18/2/14

Dead Outbreak: Ana (parte 2)







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Sus ojos estaban abiertos a más no poder y respiraba agitada oyendo los gritos venir desde afuera y resonando contra todas las esquinas del living. El polvo se hacía notar entre los rayos de luz que ingresaban a la residencia.

Algunos de los alaridos incluso parecían venir desde la cocina y otros desde el piso de arriba. El eco confundía los sentidos de la pobre muchacha, que no podía hacer más que buscar cómo reaccionar ante algo así. ¿Se puede reaccionar a algo así? ¿Cuál es la forma indicada? Tenía el rostro bañado en los fluidos que salpicaron de la herida de su amigo, una herida obviamente mortal.

El cuerpo del joven cayó primero sobre sus rodillas y luego de desplomó en suelo. Como un saco de carne.


Quería llorar, quería gritar de susto, pero su garganta estaba cerrada, era imposible emitir cualquier sonido con ésta más que el de una arcada que no terminaba de completarse. Tampoco podía respirar, sentía como si su corazón fuese a detenerse en cualquier momento.

-Es…Esteban…- decía con el poco aire que tenía en los pulmones, y con sus manos tambaleándose mientras sus rodillas se acercaban la una a la otra y vibraban de forma incesante.- Esteban…-

Su visión dejó de centrarse en el cadáver cuando oyó un arañazo contra la madera del marco de la ventana. Se preguntaba cómo había podido escucharlo entre tanto barullo. ¿Qué tan intenso había sido?

Al mirar atentamente, vio cuatro líneas rojas, dibujadas con sangre, en la pared debajo del marco de la ventana. Seguía sin poder ver más allá de ésta, sus ojos aun no se acostumbraban a la luz, quizás por el exceso de sustancias estupefacientes en su organismo, o quién sabe, quizás por el shock. Ya empezaba a pensar en sinsentidos, ¿era el impacto de volver a presenciar una muerte así de violenta? ¿Las drogas? ¿Todo?

¿Qué estaba pasando?

Mientras se asomaba hacia esa luz, para con un movimiento veloz taparla, cerrar las persianas, se planteaba si realmente estaba ocurriendo, o si era solo una alucinación, un extraño sueño, como los que había tenido meses atrás cuando apenas lograron salir de la ciudad de Corrientes.

El sonido de los gritos de afuera iba invadiendo su mente, al punto en el que ya ni podía distinguirlos de sus propios pensamientos.

-No puede ser, esto ya terminó, la infección ya terminó. Ya debería haber terminado.-

Estiró sus brazos en un movimiento veloz, para alcanzar las persianas y traerlas en un movimiento único y acelerado, cuando pudo ver allí afuera. Un número incontable de personas transitaba la calle, corriendo a toda velocidad en todas las direcciones, se golpeaban unos a otros y desde una esquina, unos policías se cubrían con escudos a prueba de balas y lanzaban granadas de gas lacrimógeno. Era imposible distinguir quiénes estaban infectados y quiénes no. Al parecer un grupo había sido mordido durante la noche y deambularon hasta toparse con algunas personas a la mañana.

Se paralizó ante el escenario, el cual no difería casi en nada con lo que había presenciado en su ciudad de origen. Con la excepción de que en el Nordeste habían reaccionado de otra forma, con más profesionalismo, como si las autoridades hubiesen sido avisadas.

En buenos aires no alcanzaba a verse ningún camión juntando personas, no se alcanzaba a ver a ningún policía haciendo otra cosa más que proteger a algún civil recién mordido. El cual era realmente su deber legal, como se había enterado en Resistencia, tras la reforma constitucional, una de las más aceleradas de la historia. Era irónico, los infectados eran incapaces de votar.

Las demás personas intentaban matarlos, masacrarlos, creían que esa era la única forma de eliminar la infección.

Despertó del trance cuando volvió a oír disparos. Parpadeó y tras aclarar su vista pudo ver a un grupo de personas frente a un garaje de los pocos que no estaban molestando a nadie, quizás solo estaban de paso, yacían agachados, pendientes, cautelosos, atravesando la muchedumbre desesperada, por lo que pudo observar Ana solo querían entrar a su casa, miraban muy fijamente hacia una puerta junto al edificio propietario del garaje.

Por alguna razón, se sintió muy preocupada por la niña allí presente. Se sentía muy identificada con ésta, por más que difiriesen tanto de edad. De apariencia eran muy similares.

Los sonidos dejaron de importar, eran ignorados por su cerebro, solo imaginaba que pasaba por la cabeza de esa niña. Si realmente le preocupaba la posibilidad de morir o si solo quería llegar a casa y tomarse una leche chocolatada y mirar Dora la Exploradora mientras esperaba que su mamá hiciese el almuerzo.

La pequeña abrazaba a su madre, se la notaba asustada pero el pavor era realmente apreciable en el rostro de la mujer adulta, y ésta buscaba lugares por los cuales pasar con su hija sin que saliesen lastimados, pero era prácticamente un caudaloso mar de gente.

