18/2/14

Dead Outbreak: Ana (Parte 1)



Si no entendes un carajo empeza a leer desde acá 





Hacía semanas que Esteban y Ana habían estado encerrados consumiendo nada más que drogas y parte de las grandes cantidades de comida enlatada que yacían en el sótano.

No habían abierto una sola persiana en meses, y la última vez que habían salido de allí, había sido para comprar cigarrillos en la estación de servicio más cercana, donde trabajaba un tal Felipe, fiel comprador de mariguana para Esteban, oficial mirador de culo para Ana.
A ella no le molestaba este pequeño detalle, es más, sentía estar haciendo un bien, ya que Felipe no aparentaba ser un gran depredador, y ella anteriormente había tenido que lidiar con uno, en los disturbios en la ciudad de Corrientes.

Despertó esa mañana con un fuerte dolor de cabeza y con una sensación punzante en el muslo, a la altura de su bolsillo, oía ruidos afuera. No cualquier tipo de ruidos, era algo desastroso, gritos, personas exclamando nombres, o el característico sonido hueco del lanza granadas de gas lacrimógeno.
 No recordaba qué había hecho la noche anterior, pero para su suerte, su amigo Esteban no estaba desnudo junto ella, como había ocurrido en ocasiones anteriores. Al parecer su anfitrión sentía que ella le debía algo por permitirle vivir con él, cuando estaba sobrio era consciente de que no era así, incluso, era un muchacho bastante educado y buen mozo, el problema era que hacía meses no había estado sobrio.

No le importaba qué hora era o cuantas veces se había masturbado antes de dormir (como en ocasiones anteriores, valga a redundancia). Ella quería simplemente comer algo y quitarse esa horrorosa jaqueca, a la cual no ayudaban para nada los desesperados gritos que oía en las calles.

-¡¡¡Esteban!!!- Gritó escaleras arriba- ¡¿dónde está el abrelatas?!-

No tuvo respuesta por parte de él, solo sintió el parquet del piso de la abitacion de arriba doblarse hacia un lado, probablemente por el mismo muchacho rotando sobre su cama. Al notar que no había signos de vida por parte de él, decidió subir para sacudirlo de los hombros.
Con cada escalón iba sintiendo como si su cuerpo pesara diez veces más. Supuso que era el efecto de las tantas sustancias que había estado consumiendo. La jaqueca la golpeo fuertemente cuando escuchó que se disparaba otra granada de gas lacrimógeno.
-¿Qué mierda estará pasando ahí afuera? ¿... alguna nueva Ley?- Pensó mientras se frotaba el costado de la cabeza.

Esteban yacía acostado, boca arriba, sin ropa y con su pene en la mano. Al parecer Ana y él no eran el uno para el otro, pero compartían rituales de sueño.

Ella puso una cara de ridículo que arrugó por completo su frente -¿qué haces hijo de puta?- preguntó a los gritos y entre carcajadas, para que éste la escuchara entre todo el bochorno que venía desde afuera.

El joven despertó y notando en qué posición se encontraba y más o menos en qué contexto también rió-eh… no podía dormir y…-

Ella lo interrumpió diciendo-por lo menos no lo hiciste cerca mío esta vez- y le lanzó un pantalón que colgaba desde una silla a su derecha.

-Todavía me duelen las bolas cada vez que recuerdo esa patada- dijo él y comenzó a vestirse. Sin vergüenza alguna de que ella lo viese sin ropa. No era la primera vez y el muchacho tenía la esperanza de que no fuese la última. Sabiendo que ella no sentía nada por él, más allá de un gran deseo de compartir sus drogas y el techo, soñaba con que tuviesen una relación amorosa.

