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Esta historia es una continuacion de Dead Outbreak: Por Favor (parte 4)
-Gracias por quedarte…-
-No es nada…- dijo él y presionó los labios. Era mentira, de
verdad tenía que irse. Ver cómo la sombra de los árboles se desplazaba lo hacía
sentir cómo el peso del mismísimo pasar del tiempo comenzaba a hacerse notar.
Intentó disuadirla-…Pero creo que podría ir por ayuda. Me estoy alojando en la
casa de un doctor.
-Qué suerte la tuya.- dijo ella, con los ojos cerrados y el
rostro pálido-Me siento más segura así. Con o sin doctor, voy a morir. Prefiero
no estar sola cuando eso pase.
Nico se sentía incómodo. No la conocía no le interesaba
conocerla, le quedaban pocas horas de vida y no había nada que él pudiera hacer
para ayudarla. Al mismo tiempo, quería ser complaciente. Al menos esperar a que
se durmiese o quedara inconsciente para no tener que escucharla insultándolo.
Sus prioridades en aquel momento se centraban en alguien con más esperanzas de
vida.
-Y aunque pudiesen salvarme…-siguió ella- No quiero. Mi novio
murió, y desde antes de ayer, cuando mi familia se fue sin mí, solo él me
mantenía viva.
Nicolás se resignó a fingir interés de forma perezosa
- ¿Si?-
-Sí, si él no hubiese estado allí diciendo que me amaba, habría
usado cualquier objeto con filo para cortarme la garganta.
Un grupo de muertos andantes se acercó. No se encontraban en tan
mal estado y se movían rápido, por lo que el muchacho asumió que habían sido
recientemente transformados, por lo tanto, aun no estaban ciegos.
Extrañamente,
todos llevaban un crucifijo colgado del cuello.
Se agachó sobre la chica y ésta, con solo oír los pasos asumió
de qué se trataba. Ella lo abrazó con fuerza y ambos sintieron el temblor del
otro. Podían escuchar cómo algunas de las bestias se chocaban, en su andar, con
sus semejantes y rebotaban contra el automóvil. Los gruñidos no los ayudaban en
nada a mantener el silencio y evitaban mirar hacia las ventanas.
Cuando los pasos se alejaron lo suficiente se separaron y
volvieron a su posición inicial. Nicolás miró hacia atrás y notó que todos los
cadáveres de la pequeña horda estaban bien vestidos y ninguno tenía mordida
alguna sobre los brazos o piernas, sospechoso, demasiado. No tenía mucho que
hacer allí dentro, así que lo comentó con su nueva amiga.
-Qué raro…están muy sanos…-
-Sí… estaba por decir lo mismo. Mirá…- dijo ella y apuntó hacia
la ventana contra la cual sintieron los rebotes de cuerpos. Él no notó nada
extraño, así que solo sacudió la cabeza y se inclinó de hombros. Ella explicó
su observación en pocas palabras-…está limpia.
Lo más normal, lo primero que uno observaba al ver de lejos a
alguien en aquellos días era sus manos. Si estaba manchada de sangre,
probablemente no te convenía acercarte. Pero de todos los cadáveres andantes
que pasaron y chocaron contra la ventana, ninguno la había manchado con sangre.
-Alguien los envenenó…-dijo ella- Puede venir para acá…-
Nico estuvo a punto de pedir nuevamente permiso para
abandonarla. Pero ella habló antes- No hace falta que te quedes, podrían venir
y matarte. Hay muchos enfermos, la gente se volvió loca, ellos, ellos son el
verdadero peligro.-
El buen samaritano floreció, y casi de forma in-intencional
dijo- No puedo dejarte sola…
-No lo hagas- respondió ella.
-¿Queres que te lleve? Iría muy lento, nos devorarían a los
dos…- dijo él, meditó unos segundos y luego expresó- ¡Ah! Eso…puedo intentar
encender el auto, como en las películas…con los cables y…-
Ella soltó una penosa risa, sufrió el dolor de sus heridas en
voz alta y lo calló con la mano-No…haría ruido y no llegaríamos a ningún lado.
Ni lo intentes…-
-¿Entonces qué…?-
-¿Estás a favor de la eutanasia?- Preguntó la chica y el corazón
de Nicolás se convirtió en una locomotora.
Hubo silencio por casi un minuto, dejando de lado a los grillos
y demás insectos. No estaba seguro de haber escuchado bien.
-¿Que?- preguntó casi entre risas.
