Después de haber recibido la noticia
de parte de mi amiga, diciéndome que un amigo mío se había suicidado junto a
ellos, no entendía nada. Ella solo dijo que me vería en persona y me explicaría
todo lo que había pasado, sus palabras fueron:
–Decime como llegar a tu casa,
rápido, por el ruido van a venir más de estas cosas–
Les expliqué como llegar y me
encerré en la garita policial, donde había solo una Cachiporra y un pequeño
baño. Detrás de ésta una
camioneta con el frente destruido. Inutilizable.
Las ventanas de por sí siempre
habían estado rotas. Eran tres en total, de las cuales dos estaban tapadas por
unos cartones, la otra… me servía para espiar hacia afuera.
Podía oír a los monstruos
golpeteando las rejas de mi casa e intentando salir.
Había más de ellos allí dentro que
los 3 o 4 que estaban en la calle caminando en círculos.
Creo que no podían percibir mi olor gracias al enorme basural que se hallaba a media cuadra de donde me encontraba.
Parte de la flora y fauna cotidiana-cultural
de la ciudad.
Pasada más o menos media hora los
divisé desde lejos, un colectivo, con todos los sonidos posibles, llamando la
atención de los caníbales.
Se detuvo y salió un muchacho
diciendo:
– ¡Hey! ¡Acá estamos, subite!– abrí
de golpe la puerta de mi pequeño refugio y salí corriendo hacia el vehículo.
Al entrar vi a Belén sentada, con
una desesperación increíble en su rostro, aquel muchacho extraño conduciendo y
más atrás, en el último poste del colectivo, donde se presiona el timbre para
detener el bus, vi que tenían a uno de estos bichos, esposado de su muñeca
derecha, con los ojos blancos casi en su totalidad.
Le grité al chico para que
acelerara, pero Belén me detuvo– ¿Y tu familia? Tu viejo nos puede ayudar con…–
La interrumpí– Callate– mire al
muchacho otra vez y dije– ¡Acelerá! ¡Acá no hay nada!– y éste obedeció.
Me acerqué a Belén, quien estaba
temblando y con la mitad derecha de su rostro salpicada en sangre.
No me decía nada, me miraba y
apretaba los labios, como si estuviese intentando no colapsar.
Pregunté– ¿Eso es de… de Nico? Esa
sangre–
Ella cerró los ojos, mientras
lagrimeaba. Mmovió la cabeza en señal de confirmación. Su nariz hacía ruidos,
intentaba frenar la flema de su llanto.
Quien manejaba, me dijo– ¡Mariano!
mucho gusto, me llamo Gonzalo.
Me acerqué, le pasé la mano y vi que
su pantalón también estaba salpicado de sangre del lado izquierdo. Después me
voltee a ver al maloliente pasajero que iba esposado, haciendo sus horribles ruidos.
Con toda la bronca del mundo, y
desconcertado, fui hasta allá atrás con las intenciones de moler a golpes al
horrible ser, que solo levantaba la nariz y gruñía.
Mientras me acercaba a él, con una
caminata rápida grité– ¡Y vos ¿quien sos eh?! ¿Tuviste algo que ver?– y a punto
de golpearlo con mi recientemente adquirida cachiporra, lo reconocí… reconocí
su rostro.
Era mi amigo Bruno, de la escuela. Solté el arma y empecé a temblar, y ver qué le había pasado.
Su camisa, en la parte del pecho,
estaba llena de agujeros, al parecer de balas, por el tacto era obvio darse
cuenta de que muchas de sus costillas estaban hechas pedazos y la mayor parte
carnosa de su antebrazo izquierdo no estaba. Podía ver sus huesos.
La cornea de sus ojos estaba destruida
y llena de polvo y tierra. Mientras que me daba cuenta de todo esto
gritaba:
– ¡¿Qué pasó?! ¡¿Cómo?! ¡¡¡¿Cómo
pasó esto?!!!–
Belén se levantó de su asiento, me
agarro del brazo y me dijo– ¡Lo mataron a tiros!-
–¿Q-Quién? ¡¿Por qué?!- pregunté.
–Médicos…unos tipos con un traje que
parecía anti-radiación o anti… qué se yo.
