29/10/14

Cuento de terror: La Silueta.

Lo siguiente es un fragmento de una novela que estoy escribiendo, se sitúa en la casa de al lado de los personajes pricipales, unos 10 años en el pasado, pero  pero funciona como su propia historia.

La Silueta

Para la familia Enke, el evento duró un fin de semana. Un fin de semana que había aparentado iniciar como cualquier otro, nunca podrían haber previsto que éste terminaría teniendo una macabra relevancia en sus vidas.

Día 1

Los padres de Darío estaban abandonando la casa a la mañana. Su madre le advirtió que fuese a la escuela por más que ellos no estuviesen a esa hora, que algún día, él le agradecería el consejo. Pero, estando ya en el último año de la escuela secundaria, conocía como dejar con una linda ilusión a sus viejos.
Se puso el uniforme y se sentó a desayunar mientras ellos se iban a la casa de campo que tenían unos kilómetros al sur. Ambos se despidieron de Darío con un abrazo y sonrientes partieron mientras él simulaba estar apurado para ir a la casa de su compañero y así caminasen juntos hasta la institución. Pero para cuando el auto abandonó la cuadra el muchacho ya estaba arrancándose el uniforme a las corridas mientras subía las escaleras con peligrosos tropezones.

Al caer desnudo sobre la cama de sus padres, echó un vistazo a su alrededor, a ver si encontraba el preciado objeto. Se vio muy disgustado al recordar que tenía que moverse para encontrarlo.

Primero abrió el cajón de la mesa enana a la izquierda de la cama, el lado donde dormía su padre. A primera vista, no había más que esquinas de papeles plateados con uno de sus lados muy resbaladizos, evitó tocarlos e ignoró las mal escondidas tarjetas pornográficas que había recogido en la calle, durante aquel paseo por Las Vegas en las últimas vacaciones. No hubo éxito, no buscaba nada de eso.

Se arrastró hacia el otro extremo de la cama para alcanzar la mesa de su madre. Allí estaba, la llave de la bodega de vinos, también conocida como “el sótano” porque eso era exactamente.

Bajó las escaleras revoleando las pequeñas llaves con el dedo índice, iba despacio, pensando cómo disfrutaría de un buen vino tinto mientras jugaba Resident Evil 2 en su Nintendo 64, cuando oyó unos gritos en la casa de al lado y se detuvo a prestar atención.

Siempre se había sentido preparado para llamar a la policía por los disturbios de la casa de al lado. Ya su madre lo había hecho una vez, y desde entonces, la familia de al lado, los Gonozzi, nunca más cruzaron palabra alguna con los Enke.

La mujer era realmente persuasiva y de buen temperamento, había conseguido que su marido usase el apellido de ella, y que el hijo, de aproximadamente 7 años, también.
Siempre peleaban, se podían oír fuertes golpes, incluso la ruptura de muebles, resultaba increíble que siguiesen viviendo juntos, teniendo ambos un buen pasar económico. Darío suponía que por el hijo.

Los ruidos cesaron y como si nada, se abrió camino hacia los vinos y tomó uno para pasar la mañana.

Llegada la hora de almorzar se comió tantos sándwiches como pudo y siguió bebiendo, de a poco, claro, uno de los caros vinos de su padre.

El atardecer llegaba y ya se había cansado de intercalar entre los juegos de su consola, los cuales no eran muchos y puso el televisor en el canal cocina, para tentarse a cocinar o, quien sabe, pedir una pizza.

Se volvieron a oír gritos desde la casa de al lado, y lamentablemente para Darío, el sofá sobre el que reposaba, estaba junto a la enorme ventana que apuntaba hacia la casa de los Gonozzi.

Miró de reojo, sin darle mucha importancia, y podía verlos arriba, uno frente a otro, gritándose a la cara. Movió la cabeza y puso una expresión de desaprobación y vergüenza ajena. Cuando estaba por volver la mirada hacia la pantalla que tenia frente a él, paseó sus ojos por las otras dos ventanas que apuntaban hacia él. Se detuvo en una de ellas, la única que no tenía las gruesas cortinas cerradas, donde veía la luz del televisor dando de lleno contra la cara del niño, quien estaba sentándose demasiado cerca.

Entre los insultos que se gritaban los padres, Darío pudo oír uno, ”feto de mierda abortada”, el cual fue proporcionado por la Mujer, Olivia Gonozzi. Siempre era ella la que tiraba los mejores insultos, extrañamente, ya que en la calle aparentaba ser una mujer muy dulce.

