Por qué dar en internet un capítulo de una historia que planeo vender...
Porque las historias están escritas para sel leidas.
Si querés leer qué pasó 10 años atra
ás en la casa de al lado (?) click acá
Capítulo
I
Bienvenido
Comenzar a ponerse serio en una relación es
casi tan estresante como terminarla.
Generalmente implica que haya, en un corto periodo de tiempo, cambios drásticos
en la vida de ambos integrantes de la misma. Y este era el caso de Wilson
Dermutig de 40 años, profesor de lengua con una suerte con la que pocos
cuentan. Sus horas de trabajo eran escasas y casi nunca tenía que
sobre-exigirse. Gracias a haber intentado meterse en la política de joven,
contaba con amigos muy poderosos, que le conseguían lugares privilegiados en
distintas instituciones, o en su defecto, cursos de redacción bastante cortos y
exageradamente bien pagados, para aquellas personas en el poder que
llegaron donde están, de la misma forma
que el Sr. Dermutig, es decir, con menos conocimiento del que deberían, y con
más amigos de los que se les debería permitir. En su mayoría eran colaboradores
de diputados.
Estaba volviendo del primer día de trabajo del
año, que era a la vez el primer día tras haberse mudado con su novia Olivia
Gonozzi y su hijo Ariel. Lo sentía como una ocasión más que especial. Era para
él un día memorable y quería pasar por una panadería para retirar el pastel más
grande, por una carnicería para hacerse con el trozo de carne más jugoso y por
la frutería para llevarse cuanto pudiese y ponerlo en una canasta en el centro
de la mesa. Lo cual, en el fondo, lo hacía sentirse un poco tonto.
Como esa
sensación de estar viendo una película en el cine y que de repente los
personajes empiecen a cantar.
Cuando su auto ya se encontraba a una media
cuadra de la primer parada, que sería para comprar el pastel, su teléfono
celular sonó, y al observar la pantalla para verificar quien lo estaba
llamando, borró su sonrisa de la cara, e hizo un puchero, como el de un niño al
que intentan hacer comer sus vegetales.
-Hola, Carol…- dijo de forma apagada,
atendiendo a la llamada de su ex.
La voz aguda y merecidamente despreciable
de la mujer lo aturdió, teniendo que alejar el aparato de su oído unos
centímetros - ¡Willy! ¿Cómo estás?
Estaba esperando que se haga el mediodía para llamarte… pero me impacienté. No
es un mal momento ¿no?-
Miró su reloj, excéntricamente puesto en el
brazo derecho, mientras sujetaba el teléfono con la mano izquierda y vio que en
aproximadamente 5 minutos cerrarían la mayoría de los negocios en los
alrededores. Y si no se apresuraba tendría que conseguir su pastel en alguna
estación de servicio de camino.
-E... estoy un poco apurado Carol, podrías
llamar... no sé, en… ¿al mediodía?- respondió mientras posicionaba el vehículo
para estacionarlo.
-Willy, es… es un poco urgente. Lo estoy
viendo… lo estoy viendo ahora mismo, está enfrente mío.- Wilson sintió como si
su corazón fuese a detenerse, pero al contrario, éste latía con mucho más
fuerza y velocidad de lo normal.
-¡¿Dónde estás?!- preguntó agitado mientras
se alejaba de la pastelería y comenzaba a subir la velocidad.- ¡¿Estás en tu
departamento…?! ¡Voy para allá!-
La mujer respondió mientras iniciaba su
llanto-No, no, estoy en la iglesia de enfrente… por favor. Quiero que vengas.
No soporto que me mire así.- él aumentaba la velocidad, e incluso evitaba
tomarse la molestia de disminuirla en los cruces o esquinas.
-¡¿Hace cuanto que lo estás viendo?!-
preguntó espantado, dificultando su respiración por el esfuerzo que hacía por
ignorar ese nudo en su garganta.- Y dime… ¿en qué parte de la iglesia estas?-
-Estoy subiendo las escaleras… voy para el
balcón. Nos vemos ahí.- La llamada se cortó, haciendo que Wilson lance el
celular a los asientos de atrás y pise el acelerador con aun más fuerza,
mientras con una mano en la frente intentaba calmarse, agachándose y acercando
la cara cada vez más al volante.
Carol era una mujer depresiva, con muchos
problemas respecto a su aspecto físico. Mas allá de ser hermosa, durante su
larga relación con Will, desenterró bien guardados recuerdos de su padre
golpeando y abusando de su madre, obligándola a ella a mirar, y en ocasiones,
participar.