Me quedé mirándola, con sorpresa, y
volví a mirar a quien alguna vez fue Bruno.
–¿Y Nico? ¿Qué le paso a Nico? O
sea, ¿cómo fue? ¿Intentaba cargar el arma o algo?–
Bel, mientras intentaba inútilmente remover
la sangre ya seca de su cara dijo:
– La radio, empezamos a escuchar que
hacía ruido y nos acercamos al poli que estaba en el suelo. Mientras yo
hablaba, Gonzalo se paró atrás mío, Nico estaba a mi izquierda, revisando
el cuerpo, y saco el arma y, no sé, no sé qué le pasó, se pegó un tiro, puso el
arma en la boca y…–
Vi que le costaba respirar, empezó a
toser, se tambaleaba y terminó vomitando.
–Y... ¿así nada más? ¿Se mató
enfrente de ustedes?- pregunté insensible, más preocupado por el fallecido que
por ella.
–No– dijo Gonzalo– Llegué tomarlo
del codo antes de que disparara... la bala salió por debajo d su oreja. Ha de
haber muerto por pérdida de sangre.
–¿"Ha de haber"? ¿Acaso lo
dejaron ahí tirado para que muera agonizando? Pudieron usar esa arma para
rematarlo.
Belén me detuvo.
– No sé por lo que habrás estado
pasando en las últimas horas Mariano, pero rematar a una persona no es
exactamente lo primero en lo que uno piensa cuando sabe que el sonido de un
disparo, al menos desde ayer, es una sentencia de muerte para quienes estén
cerca.
Por unos instantes solo se oyeron dos sonidos, el del motor del vehículo y la respiración de Bruno.
–¿Para donde se supone que vaya?-
preguntó Gonzalo, rompiendo la tensión.
La noche anterior me había enseñado
algo, esos camiones, todas esas personas... iban al puente, iban del otro lado
del río.
–Nos vamos a ir para resistencia...–dije.–Anoche
vi a militares evacuando la ciudad y...-
Seguí preguntándoles– ¿Por qué
tenemos a un cadáver encadenado con nosotros?– y mientras mi amiga tosía por la
picazón de garganta tras su vómito, el conductor me dijo:
–Ella dice que tu viejo es doctor,
podría, no sé, decirnos algo de estos bichos.
–No sé nada de ellos hace horas,
dudo que siquiera estén vivos o... mierda, espero que no les haya pasado nada.-
Suspiré y traté de no preocuparme
demasiado, en aquel momento, era inútil. Empecé a mirar de cerca al infectado.
Dije en voz alta– Miren esto –
mientras el horrendo bicho intentaba arrancarse la mitad derecha de su labio
inferior con sus propios dientes.
–Sí, él solo se comió su propio
brazo– me dijo Bel.
Seguí observando y pude ver mejor lo
destruidos que estaban sus ojos, y totalmente secos
–Este bicho está ciego– dije– Miren
cómo usa su nariz para seguirnos–
Mi amiga cuestionó– ¿Por eso será
que caminan así?–
Al parecer los infectados empezaban
a perder control de sus músculos de a poco, y primero eran afectados los de los
parpados. Al no parpadear se secaban sus ojos y empezaban a tener lesiones en
las corneas.
Nuestro Chofer, muy interesado en la
conversación, volteo a mirarnos mientras conducía entre vehículos abandonados
en la avenida principal de la ciudad.
El colectivo chocó con tal potencia
que todos salimos despedidos hacia adelante, con excepción de él, que llevaba
puesto el cinturón de seguridad.
Fue el primero en protestar–
¡MIERDA!– e intentó arrancar de nuevo.
Belen y no nos habíamos lastimado
gravemente. Desde el suelo, pude ver a Bruno, protestando mientras difícilmente
se levantaba y gritaba, unos alaridos repugnantes, acompañados de diminutas
gotas de sangre.
Bel le decía– ¡¡¡Shhhh, callate!!!–
y Gonzalo seguía intentando hacer arrancar al vehículo.
Yo, desconcertado por el golpe, me
levanté y cuando logré aclarar mi visión, divisé por la ventana, a cientos de
horribles e incompletas criaturas viniendo, desde el otro lado de la avenida
hacia nosotros, atraídos por los alaridos de nuestro moribundo acompañante.