El muchacho, aun oyendo la pelea cual chismoso, sintió la necesidad de gritar “muy bueno” felicitándola por “feto de mierda abortada”. Le parecía muy original y único.

Volvió a intentar prestar atención al televisor que tenía enfrente.

La pelea ya había cesado, pero se podía ver sus siluetas en el mismo lugar, estaban con las cortinas cerradas, y ya casi no había luz natural afuera.

Ya muy aburrido y ebrio, Dario volteó la cabeza, mirándolos directamente.

Pero algo más llamó su atención, la sedujo, desde su vista periférica. El niño seguía en el suelo, peligrosamente cerca del televisor, pero ahora no veía su cuerpo completo, una figura oscura se lo impedía. Frente a aquella ventana, estaba dentro de la casa, alguien. Era difícil de entender quien, o si era un hombre o una mujer. Lo que era fácil de entender, era que estaba mirando hacia afuera.

El joven Enke sintió como si alguien acariciase su columna vertebral con el filo de un alfiler, hasta llegar a la parte posterior de su cintura.

Achinó los ojos para aclarar la visión, probablemente era solo un abrigo. Los Gonozzi eran solo tres, nunca habían contratado a una niñera, la mujer trabajaba en la casa. ¿Quién era entonces?

Quedó bastante claro que no era un abrigo colgando de algún mueble, quedó bastante claro, cuando aquella oscura figura levantó la mano y la movió, saludando amigablemente a Darío.

Podía ser un amigo de la familia, podía ser un tío, un primo o simplemente visita. Pero ¿por qué se sentía tan mal ser observado por esa figura?

Causaba al muchacho una sensación de claustrofobia, de no tener salida. Como si al cruzar miradas con ésta, hubiese regalado su vida para experimentos.

Y el alfiler seguía recorriendo su espalda, de arriba abajo, poniéndole los pelos de punta.
El niño volteó y miró hacia donde estaba la figura, ésta volteó y el infante comenzó a llorar a los gritos.

Darío enloqueció, había llegado a la conclusión de que se trataba de un intruso, y estaba a punto de callar al pobre niño., quien sabe cómo.

Sus piernas no respondieron bien en los cuatro pasos que tuvo que dar para alcanzar el teléfono.

En un plazo de 5 segundos, pasó por su mente llamar a la policía, pero se planteó lo mucho que tardarían en llegar. No había tiempo, tenía que llamar a la casa, hacer algún ruido, lo que fuere.

Marcó el número de la casa de los Gonozzi, el cual estaba en una lista de vecinos junto al aparato y éste ni siquiera empezó a sonar y ya había sido atendido.

Se oía el televisor, estaba en el canal infantil. Darío reconoció los efectos de sonido de Tom y Jerry y el grito atragantado entre llantos del pequeño Ariel Gonozzi.

Miró por la ventana y allí estaba la figura, exactamente donde la había visto por primera vez, de pie, mirando hacia afuera, pero ahora su codo estaba levantado, y sostenía un teléfono contra el lado izquierdo de su cara. No podía ver sus ojos, pero Darío sabía, estaba seguro y hasta sentía que lo miraba.

El joven Enke vació el contenido de su vejiga mientras la figura bajó el teléfono que sostenía y caminó hasta que fue imposible verlo desde afuera.

Los padres de Ariel aparecieron dentro del marco visible de la ventana y callaron al niño amablemente. Lo abrazaron y lograron consolarlo hasta que rió, mientras ambos le hacían caras.

Darío, por su parte, dejó caer el teléfono al suelo y se quedó en su lugar, ya sin orina que soltar y con los ojos llenos de lagrimas, respirando hondo y sonoramente.

Sintió la necesidad de buscar el revólver de su padre, y eso hizo. Para dormir abrazado a éste.

Día 2

Despertó sintiendo la luz del sol sobre sus párpados, su cuerpo en posición fetal y un sabor metálico en la boca.

No sabía qué era exactamente, aquel gusto al que reaccionaba con tanto asco, ¿a qué se debía?

