admitilo. Por más tonto que suene, eso fué-

-Hijo de puta. Ya te dije que cuando decis eso te estás metiendo con muchos de mis amigos que murieron por ese virus…parasito o lo que sea.- dijo ella, se alejó de él y se sentó en el mismo sofá sobre el que había dormido.

El muchacho usaba entonces una sola mano para empujar y con la otra sacaba un cigarrillo de mariguana y un encendedor de su bolsillo- ¿Virus? Un virus necesita un huésped vivo. Esa cosa es un… es… no sé. Hace a la gente zombis. O no sé, capaz están vivos, conscientes, pero nos lo ocultan-

Ana empezó a lagrimear-¿sabes lo que fue agarrar mis cosas más valiosas y meterme en una camioneta militar? Te odio, ¿por qué me haces hablar de esto?- preguntó ella ya sentada.

-Sí… sé. Me lo contaste unas 6 veces ya. Pero tenías otra casa en Resistencia. ¿Qué te haces? Casi nadie de Corrientes te caía bien. Eras una antisocial, tus “cosas”, tus “cosas” eso era lo importante para vos.-

Ana, sabiendo que eso no era cierto, decidió guardar su bronca y dejarlo seguir intentando abrir la ventana.

Cuando Esteban encendió su cigarrillo, con ayuda de la luz del encendedor vio que la traba de la persiana estaba baja. Así que en sus adentros, se rió de sí mismo y la levantó. Entonces de un solo empujón la abrió y al entrar toda la luz desde afuera, así como los aun más fuertes ruidos dijo –¡LISTO!-

Se volteó y miró a la chica achinando sus ojos por la incandescente luz.- ¡Me vas a tener que dar sexo ahora!- exclamó el muchacho a los gritos, para poder ser escuchado entre el barullo. Soltó unas risas y planeaba acercarse a ella y abrazarla en forma de consuelo, notó que se estaba comportando como un idiota.

-¡seguí soñando chabon!- dijo ella sonriendo de forma irónica.

Y cuando se puso de pié para inspeccionar el living es busca del preciado abrelatas, oyó el sonido de disparos y automáticamente se paralizó, de la misma forma que lo hizo Esteban.

Éste volteó a mirar y Ana, de forma lenta y tenebrosa se acercó con las rodillas tiesas hasta la ventana.

Quería pedirle al muchacho que se agachara, pero su garganta no respondía. Estaba muda del miedo, los recuerdos la invadían. Esas horrendas memorias.

Ella seguía encandilada, por lo que no veía más que la silueta o bordes de algunos edificios del otro lado de la calle, pero desde su posición, cada vez más agachada, no alcanzaba a ver a la gente de afuera. Parecían más hormigas moviéndose de forma desordenada.

Siguió acercándose y ni bien pudo, puso la mano en el hombro derecho del muchacho, quien miraba atónito hacia afuera.

-Agachate- gritó ella.

Él volteó y la miró desde arriba preguntando- ¿qué?- con sus ojos rojos, tanto por el cansancio como por su exceso de consumo de drogas. Y una bala entró por el costado derecho de su cráneo y salió por la órbita de su ojo izquierdo.


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