Solo un
ventilador viejo y oxidado gemía en su habitación aquella mañana, había dormido
solo... otra vez.
Se despertó
con los saltos de la vecina de arriba, pero no abrió los ojos instantáneamente.
Los haces de luz que el sol dibujaba al atravesar las persianas aún no habían
llegado hasta su rostro, lo cual lo tranquilizó lo suficiente como para
permanecer desparramado sobre las sabanas por otros momentos más.
Imaginó a la
chica del departamento de arriba, vestida de gimnasia, siguiendo los pasos que
hacía el entrenador en tevelsión con su extraño acento australiano.
“Y arriba y
abajo” decía mentalmente al verla hacer sentadillas en su cabeza y sentir las
maderas que los separaban rechinar con el peso.
“y
afuera adentro” susurró luego al
escuchar que los golpes cambiaban de ubicación como si estuviese realizando
saltos y aperturas de piernas.
Despertó del
todo antes de ser alcanzado por el sol. El imaginar a esa rubia de esbelta cintura
y curvas exageradas haciendo ejercicio no era bueno para la salud. Su cabello inflado
y labios de colores fuertes eran infartantes.
Se sentó
sobre la cama y dio un manotazo al despertador para desactivarlo antes de que
sonara con su canto de campanas epilépticas.
Haló las
cuerdas junto a la ventana y las persianas se abrieron del todo. Achinó los
ojos por no estar adaptado a la luz aún y observó el paisaje urbano. Autos
rojos, calles grises y vapores siendo emanados desde las profundidades de las
alcantarillas. El calor era evidente al ver a los trabajadores de traje
caminando casi ahogados en su propia transpiración.
Reposó sobre
la pared por uno de sus codos y elevó el otro al rascar su nuca. Empezaba
seriamente a plantearse si realmente quería ir a trabajar, si quería cobrar y
seguir viviendo.
Hacía semanas
que no tenía sexo y el contacto humano se estaba limitando a quienes llamaban a
la empresa de seguros y solo a eso. Ya que los demás en la oficina estaban más
muertos y robotizados que él.
Fue hasta la
pequeña cocina, donde presionó el switch de su radio portátil y extendió la
antena. Era un aparato viejo, por lo que, incluso tras aquellos garacterísticos
sonidos que parecían venir de naves extraterrestres, tardó unos segundos en
encenderse.
El
presentador de la emisora parecía estar terminando de hablar sobre el tránsito.
Cantó el clima y enumeró algunas noticias. Alguien muerto, alguien drogado, un
famoso se estaba divorciando, lo de siempre.
Calentó algo
de agua para su café y justo antes de que se lo hiciera tan fuerte como para
despertar a un muerto y tan dulce como para dejar diabético a Willy Wonka y
Charlie juntos… alguien golpeó la puerta.
Se asomó a
esta sujetando su entrepierna para evitar el tambaleo de sus semi-despiertos
genitales. Se puso un par de Jeans y una camisa roja y negra estilo leñador.
Abrió la
puerta y…sorpresivamente era su vecina de arriba. No vestía para nada similar a
como se la había imaginado. No había acertado ni en los colores ni en la forma
en la que sujetaba su cabello, pero aun así, estaba tan radiante como siempre. Como
todas las veces que la vio trotando, como todas aquellas ocasiones en las que
la vio llorando en las escaleras por algún idiota de los que ese tipo de
mujeres suelen atraer.
La chica
sujetaba unas cartas en una mano. Supuso que iba a dárselas, supuso que en su
torpeza, la rubia había tomado correo ajeno. No importaba, no tenía apuro
alguno, allí mismo lo supo.
No iría al
trabajo ese día.
Se miraron y
fue como si ambos estuviesen bañados en combustible y esas cartas fuesen la
única chispa que faltara.