Sabía que esto le traía un horrendo recuerdo, remontándose a sus días de escuela, la chica que le había gustado, la única persona con quien había podido socializar durante aquel periodo de su vida, y la trágica muerte que ella tuvo que sufrir. Tenía en su mente la imagen de la muchacha, sentada junto al inodoro, con sangre bañándola desde el labio inferior de su boca, marcandole una línea media por todo el pecho. Los arañones rojos a su alrededor, los signos de lucha, de desesperación dentro del cubículo. El agua roja dentro del tazón. Sus ojos (por favor no, por favor, que desaparezca la imagen) sus ojos, expresando nada, demostrando nada, dando a entender que no había nada que decir, nada que hacer (vete sabor a metal, vete) el gesto de resignación total, de haber asumido su muerte, de entender que todo había terminado, (quiero suicidarme, desde que lo vi, siempre he querido matarme) un minuto antes de que así sea.

(Abre los ojos, llénalos con una imagen real, actual. Actualiza tu mente, levántate)

Su cuerpo respondió lentamente, y los párpados fueron separándose con extrema pesadez, dando a entender que miraba fijo a la delgada cortina blanca,  atravesada por los rayos de luz solar de la mañana. La primera parte de su cuerpo que pudo ver con su ojo derecho (el que no estaba hundido contra la almohada) fue su rodilla, seguido de lo que parecía ser la parte inferior de las chachas negras del Magnum 357 de su padre. Terminó de hacer un gran esfuerzo al ver su dedo meñique.

Envió una orden a éste y al resto de su mano.

-Muévete.

Y  se estiraron todos menos el dedo índice, que pareció chocar contra una delgada estructura, que lo hizo sentir nuevamente el sabor metálico, pero ahora incluso como si algo se moviese dentro de su boca.

Se volvió bastante obvio.

Abrió los ojos y vio la imagen completa, la percibió y la sensación de la piel erizada  lo hizo sentirse como un cactus.

Tenía el cañón del enorme revolver metido en la boca y el dedo sobre el gatillo.

Un violín se rompió dentro de su mente, cuerda por cuerda, y se puso a temblar. Sacó lentamente el arma y mientras se arrastraba lejos de ésta, sin perderla de vista, se preguntó a sí mismo: ¿cómo lo había hecho?, si era su intención o solo el reflejo de mandar algo a la boca mientras dormía.

Sus pies tocaron el suelo de la habitación mientras él seguía retrocediendo, dirigiéndose hacia la puerta que lo llevaría hacia el balcón interno y así a las escaleras.

-Ni siquiera lo intentes- gritó una voz femenina, el sonido venía desde la ventana.

-¿Qué…?- respondió él confundido.

-Sabes de lo que soy capaz, o mejor dicho, no, no tienes ni idea.-

No hablaba con él, era Olivia Gonozzi, discutiendo con su esposo.

-Si intentas deshacerte de mí, lo voy a hacer, voy a encargarme de que sufras, vas lamentar mucho ponerte en mi contra.-

Darío achinó los ojos y se sintió un imbécil por estar escuchando. Se volteó y caminó de frente ya a las escaleras. Pero claro, los gritos seguían entrando por las enormes ventanas de la residencia Enke.

-¿Que vas a hacer basura? ¿Vas a matarme?-

-Eso sería patético, te ahorraría la tortura.- Respondió la señora Gonozzi mientras el joven hacía caras expresando lo patética y exagerada que parecía la pelea y su profuso eco, al tiempo que programaba la máquina de Expresso para que le preparase un cappuccino.

Algo ocurrió, algo que hizo que el joven solitario cambiase la expresión de su rostro. Oyó al hombre de la casa de al lado llorar. Lloraba a gritos, de lo contrario no habría podido escucharlo.

Se acercó a la ventana del living, junto al sofá, el cual estaba frente al televisor. Daba directo a la casa vecina, desde allí se pudo oír perfectamente como el hombre cayó de rodillas contra el piso de madera de la planta alta.

-Déjanos en paz- dijo el hombre, con la voz temblorosa, lleno de miedo –déjanos volver a nuestra vida de antes.

Darío no podía verlos, no quería abrir las cortinas, tampoco le parecía tan interesante, los dolores de cabeza lo estaban haciendo fruncir el ceño de tan fuertes, solo estaba haciendo tiempo mientras su café mata-resacas se preparaba.

-Devuélvemela- gritó el hombre justo cuando el muchacho se había volteado para volver a la cocina. Se quedó de pie, y lentamente volvió hacia la ventana, con una fuerte expresión expectantica.