Un espacio entre la corriente de personas se abrió, al mismo tiempo que una bala pasó a centímetros de la cabeza de Ana, pero ésta la ignoró. Ni siquiera sintió el peligro de que volviese a pasar.

Cuando el grupo que ella observaba intentó moverse por ese recientemente formado pasillo de cuerpos, pasaron frente al garaje de un edificio residencial y un infectado se estrelló con estos.

Ana no había visto uno en ese estado hacía meses. Hasta donde ella sabía, la infección se había terminado en Corrientes y parte de Resistencia, oyó hablar de unos sucesos similares en Entre Rios, pero rumores decían que fueron solo imitadores, el único testimonio era el de una chica, que según las noticias había masacrado a sus amigos en su casa de campo. Y de igual forma, había sido muy alejado de la zona en la que se había instalado su familia.

Las personas a las que ella estaba observando en la calle forcejearon, no llegaron a ser mordidas y lograron empujar al monstruo. Pero ni bien este golpeó el suelo, salió del garaje un auto a toda velocidad y los arrolló, desarmándolos como si estuviesen hechos de gelatina.

Las líneas de sangre, el arañazo balo el marco de la ventana, se había olvidado de ellas ¿de dónde habían salido?
Sacó la cabeza por la ventana para mirar hacia abajo y tenía allí, en la vereda, a un hombre moribundo, con sus ojos inflamados y un rostro inexpresivo arañando la pared ya sin rastro de uñas en sus dedos, solo espacios sangrantes en estos. Ana cerró las persianas de un azote y  se agachó, cayó sentada bajo la ventana. Escuchó el romperse de unas botellas, seguido de unos gritos de dolor y de “Auxilio”.

Tomó aire como no había estado pudiendo en los últimos minutos y dejo salir un grito. Un solo grito, acompañado por voluminosas lágrimas y un llanto de horror indescriptible.

Cuando sus pulmones se vaciaron, volvió a tomar aire, ahora mirando el cadáver de Esteban soltó otro alarido, pero ésta ya dejaba evidente que con el primero se había lastimado las cuerdas vocales, sobre-exigiéndolas.

Oyó unas fuertes explosiones, lo cual le dio a entender que el sonido de botellas rompiéndose no habían sido nada menos que bombas molotov, y los gritos de auxilio el resultado de la distribución del liquido inflamable en tantas direcciones como la física lo hiciese posible. La habían lanzado cerca de algún auto… ¿quizás?

Volvió a tomar aire, pero cuando iba a iniciar el siguiente grito, sintió violentos golpes contra la puerta a su derecha y pegó un salto, cayendo contra el cuerpo del muchacho.

Los golpes sonaban desesperados, se acompañaban de gritos de auxilio y rogaban, como si se los estuviesen comiendo vivos- por favor, abra, abra. Por el amor de Dios, Abranos la puerta-

Ella notó que estaba apoyada sobre un cuerpo muerto y amagó vomitar. Cuando los gritos se convirtieron en gruñidos desesperados y (difícilmente visible en tanta oscuridad) un charco de sangre comenzó a entrar por debajo de la puerta, ese amague se convirtió en una toz y luego un charco de fluidos que no dejaban de salir por la garganta de Ana.

Se repetía a sí misma- No, no, no, no. No puede ser, no, otra vez no. Por favor no.- moviendo la cabeza y sin pudor de sus lágrimas, haciendo que cada extremidad temblase.

Otro sonido de una botella rompiéndose, otros gritos de dolor, otra explosión, era como un patrón que se repetía, una y otra vez.

Cada vez eran menos los gritos y más esos gruñidos desesperados, luchando por sobrevivir. Las sombras divagaban por debajo de la puerta, mezcladas con los reflejos de la sangre, que se tomaba su tiempo para coagularse. Algunos golpeaban el enorme rectángulo de madera un par de veces y antes de poder pedir que los dejasen entrar, tenían que salir corriendo, por ser perseguidos por las bestias.

Ana yacía sentada en el suelo, cerca del sofá, llorando y con una mano sosteniendo su garganta, la cual sufría de una fuerte acidez tras haber vomitado mientras su estomago tenía, prácticamente, nada en su interior.

Fue hasta la heladera, aun agachada, tanto por el susto como para evitar que alguna bala la hiriese entrando por una ventana.

Se chocó con cuantos muebles había allí dentro y al abrir el refrigerador, se topó con nada más que unas botellas de agua, lejos de estar frías, y una caja con leche podrida.

Sentada en el suelo, abrió de forma primitiva una de las botellas y bebió bruscamente, dejando que parte del líquido saliese por las esquinas de su boca y casi ahogándose por algunas gotas que entraban por su nariz.

El dolor punzante en su muslo ya era demasiado molesto. Era inevitable hacer caras expresando lo que éste presentaba.

Se sentía un poco más despierta que momentos antes, ya no estaba tan abombada ni por las drogas ni por la incandescente luz de afuera. De nuevo estaba en la misma residencia oscura en la que había estado viviendo los últimos días, o semanas, no estaba segura.