-El abrelatas, no está en la mesita del living- exclamó Ana mientras se rascaba los ojos.-y… no sé qué mierda será todo ese ruido de afuera, me duele la cabeza. ¿Tenés alguna aspirina o algo?-

Esteban se subió el cierre y tosió las palabras-Mejor aun-y despejó su garganta-Tengo cannabis boluda- Se puso de pie y agarrando su celular de la mesa que estaba junto a su cama- fumáte cuanto quieras y en algún momento no te va a doler más. Si no es así, seguí fumando más de lo que quieras hasta que no sientas nada-

Ella se cruzó de brazos mientras él presionaba desesperadamente todos los botones de su blackberry- Sabés que algún día te van a cobrar eso y…no vendiste nada. Dejá de toquetear ese aparato, hace tres días que estas sin batería.-

Esteban furioso tiró al suelo su teléfono y gritó- ¡¿y por qué soy tan pelotudo de no poner a cargar eh?!-

-Porque no pagaste la luz y hace 5 días que estamos así boludo. ¿Qué te pasa? ¿Tantas pajas te borraron la memoria?-

El muchacho sonrió se desperezó inclinándose hacia su cama- Suele pasar- dijo y cayó encima de ésta.

-¿tenes alguna linterna? Voy a buscar yo nomas el abrelatas-

-linterna, linterna- repitió el joven entre dientes, se frotó la frente con los dedos índice y pulgar de su mano derecha y dijo con voz somnolienta- ¿quién tiene una linterna hoy en día?-

-Las personas normales…- dijo Ana frustrada.

-Exacto- respondió Esteban, chasqueó los dedos y vostezó desperezándose nuevamente.
Ana bajó las escaleras a las apuradas, arrepintiéndose de haber gastado sus ahorros en ese pasaje para visitar a su amigo, el cual lamentablemente ya no era la misma persona. La que ella recordaba. Pero aun así, era reconfortante saber que se encontraba tan lejos del nordeste, de aquel desastre.

Estaba cansada de tener los gritos de la gente de afuera pululando dentro de su cabeza. Le estaba “destruyendo el cerebro”…o al menos así ella lo sentía. Hacía muecas sintiendo el dolor palpitar con cada alarido de… quien sabe, protestantes, alguna marcha gay o lo que sea que estuviese pasando afuera.

No sabía donde más buscar el preciado abrelatas, ya había paseado su antebrazo por debajo del sofá, de la mesa del televisor, por toda la mesada de la cocina y no había rastro de éste. Cada vez que se agachaba, percibía de nuevo ese dolor punzante en el muslo.

Cansada de merodear a oscuras, con solo la luz residual que paseaba por la casa, restos de lo poco que entraba por las persianas, pensó en abrirlas.

Puso sus manos sobre una de las ventanas y al encontrar el metal doblado que le permitiría tirar de ésta para abrirla, lo hizo. Pero las persianas eran un tema aparte. Al parecer, la madera se había hinchado por la humedad, la noche anterior una terrible tormenta pasó por allí.

No había forma de abrirlas, al menos no para ella y sus delgados y debilitados brazos, ni para adentro ni para afuera, tampoco eran de las que se levantan con una polea. Tenía mucho sentido. Hacía casi una semana que no veían la luz del sol. Lo único que habían estado haciendo era comer, fumar, pajearse y  dormir. Sin mencionar alguna que otra línea de merca.

-No vas a poder, han de estar hinchadas- dijo una voz detrás suyo. Al voltear, vio a Esteban, mirándole el trasero, recostado por la escalera- Aun así podes seguir intentando, me gusta como lo moves.-

Ella volteó y con una expresión irónica en el rostro dijo- ¿por qué no lo haces vos…? Hombre de la casa- soltó una risa tras meditar su chiste- después de una noche de duro trabajo haz de tener un brazo fuerte-

El chico dijo- “ha ha”. Que graciosa que podes llegar a ser eh. Decime, ¿de qué sos capaz cuando sufrís de hambre? Porque no me vendría mal algo de acción. Digo, por algo me tuve que masajear yo solo.-

-No te voy a tocar un pelo salame. Sos el novio de mi prima, sabes muy bien que la única razón por la que me junto con vos es por esos ladrillos verdes que tenes debajo de tu cama. Ya no somos amigos… hace mucho que no somos amigos.-