-Devuélveme a mi esposa, te lo suplico- exclamó Dante Gonozzi entre fuertes llantos- déjanos en paz.-No hubo respuesta alguna por parte de la mujer.

Darío se asomó con la mano hacia adelante y corrió las cortinas, viendo de frente el marco que había observado la noche anterior. Donde había estado el niño viendo la tele. Sintió un vacio enorme, como si la imagen estuviese incompleta, como su hubiesen quitado algún mueble.

El niño pasó caminando, pero aun así, siguió sintiendo esa sensación de ausencia, como si sus venas y arterias estuviesen vacías o llenas de aire. Esa sensación de completa desorientación, faltaba algo. ¿Un objeto? ¿una persona? ¿una… una figura?

Lo golpeó como una flecha en la espalda. La figura, la silueta de la noche anterior. Su mirada (me estaba viendo) su pesada mirada depositada sobre (sobre mi rostro, sobre mi jodido rostro) la piel de Darío. La cual había sido víctima de un escalofrío extremo, horas atrás.

-Eso… eso no pasó- dijo en voz baja- Eso no… no pasó- se repitió luego más fuerte. Intentando auto convencerse.- Fue un sueño, obviamente tomé demasiado vino y…- bajó la mirada detrás suyo, una asquerosa macha de orina yacía allí, y a su lado, un pantalón hecho bodoque.

-¿El arma, por qué fui a buscar el arma?- susurró, y una campana le avisó que su Cappuccino ya estaba listo.

Fue hasta la cocina, sirvió y tomó el café lo suficientemente rápido como para no sentir que le faltaba azúcar. 

Dejó la tasa es el lavavajillas y se sentó en la mesada con la columna encorvada, apoyando los codos sobre los muslos.

-Porque estaba ebrio…obviamente- dijo elevando la voz –y hoy voy a estarlo de nuevo- exclamó sonriendo y mandando una mano a la nuca.

Darío se había vuelto, secretamente, un alcohólico hacia un par de años, cuando su poco eficiente psicóloga decidió que ya no era necesario tratarlo. Hacia unos años, a inicios de la escuela secundaria, buscaba por los pasillos a Celina, la chica que le gustaba, quien había desaparecido unas horas atrás. La encontró en un baño alejado de los salones que tenían alumnos en aquel horario. Estaba muerta, había estado vomitando sangre.

Comió unos cuantos sándwiches y los hizo bajar con un vino blanco de buena marca. No estaba seguro de si esto lo ayudaría a digerir la situación o lo volvería más paranoico aun.

Se sentó en el sofá frente al televisor, pero en el extremo opuesto a la ventana. No soportaba la sensación de deja vú que se apoderaba de él al escuchar cualquier sonido proveniente de la casa de al lado. Seguía dudando respecto a la veracidad de sus recuerdos. Era imposible… era… poco probable.

Encendió el aparato que tenía frente a él y se topó con el canal de cocina. Enseñaban a preparar una salsa particularmente espesa.

Estuvo a punto de cambiar el canal cuando el chef tomó una botella de vino tinto, lo cual tentó al muchacho a dar un trago a su traslucida bebida. Disfrutó del prolongado sorbo con los ojos cerrados, y los iba abriendo a medida que bajaba el envase.

Cuando éste se apartó y le permitió ver la pantalla del televisor. Vio al hombre verter la sustancia en la salsa y dar a ésta un color fuerte.

Incluso teniendo el fuerte vino blanco en la boca, lo sintió de nuevo. Sintió el sabor metálico.
(Celina) dijo en su cabeza y tuvo nuevamente la imagen de la chica muerta abrazando el inodoro.

Subió las escaleras y volvió a recostarse en la cama matrimonial, donde bebió hasta quedarse dormido, lenta y emborrachadamente.


El sonido de una cachetada invadió la oscuridad de su profundo sueño, y cual caricaturista lo escribió en su mente como un “SLAP” dentro de una explosión puntiaguda de onomatopeya.

-¡Basura! ¡Déjalo!- gritó una voz de hombre, y Darío escuchó y visualizó al marido de Olivia Gonozzi extendiendo la mano.

Hubo silencio, de vez en cuando interrumpido por un suave llanto, que no quería mostrarse, como si su autor quisiese mostrarse valiente.

La voz de un niño dijo- Mamá…- y el resto fueron sonidos de tablones golpeando un cuerpo, una bolsa de papas o quizás un boxeador moliendo a puñetazos un colchón.

