Sorpresivamente, el camino no fue para nada dificultoso, el caos ya había ocasionado estragos suficientes como para que su caudal disminuya, al menos así se sintió hasta que llegaron a divisar el templo conocido como “La Iglesia de la Cruz de los Milagros”.
El cual
se encontraba rodeado por docenas de bestias similares a las que los
habían atacado dentro del colegio.
La
cantidad era tal que dejaba en claro que el contagio de aquella dolencia no era
posible únicamente a través de mordidas, como habían estado suponiendo
por vagos conocimientos adquiridos a través del cine.
Algún alimento
había sido contaminado hacía poco tiempo atrás. Quizás el
día o la noche anterior.
Dentro de las rejas que rodeaban el enorme patio del templo cristiano se veía a una gran cantidad de gente. Aparentemente celebrando una misa bastante ruidosa a juzgar por los enormes parlantes que apuntaban en todas direcciones. El sacerdote pegaba gritos con una sorprendente fuerza y pasión mientras el resto de las personas lo escuchan y respondían con gritos sacados de algún rincón poco agradable de la Biblia.
Dentro de las rejas que rodeaban el enorme patio del templo cristiano se veía a una gran cantidad de gente. Aparentemente celebrando una misa bastante ruidosa a juzgar por los enormes parlantes que apuntaban en todas direcciones. El sacerdote pegaba gritos con una sorprendente fuerza y pasión mientras el resto de las personas lo escuchan y respondían con gritos sacados de algún rincón poco agradable de la Biblia.
"Como si estuviese diciendo algo relevante" pensó Belén y luego prestó atención. El hombre estaba recitando una oración de exorcismo.
Debido
a los poderosos amplificadores de sonido y los potentes alaridos
del hombre, escucharon perfectamente algunas de sus palabras. "¡Aun no es
momento! ¡Retrocedan demonios! ¡Repitan conmigo!"
Todas
las voces pronunciaron "Vade Retro Satanás"
Nico
sujetó a Belén del hombro, ésta volteó y cruzaron miradas. Cada uno se
sorprendió del deformado gesto de miedo del otro. Él dijo:
–Vamos
a pasar por la plaza, no nos van a ver, están muy ocupados.
–Pero
¿vos sos estúpido?– dijo ella “musitando un grito” y volteó de nuevo la mirada
hacia las rejas. Algunas de las bestias escalaban sobre otras, se formaban
pequeños montículos de cuerpos, ya que las piernas de los que quedaban abajo se
terminaban rindiendo, y los que llegaban más alto intentaban cruzar al patio de
la Iglesia.
– Mira
eso, solo mira lo que...– otra idea salió a flote, como una fuerte llama en la
oscuridad– ¡ya sé! vamos para la avenida y rodeamos todo más vale. Sería
¿cuanto...? unas 4 o 5 cuadras de más.
–Doble… ida y vuelta, son entre 8 y 10. Escuchá...– dijo él –…me parece genial que quieras suicidarte de una forma original, pero yo voy a atravesar el parque e ir hasta tu casa.
–Nos van a ver, escuchar u oler. Y nos van a comer vivos.– susurró Belén entre dientes.
–¿Con todo este ruido? Mira la cantidad de gente que tienen enfrente. Van a estar muy concentrados.
–Doble… ida y vuelta, son entre 8 y 10. Escuchá...– dijo él –…me parece genial que quieras suicidarte de una forma original, pero yo voy a atravesar el parque e ir hasta tu casa.
–Nos van a ver, escuchar u oler. Y nos van a comer vivos.– susurró Belén entre dientes.
–¿Con todo este ruido? Mira la cantidad de gente que tienen enfrente. Van a estar muy concentrados.
La tomó
del brazo y empezó a correr.
La
adrenalina que la invadió hizo que sus piernas cedieran y terminaron
tomando el camino elegido por Nicolás. Tener la “misa del fin del mundo” como
distracción, fue, irónicamente, una bendición para ellos. Atravesaron
el frente del templo sin problemas, corriendo desesperada, pero
silenciosamente.
El
resto del camino fue para su fortuna un poco más tranquilo. La mayoría de las
personas yacían encerradas en sus casas. Miraban hacia afuera por las ventanas,
o a través de sus rejas.
No
ofrecían a nadie entrar, no atendían al llamado del timbre, el egoísmo
ciudadano nunca fue expuesto de una manera tan cruda, solo observaban como sus
prójimos corrían peligro, como si al ver las ventanas, de su televisor se
tratase y estuviesen viendo el reality-show más esperado de la historia.