Sugerí espantado, invadido por la
adrenalina–Vamos... vamonos... ¡CORRAN!– cuando reaccionaron, empezaron a
desesperarse.
Gonzalo intentaba abrir las puertas del Colectivo entre quejas– No sirve esto la puta madre, ¡¡¡no se abre!!!–
Y Bel intentaba des-espozar a Bruno
–¡deja eso!– le grité– No nos sirve para nada– y con la cachiporra rompí los vidrios del colectivo– ¡Gonzalo!, ya fue, vamos– y comenzamos a correr.
Miles de autos chocados, por todos
lados, mas y mas bestias comenzaban a salir de todos los rincones. Algunos, los
que al parecer aun no estaban ciegos, corrían, con una bestialidad terrible.
Uno de ellos logró agarrarme, me
estiró de la remera y me lanzo al suelo. Se puso encima mío e intentaba
morderme el rostro, yo lo frenaba con las manos en el cuello y apretando su
tráquea, pero el monstruo no sentía dolor, le faltaban partes de la cara y se
mordía los labios de abajo con una velocidad terrorífica, haciendo que me cayera
sangre encima.
Cuando el ser se puso más astuto e
intentó morder mis muñecas...
¡BAM!
Una bala le atravesó el cráneo. Me lo quité de encima, y Gonzalo, con un arma 9 mm en una mano y la otra extendida para ayudar a levantarme me dijo:
– Qué suerte que tenés hijo de puta.
Continuamos nuestro maratón, con una
mezcla entre sonrisas y cara de horror, hasta que Bel alcanzó a ver una
ambulancia con sus puertas y la parte de atrás abierta.
Me subí adelante junto con quien me
salvo la vida, mientras él conducía y Bel se metió en la cabina de atrás.
Nos alejamos de la multitud con rapidez, y como Gonzalo había dicho...suerte. Mucha suerte.
Vi que nuestra amiga empezó a
llorar, mientras nos acercábamos cada vez más al puente.
Gonzalo notó que la estaba viendo y me dijo– ¿No sabes nada de tus viejos?– a lo que le contesté con un “no” muy tímido y poco sólido, seguido de:
– Espero que se hayan avivado e ido
para el puente–
Yo sabía que él tenía algo triste de
qué hablarme, había perdido a alguien sino a todos en estas últimas horas, pero
no se animaba…y decidí no presionarlo.
Todo quedó en silencio, por un par
de minutos, excepto porque podía oír a nuestra amiga en la cabina de atrás
llorar inconsolablemente.
Había olvidado algo, no mencionó
nada de sus padres, de sus hermanos… ¿habíamos quedado todos huérfanos a los 18
años?
Al llegar más cerca del puente,
esquivando autos chocados vimos algo muy poco alentador. No se alcanzaba a ver
la calle, estaba totalmente lleno de autos, por lo que habría que cruzar
caminando.
Nos bajamos tranquilamente. Estaba
todo muy despejado excepto por la leve llovizna. Se oían gritos de
desesperación saliendo de la cárcel, junto al puente, al parecer los
reclusos fueron dejados a su suerte en las jaulas.
Abrimos la parte de atrás de la
ambulancia, de donde bajó mi amiga con una gran impotencia y la abracé,
mientras derramaba lágrimas en mi hombro.
Gonzalo sacó el arma de su bolsillo y empezamos a escuchar unos mordisqueos.
Volteé y vi a un hombre agachado, de
espalda a nosotros comiéndose las vísceras de una mujer con el vientre hacia
arriba.
Furioso, le pedí el arma a nuestro
amigo y dije:
– Dejá, éste es mío– y mientras me
acercaba, apuntando hacia la cabeza del caníbal dije– Necesito ésto…– y el
sonido de mi voz hizo que se diera vuelta, levantando su nariz, como si
reconociese mi hedor. Sus ojos estaban blancos, había sido infectado hace
horas, la expresión de su rostro era muy triste, y tenía varias mordidas en el
brazo izquierdo. Le faltaba parte de la mano… Lo reconocí.
Caminé hacia atrás, temblando, sin
respirar, con las piernas heladas… sí, era mi papá, a quien tenía que disparar
para seguir.
Todo termina acá