El objeto dejó de golpear los tablones y se desplomó con un sonido más lejano que el inicial.

-¡¡Ariel!!- gritaron dos voces al mismo tiempo, la de un hombre y la de una mujer.

-Dios mío- se oyó con un tono femenino. ¿Qué has hecho? ¡¿qué me has hecho hacer?!-

Despertó. Tenía que llamar a las autoridades. Las imágenes en su semi-despierta cabeza se equivocaron, hizo la relación y lo entendió. Habían lanzado al niño por las escaleras.

Se levantó de la cama transpirando, encendió el velador a su derecha y vio en el suelo la botella vacía. Algo de lo cual no estaba seguro de si quería sentirse orgulloso o indignado, de un solo salto se puso de pie, mientras la voz del hombre expresó-No… la culpa no es ni tuya ni mía, tu madre, esa hija de puta… nos metió en esto sin advertirnos, y todo por ti.-

Abrió la puerta que llevaba al balcón interno, que comunicaba las habitaciones con la escalera.

Se visualizaba poco y nada por fuera de la habitación, y menos aun estando el velador encendido a sus espaldas, haciendo que su sombra cubriese el camino por el que iba a caminar, por pura costumbre cerró la puerta a medida que apuntaba su correteo hacia la escalera.

Dio dos largos y acelerados pasos cuando chocó contra algo, un algo que sintió más como el pecho de alguien, de alguien alto, y fuerte, ya que no lo movió ni un centímetro.

Darío dio unos pasos hacia atrás, su vista aun no estaba adaptada a la oscuridad, pero lo entendió, entre la gama de azules oscuros que ilustraban el panorama, pudo ver sus bordes, su contorno. La figura estaba frente a él. Levantaba los hombros cada vez que inspiraba y los bajaba al espirar.

Ya no se podía describir al miedo como un alfiler acariciando la línea media de su espalda. Ahora, cada bello de sus antebrazos y de su nuca se sentían como uñas clavándose en la piel, arrancando la carne, como bestias desesperadas por salir.

El sonido de sus pasos en reversa interrumpían la tensión, y el muchacho no respiraba, no podía hacerlo y realmente era necesario. En vez de hacerlo, tomó aire profundamente al sostener el picaporte de la puerta a sus espaldas, y abrió la puerta, esperando que la luz hiciese que aquella sobra tridimensional desapareciera, que se alejara al menos, pero solo sirvió para que se diese cuenta de que era aún más real, más solida, su presencia se tornó diez veces más aterradora.

Cuando la figura empezó a acercarse hacia él, gritó, gritó como si se lo estuviesen comiendo vivo. Su imaginación se anulaba al intentar pensar qué le haría esa cosa.

Lanzó su cuerpo a la cama, cual niño, pensando en esconderse bajo las sabanas y gritar por su mamá. Pero al ver el arma, pensó que si esa cosa era tangible, probablemente era posible lastimarla. Empuñó el revolver y no pensó dos veces antes de apretar el gatillo en dirección a la figura.

Hizo dos agujeros en la puerta de la habitación de sus padres, y esa cosa ya no estaba.

Se quedó en esa posición unos dos minutos y recordó que podía moverse cuando por la ventana entraban las luces verdes de una ambulancia, que probablemente habían llamado los Gonozzi para que atendiese a su hijo.

No podría volver a dormir tras el evento, de eso estaba seguro. Pero de todas formas se recostó.
Percibió un extraño olor, extraño, pero similar a la vez. Estando recostado, miró a su derecha, y allí estaba Celina, de pie. Haciendo un gesto con la mano, llamándolo.

Día 3


Un auto estacionó frente al garaje de la residencia de los Enke, se oyeron las risas de los padres de Darío al bajar del vehículo. Conversaban de lo agradable que fue el fin de semana, estaban felices de ver a su hijo.

Dentro de la casa solo se oía el reloj que se encontraba sobre la puerta de la cocina. Es más, el silencio era tal, que se lo escuchaba desde las habitaciones.

El eco había aumentado, ya que pocos muebles yacían levantados. La mayoría estaban en el suelo, otros inclinados, rotos o sin sus cajones puestos. El piso estaba lleno de papeles y objetos pequeños que parecían haber salido despegados de donde habían estado guardados.