Al
llegar a la calle Entre Ríos, María Belén vio un gran desastre. Frente a su
casa había una camioneta llena de cosas en la parte de atrás, pensó que sus
padres estaban preparándose para abandonar la ciudad. Porque simplemente, de
las miles de ideas que podía obtener con aquella imagen, esa era la más
positiva. Era lo que quería creer.
Él tomó
a Bel del brazo y le dijo con gestos que se escondiese tras un automóvil. Ella
obedeció por instinto, al parecer Nico estaba pensando en algo que ella no.
Desde allí, observaron bien la situación y los ojos de la pobre chica dibujaron
terror y desesperación.
Se
trataba de saqueadores, como no podía ser de otra forma en un barrio tan
céntrico, se están llevando las cosas de la casa y no había signo alguno de
lucha, es decir, ninguno de los integrantes de su familia parecía estar allí.
A sus
espaldas oían pisadas, obviamente, al ser los únicos en la calle, algunos
infectados comenzaron a caminar hacia ellos. Algunos, más rápido que otros, sin
importar el estado físico. Al volear notaron que ya estaban peligrosamente
cerca, y desde su posición, agachados detrás de un vehículo, no podían hacer mucho
para defenderse.
Uno de
los grotescos y malheridos seres de la pequeña hilera tropezó con un colgajo de
carne de su propia pierna, el resto, con el cuerpo de éste, y eso les dio un
poco de tiempo.
Belén
fisgoneó y los saqueadores parecían estar teniendo problemas para arrancar su
camioneta. Pensó en voz alta “no importa… ya no nos van a comer, no se van a
poder levantar”. Se volvió hacia la horda del suelo, y éstos se arrastraban
hacia ella y Nico, como arañas de dos patas. Podían verlos destruir las yemas
de sus dedos contra el pavimento e incluso de a momentos mover sus mandíbulas
como si estuviesen masticando.
Y sus
ojos, por encima de las heridas abiertas y los amplios manchones de sangre, la
expresión de deseo en los ojos de las criaturas era tan profunda como era
posible expresar para sus dilatadas pupilas.
Para
cuando el motor de la camioneta rugió y ésta logró marcharse, ambos se
encontraban ya a tan solo un metro de los caníbales hambrientos, se pusieron de
pie de un salto y salieron corriendo hacia la casa, donde solo quedaban objetos
muy pesados como para ser robados, como un sillón doble, y las parrillas de las
camas, además un televisor viejo.
Belén
entró con poderosos y quebrados gritos– ¡Mamá! ¡Papá!– con el miedo saliendo
desde lo más profundo de sus cuerdas vocales, mientras Nico se dedicaba a
cerrar la puerta, sus tres trabas extra y el sillón frente a ésta.
De
repente oyó un grito, era la voz de su amiga. Corrió hacia a la habitación de
donde creyó haberla escuchado, con tropezones generados por el horror, por su
misma imaginación. Se topó con dos personas, un muchacho y una chica, saliendo
de un armario, y Belén mirándolos de frente, con marcadas arrugas de enojo en
su frente.
–¿Ustedes quiénes son? ¿Dónde
están mis padres?– preguntó.
–No sabemos dónde están,
nosotros entramos para que no nos caguen a tiros, y cuando vimos que había
ladrones nos escondimos en el armario– contestó el muchacho de la pareja. Ella
no sabía que más hacer, le costaba respirar, miraba sus manos y éstas estaban
temblando, solo quería echarse al suelo y llorar, sin importarle qué más
pasaría.
Oyeron un ruido en el
garaje y la dueña de casa gritó el nombre de su mascota:
–
¡Joya!– provocando confusión en los demás.
Corrió
hacia el garaje gritando:
–¡Joya
vení!– y fue sorprendida por dos infectados, que la hicieron gritar al punto
que pudo sentir como si apuñalaran su garganta. Los empujó por puro instinto y
volvió corriendo hacia dentro de la casa.
Pidió
ayuda a los demás, para que cerraran la puerta que conectaba la cocina y el
garaje.
Decidieron
tomarse un descanso para digerir un poco lo que estaba ocurriendo. No estaban
seguros de sí era mejor eso, el silencio entre ellos hacía que escucharan los
escándalos de afuera. Los gritos habían atraído a más de esas cosas y golpeaban
la puerta tanto con sus manos como con sus cabezas. Un sonido para nada
agradable.