Decidió chequear su bolsillo para ver si se trataba de algo así como un alfiler o una navaja.

Pues no era eso exactamente, el abrelatas estaba allí.

Lo dejó en el suelo y suspirando, recordando por qué abrieron la ventana en un principio. Suspiró, quiso llorar nuevamente, pero le pareció irrelevante, dado que Esteban ya estaba muerto, sus lágrimas no lo revivirían, no harían nada en lo absoluto. Fue hasta el living, cuando al cruzarse de nuevo con el cuerpo desplomado de Esteban, no lo miró.

No podía hacer contacto visual con éste, era completamente repugnante, en su rostro expresaba vida, en lo que quedaba de él y no hacía más que causar más desesperación. Por lo que Ana fue escaleras arriba y buscó una sabana para cubrirlo.

Mientras lo hacía se planteó en cuanto tardaría éste en apestar. ¿Cuánto tardaría la carne en podrirse?
Recordó que las escasas investigaciones hechas a principios del desastre describían que la carne de un infectado tardaba muchísimo más tiempo en descomponerse y que era probable que el corazón latiese, pero a un ritmo tan bajo que era imposible determinarlo con métodos convencionales.

Ya podía caminar sin que sus piernas temblaran, por lo que buscó una lata de atún, otra con una ensalada de arvejas, papas y zanahorias, y comió en la oscuridad de aquel tenebroso living, con esa sinfonía de pánico de fondo, y algunas delgadas líneas marcadas por los rayos de la claridad del cielo nublado entrando por las persianas y el abundante polvo dentro de la residencia exhibiéndose sin pudor alguno.

Se armó un cigarrillo de marihuana y se dedicó a fumar y mirar hacia la puerta lo que restó de aquel día.

Los estupefacientes mantuvieron su mente ocupada, imaginaba cómo musicalizar el momento. Cómo salir de allí, qué hacer si realmente se trataba de una situación como la ocurrida en Corrientes.

“Los policías van a venir a rescatarme” se dijo a sí mismo. Imaginó la puerta abriéndose en cámara lenta y unos enormes oficiales entrando, con enormes armas. Algunos infectados se metían con ellos, pero recibían disparos en la cabeza y su sangre de desparramaba por las paredes y el techo del living. Una música épica hacia que todo fuese un gran espectáculo en su cabeza. Pero despertó del sueño consciente cuando recordó que asi no funcionaba, al menos no en Argentina.

Cualquier policía que disparase a un infectado, estaba básicamente atacando a un discapacitado. A una persona que sufría de una enfermedad, que debía ser tratada.

¿Cómo? Pues nadie lo sabía, por internet corrían unos rumores sobre un científico loco en Entre Ríos. Un hombre que había escapado de un atentado en Chaco. Guardias de seguridad de un peaje habían encontrado una especie de quirófano subterráneo, había sangre por todos lados y una rara maquina de bombeo, como si fuese a servir como prótesis anexa al sistema circulatorio. Alguien había estado experimentando con esas cosas. Pero los rumores eran can creíbles como los de la chica que asesinó a todos sus amigos. Hay incluso quienes dicen que el “quirófano secreto” se hallaba del otro lado de la ruta, exactamente enfrente a la casa de la chica.

Oyó un vidrio romperse, percibió un horrible olor a quemado y segundos después otra explosión. Alguien había apuntado con su molotov hacia el lado equivocado, probablemente otro automóvil estacionado.
No se oía sirena alguna, ni las ambulancias ni los policías, ni siquiera los bomberos querían atraer a esas criaturas.

Pero allí dentro… no importaba nada. Nada más que la tuca que ella sostenía entre sus dedos índice y pulgar. Los gritos iban cesando a medida que pasaban las horas, para la noche solo se oían pisadas mal puestas unas frente a otras y algún que otro grito de auxilio.

Imaginaba qué decir si venían agentes especiales de la policía a salvarla …“Oh dios mío, gracias al cielo están aquí” exclamaba y se reía sola.

Qué ofrecer si entraban asaltantes…“Soy un travesti común y corriente, llévense todo, pero no toquen mi pene”
Volvía a reírse, pero luego dudaba de que un transexual asustase o espantase el libido de alguien. Probablemente algunas personas tenían relaciones con infectados. Una mueca de asco la hizo imaginárselo y volvió a sentir esa horrible acides en su garganta.


Llegando la noche, se ponía a pensar que ese era el fin, que no había escapatoria. Los infectados sentirían que ella estaba allí y tarde o temprano, ejerciendo presión sobre la puerta entrarían y devorarían su carne.

Aquel escenario apocalíptico, al que ya había sobrevivido la acechaba nuevamente. No se trataba esta vez solo de sobrevivir, tendría que asegurarse de que los demás no lo hicieran. Si no había personas cerca…tampoco podría haber infectados.

Pues no fue así esa anoche. Ya que mientras ella yacía navegando por sus pensamientos, un suave golpeteo dio contra su puerta y una voz aguda y sufrida dijo:

-Por favor, dejáme entrar-



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