Sufría de alucinaciones, en las cuales veía
a su difunto padre, con su rostro arrugado y pálido y sus abundantes canas, su
rostro expresaba unos deseos inhumanamente
bizarros. Ella decía que la imagen la observaba, y que si ella miraba
hacia otro lado, oía la voz del muerto, narrándole lo que hacía con su madre y
cómo le habría gustado hacerlo con ella misma, ya crecida y luego sus no
nacidos nietos.
William divisó el balcón de la iglesia
estando a una cuadra de distancia, y éste, para su temor, estaba vacío. Su
sangre ardía de solo imaginar el cuerpo de la mujer, desplomado en el patio del
templo, totalmente desfigurado y dibujando una circular y estrellada alfombra
roja a su alrededor.
Al parpadear dejó caer un par de lágrimas y
soltó un pequeño gemido de llanto. Las secó con el antebrazo y estacionó su vehículo tan rápido como primitivamente frente al
departamento de la chica.
Atravesó la calle con enormes zancadas, y
para él, las bocinas de los autos sonaban de lejos, y así de lejos estaba él de
darles importancia.
Entró al templo corriendo y mientras se dirigía
hacia las escaleras… la vio. Carol estaba de pie, mirando de frente al altar. Él
corrió por el pasillo entre las largas bancas, y mientras se acercaba a la
muchacha, cuyos antebrazos no podía ver, tenía la sensación de que antes de
llegar, ella voltearía llorando y con las muñecas cortadas.
Sentía cada latido como si un martillo
golpease su esternón desde dentro. Estando a tan solo unos metros de distancia,
disminuyó la velocidad, y se alivio al ver el suelo limpio de sangre.
La miró desde la derecha, estaba derramando
algunas lágrimas, pero no tenía ninguna herida, o al menos ninguna visible. Suspiró
y gimió exaltado, dio unos pasos hacia atrás y cayo sentado en la primera
banca.
-¿Cuántas veces vas a hacerme esto?-
preguntó mandando la mano a la cara, secándose la transpiración.- Y… ¿por qué
me dijiste que estabas en el balcón?
-Quería que vinieses más rápido- respondió
ella haciendo la señal de la cruz –odio cuando me mira, y cuando tu estas… él
se va-
-Iglesia… ¿en serio? Una iglesia… ya me
parecía raro que te mudases frente a una, nunca te lo pregunté, pero ¿desde
cuándo eres creyente?-
-Estoy empezando- dijo la mujer mientras se
sentaba junto a él, con una expresión nerviosa en el rostro - su voz se oye más
baja cuando rezo y aquí dentro no lo veo con tanta claridad. Casi ni lo
escucho.-
Ambos se mantuvieron en silencio. Una monja
salió del confesionario y los miró sonriente. Wilson respondió con una sonrisa
igual de simpática y la mujer fue a uno de los reclinatorios a cumplir con su
penitencia.
Un par de turistas que se hallaban paseando
por el bello patio del templo hablaban en voz baja, creando un suave eco dentro
de los cimientos, recordándole también tanto a Carol como a Will, que estaban
hablando a un volumen muy poco apropiado.
-Tus pastillas…- susurró él, enseñando la palma de su mano.
Ella metió la mano en el bolsillo derecho
de sus grandes y acampanados pantalones, haciendo un puchero y sacó de allí un
pequeño frasco con píldoras, el cual estaba casi lleno.
Él se lo quitó de la mano y sacó la tapa
con el dedo pulgar de la misma mano con la cual lo sujetaba.
Miró el interior
mientras preguntaba- ¿Cuándo fue la última vez que las tomaste?-
-Píldoras-
-No me respondiste-
-No son pastillas, son píldoras.- aclaró la
mujer.
-Como sea, es lo mismo. ¿Cuándo fue la
última vez que las tomaste?-
-No es lo mismo. Las píldoras me dan
acidez.-
Will la miró de reojo mientras se agachaba
a recoger la tapa del frasco naranja. Lo tapó y se lo devolvió.
-Son las mismas que hace dos meses
¿verdad?-
Ella se quedó mirando hacia abajo,
escondiendo su pálido rostro tras su oscuro cabello. -¿Por qué no vas al
confesionario? Digo, probablemente tengas algo qué decirle al sacerdote.- dijo
el hombre con un tono irónico.
- ¿De qué hablas?-preguntó la mujer.