–¿Es…es
tu casa no?– Preguntó el muchacho, de la mano a la chica con la que se habían
refugiado en el armario. Belén estaba recostada por la mesada de la cocina,
sujetando su cabeza.–Me llamo Gonzalo y ella es Mariela. Quería… preguntarte si
hay algo que podamos hacer por vos.
–¿Cómo
llegaron acá?– preguntó Belén, con la voz ronca mientras e limpiaba las lágrimas,
sin voltear la miraba, solo apuntando la nariz hacia abajo.
–Íbamos
hacia la costanera, teníamos que el colectivo Chaco–Corrientes. Ya nos había
llamado la atención la cantidad de policía en la peatonal, a unas cuadras de
acá, cuando estábamos cerca empezamos a escuchar disparos y corrimos en
dirección opuesta al ruido…poco después, nos empezaron a seguir unas personas.
–Ni el
teléfono ni internet funcionan– dijo Nicolás tras volver de la habitación donde
se enocntraba la computadora, tenía, en su mano derecha, un teléfono
inalámbrico y en la otra un control remoto–
Encendió
la tele del living, solo algunos canales funcionaban, entre éstos, uno de
noticias, con emisora desde la capital del país.
Unos
reporteros sonreían y enseñaban imágenes de bomberos y policías abrazados, el
escudo de la ciudad de corrientes en una bandera y un subtítulo “el
simulacro fue un éxito: la reacción de las autoridades de Corrientes demostró
estar preparado páralo que sea”
–¿Qué…?–
Gonzalo mandó la mano a la boca y no pudo terminar su pregunta.
La
imagen se distorsionó, parecía haber cada vez menos señal y el audio parecía
mezclarse con el de los otros dos canales extranjeros que estaban recibiendo.
Nico
notó el efecto que la noticia falsa estaba teniendo en sus acompañantes y apagó
el aparato de una forma desganada.
El
silencio los invadió, todos se buscaron un rincón en la habitación y se
sentaron en el suelo. Belén permaneció en su lugar, se podía oír el estertor de
su llanto, entre pequeños y agudos quejidos con las palabras “¿Por qué?”
…
Para
aproximadamente las 6 de la tarde se cortó la luz. No es que tuviesen alguna
encendida, sino que oyeron cómo el motor de la heladera dejó de funcionar.
La
inconsolable dueña de casa, que en aquel momento se encontraba acostada en la
mesada, junto al fregadero de la cocina, despertó de su trance depresivo,
estiró el brazo y sacó de una lacena unas velas.
Utilizó
e fuego de una hornalla para encenderlas y las repartió a los demás, quienes
parecían haber dormido una siesta, a pesar del escándalo provocado por los
infectados.
Escuchar
golpeteos en las puertas se había convertido, con el pasar de las horas, en
algo completamente natural, y esto sumado al par que estaban en el garaje,
gruñendo y arañando el picaporte, los hizo pensar que no podían darse el lujo
de dormir en la cocina. Belén les dijo con voz forzada– Podemos ir al techo… si
quieren.
Los
demás asintieron con la cabeza y ésta los guió. Tenían que subir hasta un segundo
piso, donde se encontraba la habitación de la desaparecida hermana de Bel, y
allí atravesar una trampilla hacia el exterior.
Ya en
la terraza, podían escuchar las alarmas, tanto de autos, como casas, incluso
provenientes de zonas más allá de la avenida, al parecer la contención del
supuesto virus no había funcionado.
Olían
carne, madera y plástico quemados, entre otra gama de aromas que no alcanzaban
a distinguir.
De
pronto escucharon un fuerte choque en la esquina opuesta de la cuadra, pero no
alcanzan a ver debido a la escasa luz.
Mariela
pronunció sus primeras palabras en horas–Belén…– ésta volteó–… no quiero
que pienses que revisé tu casa pero…encontré esto– y le enseñó unas pastillas
para dormir.
Se
miraron entre todos, como si fuesen a discutirlo, pero no lo dudaron ni un
segundo, utilizando las velas como iluminación, bajaron a buscar una mochila,
la cual llenan de botellas de agua, cuchillos y todo lo comestible que encontraron,
que en realidad, no era mucho. Tomaron unas almohadas, cobertores y un par de
bolsas de dormir e ignorando el sonido de la madera de la puerta del frente,
quebrándose, subieron al tejado.
Utilizaron
las almohadas para hacerse sus camas, pero como no era suficiente, también
fueron necesarias las bolsas de dormir.