-Creí que también me querías por el talco que me regaló el Gordo de Corrientes- dijo él riéndose y quitándola de donde ella se encontraba, para empujar con todas sus fuerzas las persianas-Y no salgo más con tu prima, soy todo tuyo-

Ella se corrió y de brazos cruzados dijo-te van a meter una bala entre las cejas, te mandó eso para que lo vendas a un alto precio. Perdió mucha plata después de lo de Corrientes, y sus…secuelas en Resistencia y Entre Ríos…-

Él usaba todo el peso de su cuerpo para intentar mover las maderas. –“lo de Corrientes, Lo de Corrientes”- dijo con una voz tonta- ¿por qué seguís diciéndolo así? Fue una infección zombi. Admitilo. Por más tonto que suene, eso fué-

-Hijo de puta. Ya te dije que cuando decis eso te estás metiendo con muchos de mis amigos que murieron por ese virus…parasito o lo que sea.- dijo ella, se alejó de él y se sentó en el mismo sofá sobre el que había dormido.

El muchacho usaba entonces una sola mano para empujar y con la otra sacaba un cigarrillo de mariguana y un encendedor de su bolsillo- ¿Virus? Un virus necesita un huésped vivo. Esa cosa es un… es… no sé. Hace a la gente zombis. O no sé, capaz están vivos, conscientes, pero nos lo ocultan-

Ana empezó a lagrimear-¿sabes lo que fue agarrar mis cosas más valiosas y meterme en una camioneta militar? Te odio, ¿por qué me haces hablar de esto?- preguntó ella ya sentada.

-Sí… sé. Me lo contaste unas 6 veces ya. Pero tenías otra casa en Resistencia. ¿Qué te haces? Casi nadie de Corrientes te caía bien. Eras una antisocial, tus “cosas”, tus “cosas” eso era lo importante para vos.-

Ana, sabiendo que eso no era cierto, decidió guardar su bronca y dejarlo seguir intentando abrir la ventana.

Cuando Esteban encendió su cigarrillo, con ayuda de la luz del encendedor vio que la traba de la persiana estaba baja. Así que en sus adentros, se rió de sí mismo y la levantó. Entonces de un solo empujón la abrió y al entrar toda la luz desde afuera, así como los aun más fuertes ruidos dijo –¡LISTO!-

Se volteó y miró a la chica achinando sus ojos por la incandescente luz.- ¡Me vas a tener que dar sexo ahora!- exclamó el muchacho a los gritos, para poder ser escuchado entre el barullo. Soltó unas risas y planeaba acercarse a ella y abrazarla en forma de consuelo, notó que se estaba comportando como un idiota.

-¡seguí soñando chabon!- dijo ella sonriendo de forma irónica.

Y cuando se puso de pié para inspeccionar el living es busca del preciado abrelatas, oyó el sonido de disparos y automáticamente se paralizó, de la misma forma que lo hizo Esteban.

Éste volteó a mirar y Ana, de forma lenta y tenebrosa se acercó con las rodillas tiesas hasta la ventana.

Quería pedirle al muchacho que se agachara, pero su garganta no respondía. Estaba muda del miedo, los recuerdos la invadían. Esas horrendas memorias.

Ella seguía encandilada, por lo que no veía más que la silueta o bordes de algunos edificios del otro lado de la calle, pero desde su posición, cada vez más agachada, no alcanzaba a ver a la gente de afuera. Parecían más hormigas moviéndose de forma desordenada.

Siguió acercándose y ni bien pudo, puso la mano en el hombro derecho del muchacho, quien miraba atónito hacia afuera.

-Agachate- gritó ella.

Él volteó y la miró desde arriba preguntando- ¿qué?- con sus ojos rojos, tanto por el cansancio como por su exceso de consumo de drogas. Y una bala entró por el costado derecho de su cráneo y salió por la órbita de su ojo izquierdo.


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