-De que me mientes, que no tienes
alucinaciones desde hace tiempo. Solo excusas para ver como corro detrás de
ti.-
Ella sonrió con sarcasmo, y de voz
temblorosa preguntó – Si no me crees ¿por qué viniste? ¿A hacerme sentir mal?-
La tomó de la muñeca mientras ésta se
levantaba y de un tirón hizo que se siente. -Te creo, pero eso ya es problema
mío. Creo que sacas provecho de eso.-
Se miraron a los ojos por unos minutos.
Ella bajó la mirada y con una muy mal disimulada sonrisa, elevando el hombro
izquierdo, preguntó- ¿Cómo vas con tu novia? ¿Ya se acostumbró a tus
trastornos?-
Wilson se paró y abanicándose con el cuello
de su camisa dijo- Bien. Andamos bien. En vez de enojarse e insultarme por
tenerlos, me ayudó a solucionarlos.-
-Dudo que haya funcionado- dijo la muchacha
también poniéndose de pie y rascándose los ojos. Hacía ruidos con la nariz y
apuntaba con el rostro hacia el techo, parpadeando repetidamente.
-Tiene muchos amigos psicólogos, me
recomendó a un par. Si quieres puedo darte un par de nombres, ya que la
psiquiatría ya hizo su trabajo con vos, no estaría mal volver a intentarlo con
el campo psicológico.-
-Insisto…dudo que haya funcionado… y dudo
que funcione conmigo tampoco. Lo mío no son alucinaciones, yo realmente lo
veo.- dijo la muchacha e inició una caminata apresurada hacia la salida del
templo. Wilson la alcanzó y tomándola del hombro insistió- ¿Dudas que funcione?
Carol, si lo que dices es cierto, deberías simplemente arrancarte los ojos o ir
a un exorcista. ¿No te parece?-
-Probablemente lo haga- dijo la mujer
cuando la luz del sol golpeó su rostro.
Atravesaron la calle tomados de la mano y
al pasar junto al auto de Wilson, éste la besó en la frente antes de
despedirse. -¿No quieres pasar?- preguntó ella.
-Me encantaría- dijo él suavizándose y
evitando decir “…para que sigas reprochándome cosas en la cara”- tengo que ir a
casa a almorzar. Me esperan.-
-Está bien- expresó Carol inclinando la
cabeza- No fue mi intención molestarte.- no lo miraba directamente al rostro.
-No es una molestia, créeme, a veces
también me gusta verte- expresó él mientras ella entraba a su casa y arrimaba
la puerta.
-“a veces”- citó ella con una pequeña risa-
¿Debería sentirme halagada?
-Sí, es un poco tarde para que te mienta
¿no?-
Se miraron fijamente por la pequeña
abertura de la puerta, ella solo tenía medio rostro a la vista. Preguntó curiosa
–Y en estos “a veces” ¿Qué hace que te
guste verme?-
Él pensó bien en qué decir y trajo a su
mente un lindo recuerdo –¿Recuerdas cuando… unos tres meses después de nuestro
divorcio, me invitaste a tomar un café el día de nuestro aniversario?-
-Sí… no dejabas de mirar el bien detallado
chupetón que tenía en mi cuello.-
-Eso te lo ganas por tener el cabello
corto, pudiste haberlo cubierto- dijo él, haciendo que la chica comenzase a
reír.
-Eso fue agradable Carol. Me invitaste,
fijaste una fecha, hora, lugar de encuentro y nos vimos. Tomamos café,
hablamos… fue agradable incluso con aquella marca bajo tu mentón. Fue algo bien
hecho, organizado- dijo él evitando sonar como el psicopático que intentaba
dejar de ser- No fue una llamada desesperada que me hace casi atropellar… casi
atropellar a…-comenzaba a perder el hilo de la conversación cuando intentaba
calcular que hora era sin mirar de forma maleducada su reloj.
Ella en cambio, se había quedado un poco
atrás en la conversación-Entonces “a veces” difiere de “nunca” por aquella vez…-
dijo de voz dudosa.
-Tengo que irme. Y sí, si hablamos con
tiempo, podemos vernos, de forma pacífica. Sin que uno crea que el otro se va a
suicidar.-
-Está bien, te dejo ir. Que tengas un buen
día Willy.-
Se subió al auto frustrado, hacia fuerza
contra el volante, como si fuese a retorcerlo y formar un “8” con éste.
Al llegar a casa fue recibido por Olivia,
la cual había puesto un gran canasto de frutas en la mesa y cocinaba el trozo
de carne más jugoso para su novio.
El postre no fue anunciado sino hasta que
ella le dijo, mientras almorzaban –Ariel no viene hasta la noche, se va a
quedar todo el día en la casa de sus primos- y le guiñó un ojo.