Cada
uno se tomó una pastilla, cerraron la trampilla que conectaba a la azotea con
el resto de la casa y procedieron a dormir. Tan seguros como no se habían
sentido en las ultimas largas horas.
Para el
día siguiente, se despertaron con la luz del sol, que atravesaba las pesadas
nubes de lluvia, dándoles en la cara de lleno. No tardaron mucho en darse
cuenta que todo lo anterior no había sido un sueño, sentían los gruñidos,
provenientes de las calles, arañar sus espaldas.
Tomaron
ventaja de la luz matutina para mirar hacia la esquina de Entre Rios y Bolivar,
donde habían oído el choque la noche anterior. Había un colectivo y pocos
infectados alrededor, la mayoría se encontraban en las puertas de la casa cuyo
tejado sirvió de dormitorio.
Gonzalo
exclamó asustado:– ¡Hey! ¿Cuánto tiempo se supone que nos vamos a quedar acá?–
Nico respondió
de forma agresiva:– ¿Y a donde querés ir?–
Bel se
dio cuenta de que ninguno de ellos estaba de buen humor,no le habría extrañado
que una pelea se hubiese iniciado allí mismo entre Gonzalo y Nicolás, aun así,
le costaba demasiado pensar debido a las imágenes que se habían grabado en su
mente el día anterior. Tener que ver como baleaban a dos personas y tener que
enfrentar que eso, que muchas veces conversaba con su amigo Mariano, de
infecciones zombis, usado como chiste, había tomado una forma real. Y no era
para nada divertido.
–Hey ¡Cállense!–
dice ella, mientras Mariela permanecía neutral– Vamos a llegar hasta ese
colectivo y nos vamos a ir.– improvisó.
A lo
que los dos muchachos contestaron a modo de coro:
– ¡¿ir
a dónde?!–y ella firme en sus palabras dijo– ¡Bueno dale! Quedémonos acá, total
va a anochecer y amanecer una y otra vez y no tenemos comida ni para un puto
día.–
Todos
expresaron lo mismo en sus ojos “Arriesgarse a salir… o arriesgarse a
permanecer”
Empezaron
a notar que a lo lejos se aproximan unas nubes de tormenta, au más oscuras que
las que ya tenían sobre sus cabezas. Se dificultaba más aun concentrarse con los
gruñidos de aquellos malnacidos que golpeaban contra la puerta de la casa, sn
mencionar que ya comenzaban a apestar.
Belén
los quitó del trance–Estuve en varias casas de esta zona. En esta cuadra por lo
menos, las casas tienen el mismo diseño básico–miró a los muchachos– por lo que
seguro pueden entrar desde el tejado a la casa de la esquina, salir por la
puerta y agarrar el colectivo.
Nicolás
respondió asustado, con la misma sensación de duda que había sentido al tener
que salir de la escuela– ¿Cómo sabes que la trampilla del techo va a estar
abierta? O que la llave del colectivo está ahí y aparte ni en pedo vamos a ir
estando esos bichos en la calle.
Ella
les dijo– Tengo un machete en el patio, también un martillo pesado. Y si
nosotros hacemos ruidos desde acá podemos llamar la atención de estos hijos de
puta. Lo de la llave, es un riesgo.
Abrieron
la trampilla de la casa donde habían estado el día anterior y notaron que en el
lado de adentro había unos arañazos con sangre.
Dentro
de lo que alguna vez había sido un hogar, todo estaba aún más desastroso de lo
que había quedado después del saqueo.
Mariela,
con los brazos endurecidos y comiéndose las uñas prefirió no bajar. El resto no
insistió ya que no querían perder nada de tiempo.
Corren
hasta el patio, mientras la dueña de casa aprovechó para sacar un gran cuchillo
que su padre cuidaba mucho, de la cocina, cuando notó que la puerta que llevaba
al garaje estaba hecha pedazos.
Su
reacción consistió en quedarse mirándola por unos segundos… y luego gritar
desaforadamente los nombres de los muchachos, los cuales acudieron a ella
esperando lo peor.
–¡Rápido!
¡Suban, suban!– corrieron escaleras arriba, y a mitad de camino escucharon un
grito desesperado viniendo del tejado. Era, obviamente Mariela, a quien, ni
bien llegaron arriba, vieron siendo el festín de dos repugnantes y semi–descompuestos
cuerpos hambrientos.
Gonzalo,
de la manera más rápida posible retiró a los dos atacantes de su amiga, la cual
ya no podía gritar, debido a que la mitad de su tráquea yacía entre las
mandíbulas de quien parecía haber sido un cartero hacia solo unos días.