Las camas estaban desarregladas, las pantallas de los televisores, destruidas, como si alguien las hubiese golpeado en el centro.

Se oyó la llave girar en el cerrojo, la pareja abrió la puerta y se encontraron de frente con el espectáculo del blanco de la pared marcado con un salpicón con la forma de un triangulo invertido. Bajo su vértice inferior yacía el joven, con sus ojos inexpresivos, la boca abierta y en la parte trasera de su cráneo una abertura similar a una flor en plena primavera. Su mano derecha sujetaba el revólver como si se hubiese aferrado más a éste que al mismo deseo de matarse.


Las Tortugas Ninja (2014) Reseña de película (sin Spoilers)

Antes de empezar hay unas pequeñas cosas que aclarar

Una de ellas es que la idea de unas tortugas adolescentes mutantes ninja…es estúpida, pero brilla hace más de dos décadas por su originalidad. Existen muchas series animadas, 5 pelis, de las cuales 4 tienen actores reales interactuando con las tortus, incluida ésta.

Otra cosa a aclarar es que Desde chico fui muy fan, veía las series, tenia los juguetes y amaba la primer y segunda peli, y cuando vi la 3era fui abandonando el vicio porque simplemente le perdí respeto. Logre revivir un poco con la película animada TMNT en el 2009…pero ahí nomas quedó.

Oooootra cosa es que me puse a ver ésta, la más actual con cero expectativas. Me enteré que la producía Michael Bay y todo lo que ese hombre toca, no importa en qué se base, se vuelve aburrido y estúpido, por lo general está filmado como pornografía contemporánea de buena clase, con lindos efectos pero la gente está usando ropa. Pearl Harbor, Transformers, The Purge, Pain & Gain.

A ver… primero hablo de lo bueno y después de lo malo… pero de antemano, me gustó. Y no voy a compararla con las anteriores pelis porque es totalmente otro estilo de comedia y acción, muy distinto al del siglo pasado.

LO BUENO

Pensé que Megan Fox no iba a ser buena como April O’Neal. La Srta. Fox por lo general se ve muy bien, solo que no es lo que yo llamaría una actriz. Sí, trabajó en muchas películas. Pero el auto de Batman también estuvo en muchas pelis, y no es un actor, es solo un lindo complemento, parte de la utilería en el set para hacer que tu obra sea agradable y/o que más gente quiera verla. Por ejemplo en Transformers, ¿qué hace? Posa…y…posa. ¿Por qué el personaje principal se enamora de ella? Pues, porque sabe posar.

Pero en ésta, la verdad que actúa, y es mucho decir. Porque la última vez que la vi haciendo un personaje y haciéndome creer-Estoy viendo a un personaje distinto que en los otros trabajos de esta mina- fue en… en…………..(¿?)

Otra cosa, las tortugas se ven bien. Como es IGC (Imagen generada por comutadora, duh) no todo el tiempo crees que están ahí, moviéndose en el set, con esa iluminación, en ese momento. Lo que convence son sus movimientos, ya que en el set había actores reales, a los cuales les metieron censores hasta en el culo. Cada una tiene una apariencia distintiva, a diferencia de las series animadas, en las cuales, si vieses en blanco y negro, no sabrías quien es quien, lo único que las diferencia son las máscaras. Cada tortuga tiene una voz que va con su personalidad y a la vez cada personalidad, a diferencia de cualquier peli de Michael Bahía, es interesante y agradable.

Se mueven como ninjas, y no te preocupes que hay una buena dosis de violencia in-necesaria.

Las escenas de acción son una masa, se entiende lo que está pasando, no como en transformers.

Los actores son buenísimos… casi todos.

La comedia es buena, hay chistes escondidos, en los cuales no hay una pausa para que los proceses del todo, pero unos segundos después volves y pensas-eeeh…bien ahí.

Lo malo

La historia, es muy boluda, contrarresta con la acción…pero bueno, son tortugas adolescentes mutantes ninja.

Las escenas que más deberían gustarme, que serían los momentos de exposición y los diálogos, o sea cuando estamos conociendo a los personajes, cuando escuchamos qué tienen que decir, donde nos tienen que caer bien, estan filmadas como escenas porno (gracias Michael…) pero todos están usando ropa. Y la cámara no queda quieta. O sea están hablando, dejá que tus actores actúen.

¿No me crees que parece porno? Ok, compará estos ángulos.









Disfrútenla…