25/5/15

Relato: El Despertar del Coloso

Nadie supo jamás por qué ocurrió, y pocos tuvieron el tiempo de plantearse si realmente estaba ocurriendo. Quizás, si existe algo después de la muerte, pudieron allí reflexionar al respecto.

Transcurría un día común y corriente para cada cultura del planeta y ningún evento más allá de lo conocido como globalmente cotidiano estaba tomando lugar, cuando por las redes sociales y los medios privados comenzó a circular la imagen de lo que parecía una gigantesca espalda humana emergiendo desde las profundidades del océano pacífico.

Venía acompañada con mensajes conspiracionistas y confirmaciones poco creíbles de que la NASA la había tomado y que no tenían idea de qué se trataba.

A pocos le importó hasta que todos los programas, tanto de televisión como de radio fueron interrumpidos por un mensaje desesperado, a los gritos. Algunos servidores de red no funcionaban de tan saturados que se encontraban por personas buscando explicaciones.

Se hablaba de terremotos, tsunamis, cambios en las corrientes de viento y desplazamiento drástico de nubes y tormentas.

“Vayan a espacios abiertos, aléjense de las construcciónes” era el mensaje más repetido.

El primer temblor azotó a distintas partes del planeta de forma simultánea, las aguas acabaron con gran parte de la vida que habitaba las costas de los continentes.

¿Qué estaba pasando? ¿por qué?

Nadie lo sabía, pero algunas líneas aun funcionaban. Circularon por los celulares fotos de lo que, entre nieblas y humo parecía un torso humano, visto a una distancia de miles de kilómetros. Un temblor nuevo aparecía cada 30 minutos. Sin pausa, y una potente ola venía luego de éste y seguía ahogando a las victimas costeras.

Las ciudades perdieron su estructura al cabo de tan solo unas dos horas. Las imágenes cambiaron también, ahora parecían haber sido tomadas desde aviones de batalla, enseñaban un hombro y la silueta de una cabeza vista a través de las más altas nubes.

El sonido de explosiones comenzó a invadir la flora y fauna de sonidos. Pero ya no eran las petroleras, eran explosiones nucleares. Quienes lograron visualizar los hongos de humo a su imponente altura no vivieron para contarlo.

El cielo se oscureció con el correr de minutos y los satélites pudieron por fin apreciar de qué se trataba, cuando la luz del sol dibujó la sombra de aquello que estaba taladrando la tierra.

Era un gigante, del tamaño de un país. Era como un humano, bien proporcionado, cuya estatura era comparable al largo de chile. Se movía lentamente, sus piernas aún se encontraban bajo agua. ¿Qué hacía allí? ¿hacía cuánto que se encontraba dormido? ¿qué lo despertó?

La humanidad no tuvo la oportunidad de preguntárselo, pues ésta ya se encontraba extinta para cuando éste logró pisar tierra.

Se agachó y de un solo impulso con sus piernas se despegó de la esfera verde y azul y ésta se desmoronó y dispersó algunas de sus partes hacia otras órbitas.


El gigante viajó, quien sabe a dónde, quizás, un lugar donde pueda dormir más tranquilo, y sin molestias.