Mientras
los caminantes se acercaban babeando sangre, Gonzalo estaba en un inconsolable
llanto sobre lo que pronto sería una bestia más, tanto Belén como su compañero
estaban paralizados por la atrapante escena de canibalismo.
Con
arcadas de por medio, ambos atacaron. Ella con su cuchillo, dirigido al
ojo de una mujer o más bien dicho “momia”, y él, con un exagerado machete,
hacia el cuello del ex cartero.
No era
tan fácil como lo demostraban las obras de ficción. Ambos se voltearon a
vomitar y lamentarse por haber tenido que hacerlo. Belén gritaba y se quejaba
de un fuerte dolor de garganta, mandando las manos al cuello.
Otra
vez se vieron en un apuro. Todo el barullo despertó aún más la curiosidad de
las bestias que aguardan fuera de la casa. Y se esforzaron aún más para tirar
la puerta abajo. Belén dijo– Tenemos que tirarles carne– a lo que el
inconsolable Gonzalo contestó– ¡NO! Ya sé lo que querés hacer– y ella prosiguió
enojada, con la voz aun más destruida que antes– No queda otra…– se asomó y
tomó el brazo de la desgargantada Mariana, el muchacho se puso de pie y la
empujó, Belén estaba en el borde, se necesitaba tan solo de un empujón para
enviarla al mar de bestias que aguardaban su descenso hacia el suelo, él
levantó el martillo como si fuese a golpearla sin piedad.
Belén,
no parecía preocupada respecto, el impacto de la herramienta no era nada
comparado a lo que le harían los caníbales, a punto de caer, miró hacia atrás
del joven.
El
cuerpo de Mariela estaba sufriendo de un ataque epiléptico. El enamorado volteó
y Belén se sujetó de sus ropas para no caer.
–¡Está
viva!– gritó el iluso portador del martillo, totalmente inconsciente, cegado,
sin darse cuenta de qué estaba ocurriendo en realidad.
Ella se
levantó lentamente, mientras sonaban los primeros truenos de lo que más tarde
será una escandalosa tormenta. Y para sorpresa del enamorado, quien cambió su
expresión de “esperanza” a “desesperación” y dejó caer el martillo al suelo, Nico
había tomado carrera, la empujó con todo su peso desde el borde del tejado y
ésta salió despegada al lago de infectados.
Gonzalo
empezó a moler a golpes a Nico, él sabía lo que acababa de hacer, por lo tanto
solo se defiende cubriéndose con sus antebrazos.
Belén
les gritó – ¡hey idiotas! No dan bola…no les importa lo que les tiramos – lo
cual detuvo la pelea… y despertó la curiosidad de ambos.
Dejaron
de lado sus diferencias, como si nada hubiese ocurrido y miraron hacia abajo.
Los cadáveres andantes se acercan solo un poco al cuerpo de la chica, pero lo
ignoraban luego de un par de segundos.
Nico
exclamó– ¡Miren, miren a ese!– señalando a uno que levantaba la nariz en una
forma menos disimulada que los demás – Pueden oler cuando la carne está infectada…
– el otro par lo miró con expresión de ridiculez, pensando que era una teoría
muy apresurada, pero no tenían nada que perder.
Teniendo
dos apestosos cuerpos humanos inanimados a su disposición, se colocaron las
ropas, distribuidas de la manera más equitativa posible. Gonzalo levantó
nuevamente el martillo y locolgo de sus jeans.
Mientras
Bel se aguantaba las náuseas al ponerse el maloliente abrigo del ex cartero
escucharon un fuerte crujido, madera quebrándose, los infectados ingresaron a
la casa.
Tomaron
su mal equipada mochila y corrieron sobre las terrazas a toda velocidad.
Llegando
hasta la casa de la esquina, no lograron abrir la trampilla, estaba cerrada.
Vieron a los lejos los infectados que llegaron al tejado de su anterior refugio.
Mientras que Gonzalo, con la parte trasera del martillo, quitó las viejas
bisagras.
Los
otros dos notaron que los caminantes estaban desorientados con respecto a su
olfato.
Lograron
abrir la entrada a la casa y sin ningún problema llegan al vehículo que de
lejos divisaron. El cual, para su tremenda fortuna, tenía la llave puesta,
combustible y espacio de sobra.
la historia sigue acá http://elmonov.blogspot.com.ar/2012/08/dead-outbreak-cronicas-tercera-parte.html