-Que qué te parece la eutanasia… ¿estás a favor?-
-¡¿Qué?! No, yo no… no p…-
-Estoy sufriendo…- dijo ello con la voz ahogada un llanto que
terminaba de formarse- No quiero vivir.
Otro prolongado silencio invadió el vehículo. Él Cerró los
puños, ella dejó caer unas lágrimas y lo abrazó. Como pudo.
-Es mi vida, creo que tengo derecho a elegir. ¿No?
Él Respondió con un movimiento de cabeza, mientras empezaba a
lagrimear tambien, ella no alcanzó a verlo bien. Tan solo vio el reflejo de la
poca luz externa en la gota que descendía por su rostro.
-Cuando estaba en el suelo, ahí afuera, vi un enorme bloque de
cemento, no tan grande como para que no puedas levantarlo con algo de esfuerzo…
pero creo que lo suficiente como para darme una muerte instantánea…
-Yo no… no puedo, perdón.
-Por favor…-dijo ella- Acaban de quitarme lo último que me
quedaba. Mi puto cuerpo ¿Entendes eso? Me violaron ¿podés entender eso? Te
ruego que lo hagas.
Nico se desesperó, rompió el llanto al estar inspirando aire y
su mandíbula tembló-Puedo acompañarte hasta que te vayas, pero no… no me hagas
matarte-
-¡Por favor!- pidió en un grito desaforado, mientras se sujetó
la herida- ¡Por favor! No quiero vivir…no así.- lloraba la chica, sin pudor
alguno, sin asco, simplemente…quería irse. Se había rendido.
Los detalles más mínimos pierden importancia cuando se tiene en
cuenta la emoción vacía que Nico sintió al hacer lo que ella pedía. Solo cabe
aclarar que la chica le dio a Nico la campera de cuero, como un agradecimiento.
Le dijo que haría lo que ella pidió, tirar el bloque de cemento
sobre su cabeza. Pero éste era demasiado pesado. No le informó al respecto.
Fingió estar arrastrándola fuera del auto para posicionarla sobre
el pavimento. Pero en vez de ello, cerró la puerta del vehículo, con fuerza,
sobre su cuello.
Una…
Y otra…
Y otra vez… hasta que la cabeza de la chica parecía colgar de un
hilo que salía desde su torso.
Caminó de nuevo hacia la casa del médico sin miedo alguno,
deseaba que los infectados lo devoraran, con todo su ser.
No le daba importancia a recibir un disparo. Quería llegar,
tomar a Sergio del cuello y presionarlo hasta sentir cómo éste se despedazaba
entre sus dedos. Iba a incluso tomar unos cuchillos y mutilar al cadáver,
entregárselo a los caníbales de a pedazos. Que no quedara ni el polvo del mal
nacido.
Al llegar, se encontró con las puertas y ventanas abiertas.
Especuló que el llanto de la niña pudo haber atraído a las bestias y éstas
ingresaron.
Especuló que él la haya entregado para escapar. Pero no, no había
sido así.
No había sangre en el suelo, ni dentro ni fuera de la casa.
Al entrar notó que no había provisiones. La heladera estaba
vacía, tampoco estaban los cubiertos. Las almohadas no estaban. La niña no
estaba. El hombre tampoco.
Se había escapado. Especuló que Nicolás había muerto y decidió
huir y engañar a algún otro idiota.
Cerró la puerta y esperó allí hasta el amanecer, hasta tener luz
suficiente como para, antes de marcharse, ver qué podría sacar de allí.
Ni bien pudo, echó un vistazo a las fotos. Aquellas que estaban
en los porta retratos caídos. Y su hipótesis había estado errada. Muy, muy
errada. No solo que Sergio estaba en una de ellas, sino que éste era mucho más
enfermo y peligroso de lo que Nicolás había estado especulando.
Una vieja fotografía familiar mostraba a un matrimonio y sus
hijos adolescentes. La chica de las otras imágenes estaba allí y al lado su
hermano mayor… Sergio.
Nico ya no era el mismo. No le importaba morir, vivir, matar, sufrir,
ser devorado por hambrientas bocas sedientas de sangre… solo quería hallar a la
niña, y separarla de aquel hijo de puta.
Un grito provino desde las calles. Era de una mujer. Escuchó también
el sonido de un carro siendo tirado por caballos. Fuertes risas y sonidos de disparos.
Fue caminando en dirección a los sonidos. Esta vez no se escondería.
Continua en Dead Outbreak: Los Creyentes