Me llamo Iushie, me siento a
escribir por el simple motivo de que no puedo dormir. Hace mucho que había
estado queriendo hacerlo, pero como ahora acostumbramos estar despiertos
durante la noche y no tenemos más velas, nunca tengo buena luz para hacerlo.
Mi estilo se centra más en la
poesía, no sé mucho sobre cómo plasmar crónicas o narración basada en mi vida o
memorias, pero no me importa, probablemente nadie lea esto.
Después del desastre en la
ciudad donde vivíamos y la muerte de mis dos hermanos, nos vimos obligados a
trasladarnos a mi otra casa en San Cosme
Durante el día, los muertos
vivientes se esconden de la luz del sol, es como si supiesen que sus ojos se
pudrirán más rápido, ya que no pueden parpadear. Suelen asomarse a arboles o
paredes y reposar su frente contra esto hasta que anochezca o se nuble el
cielo. No se los oye gruñir siquiera, como si se pusiesen en un estado de
“Stand By”. De pasar cerca de uno de ellos, se desesperan y atacan sin piedad,
también creo que sufren de hambre.
Por lo ya mencionado… resulta
obvio que durante el día es nuestro descanso. Podemos visitar casas vecinas y
conseguir comida o bebida. Ahora mismo estamos muy escasos de agua y hace
muchísimo tiempo que no comemos carne.
Mis padres, mi hermana y yo
sufrimos muchísimo al ver las camas vacías de mis hermanos. Se volvió una
tradición rezar por ellos todas las noches, deseando que no sean como esas
criaturas, los caminantes come pieles. Y pensar que pude hacer algo, o tal vez
no. Cuando el desastre inició, solo me escondí en el baño de la escuela y
escuché el desastre, pude oír cómo los médicos
masacraban a los alumnos de mi escuela, los habían encerrado en los
salones con una estúpida excusa. No salí de allí sino hasta que mis hermanos me
encontraron y me llevaron a casa. Uno de ellos ya había sido mordido, el otro
fue atacado intentando protegerme del primero.
Ya no estoy segura de por qué
escribo esto, a para quien. Sé que no es una carta de suicidio, es algo que jamás
me había planteado. Recuerdo cuando se lo dije a mi madre, cuando le confesé
que me es imposible siquiera pensar en hacerme daño a mí misma como una salida.
Su respuesta fue: No sabes cómo te envidio.
Es probable que mañana tengamos
que ir a buscar agua en un radio más amplio de casas. Podríamos ir hasta la
laguna, pero papá no confía, dice que lo más probable es que el agua esté
infectada por la sangre de los monstruos. Estoy asustada. Cada vez hay más de
esas cosas, a medida que algunos se pudren y dejan de moverse, otros más nuevos
vienen.
Cuando pasan sus primeras horas
enfermos sin comerse a nadie, empiezan por sí mismos, se devoran sus labios. Si
sus piernas no funcionan, no tienen piedad de sus propias pieles. Por las
noches, cuando tenemos que cuidar la puerta y justo hay luna llena, suelo ver a
algunos tropezando, sin fuerzas suficientes para levantarse. Se arrastran un
par de metros hasta que sus mandíbulas se rinden, hipnotizadas a sus brazos, y
se comen a sí mismos. Si en su andar se chocan con otro de ellos, se comerán
los rostros mutuamente.
Creo que ya no se acercan a la
puerta porque ésta apesta a muerto. Como se pasan sus primeras horas buscando
carne o comiéndose a sí mismos cuando no la encuentran, al llegar aquí no
tienen extremidades superiores con las cuales intentar girar el picaporte o
arañar las paredes. Siguen el olor hasta la entrada de la casa y allí golpean
sus cabezas hasta inutilizarse a sí mismos. Quien lo habría dicho, esta casa,
alejado de todo…tan efectiva para una situación tan anormal.
No sé qué hora será. Pero mejor
aprovecho para dormir mientras haya luz. A la noche, aunque mis padres me
permitiesen tomarme una siesta, sería imposible, con el sonido de sus gruñidos,
los gritos de sobrevivientes corriendo por sus vidas o los golpes de sus
asquerosas cabezas contra la puerta o las ventanas.