8/11/15

Dead Outbreak: Los Creyentes (Parte 1)

esta historia es una continuación de Dead Outbreak: Por Favor. Click para leerla.



Lara despertó del shock con fuertes dolores de cabeza y la vista en primer plano de un muchacho de entre 18 y veinte años. Él la estaba cargando en sus brazos. No recordaba por qué.

Cuando su vista se aclaró un poco, pudo ver manchas de sangre sobre la camisa del muchacho y el abrigo de cuero que llevaba sobre ésta. Algo también en su mentón y salpicones sobre el labio.

Entraron a una pequeña residencia y él la depositó sobre un colchón que estaba en el suelo. Él se alejó y comenzó a revisar cajones. Ella lo observaba recostada a medida que se iba sentando contra la pared. El joven dejó de dar vueltas cuando se topó con un par de medias blancas y cinta adhesiva.

Se quitó una venda que tenía bajo el costado del mentón y usó una de las calcetas para limpiar la herida en seco. Hizo expresiones de dolor pero no emitió sonido alguno. Utilizó la otra para cubrirse y la cinta adhesiva para fijar la improvisada venda.

Se sentó junto a la chica y ésta se movió hacia un lado con desconfianza y pudor.

-¿Qué pasó?- preguntó ella asustada.

-No sé…- expresó el muchacho sin mirarla ni expresar emoción alguna- ¿De qué te acordás?-

Ella dudó, miró en todas direcciones –…Salí a buscar a papá… y…-

–Intentaban sacarte la ropa cuando llegué- interrumpió él, sin expresión alguna en el rostro.

–Sí. Me corrían, me golpearon en la cabeza con algo… una… una piedra.

Él suspiró. Dijo con tristeza–Tengo hambre…- ella lo miró confusa. 
No entendía cómo estaban con vida. Aquellos muchachos que la atacaron tenían armas debieron haberlos matado.

–¿Qué hiciste?- preguntó.

–Te salvé…-

–¿Cómo?-

Mostró las manos. Estaban cubiertas de sangre, casi del todo coagulada. Suspiró las palabras “Los maté…”

Ella se espantó. Pensó en salir corriendo de allí. Pero quizás no era buena idea. Sus tres atacantes no eran los únicos depredadores en la ciudad.

–¿Cómo los mataste?

–Llegué desde atrás… tomé la nuez de Adán  de uno de ellos y la estrujé para que no pudiera alertar a los otros… al segundo lo empujé y cayó al suelo… dio la cabeza contra el cordón de la vereda… un golpe de suerte. Y al tercero, el que la había apuñalado… lo golpee hasta que no se notara que era una persona…

Ella temblaba desde las piernas hasta las puntas de las pestañas–¿Estás seguro de que murieron?-

–Sí. Escuché que se acercaban unos… unos…- el silencio que abundó tras la mirada que el muchacho lanzo al suelo, sin saber qué palabra usar la hizo responder apresuradamente.

– ¿Enfermos…?

–Infectados… sí. Enfermos… lo que sean.
Ella dudó de realmente querer hacerlo…pero preguntó–Dijiste “el que la había apuñalado…”. ¿Ya los conocías? ¿Mataron a alguien que conocías?

–La violaron…y no, no la mataron. Yo la maté…




DEAD OUTBREAK: LOS CREYENTES





Tras un montón de confusas palabras y conversaciones sin sentido salieron a buscar comida. Por lo que el muchacho, que decía llamarse Nicolás, dijo… el supermercado más cercano no contaba con más que un montón de infectados atrapados por sus imposibilidades motoras.

Se vieron obligados a ir buscando puertas de hogares fáciles de abrir.

En las películas se veía tan normal, lanzar el cuerpo contra la entrada de una vivienda y destrozarla completamente. Quizás en algún lado sea así, pero no en Argentina, no en Corrientes. Las casas, por lo general cuentan con una reja, con puntas arriba, o, de no ser así, con puertas hechas con muy buena madera.

Habrán paseado unas seis cuadras sin tener idea de si iban a sobrevivir a la siguiente hora.

Nicolás explotaba de furia cada vez que las personas contestaban desde el interior de la casa. Echándolos, diciendo que se vayan, que no los dejarían entrar.

Ella lo calmaba.

–¿Por qué te enojas así? ¿Acaso te sorprende?

–Me frustra… no se trata de mí. Solo quiero dormir y salir a buscarla…

–Me dijiste que murió…que la mataste.

–No…ella no.

La chica dudaba de la sanidad del muchacho. Hablaba de alguien a quien quería salvar, y de alguien que murió. A ambos se refería como si fuese una mujer, por lo cual, nada estaba claro.

De a momentos hablaba de sus amigos, mencionaba un abandono, un intento de suicidio y a un doctor. Pero de una manera tan vaga que la espantaba. La única razón por la que seguía acompañándolo era porque el maldito parecía no temer ser la carnada.

Para cuando ya se habían alejado más o menos un kilómetro de su refugio inicial, notaron una horda acercarse. Oyeron balbuceos, pisadas y tropezones.

Él, instintivamente, probó la cerradura de todos los autos que tenía cerca, ninguna funcionó.

Los gruñidos de las bestias no eran ayuda alguna para tratar la ansiedad del insano Nico, parecían volverlo aún más ansioso.

–Podemos correr- dijo ella.

Él respondió–No hace falta- y logró abrir de forma rústica el baúl de una mini-van. Hizo gestos, obligándola a entrar, y ella temió de lo que pudiese haberle pasado si no obedecía.

Cuando ambos entraron él cerró la única entrada, y con bruscos movimientos movió los asientos y se abrió paso hasta el interior del automóvil.

Las bestias se acercaban desde el frente. En su mayoría, estaban ciegos, por la exposición constante al sol, pero un gran número de enfermos se acercaron al vehículo, persiguiendo quizás el aroma de los vivos, o su calor…o quien sabe… sus almas.

Ella quería regañarlo, por haberlos acorralado, pero cuando Nico percibió la mirada bajo juicio de la chica, cuyo nombre aún no había preguntado sacó de entre los asientos un pack de yogurts.

–Los vi desde afuera­– dijo. Y procedió a devorar su contenido de una forma bestial.

Los infectados eran, al principio, pocos, pero a medida que más se sentían atraídos hacia el vehículo, más gruñían, más arañaban las ventanas y más eran los que gemían con aquellos secos sonidos de agonía. No hacía otra cosa aparte de atraer más infectados.

Ella no podía sacarse la idea de que iban a morir allí, de que el vehículo no era más que una trinchera en una guerra cuerpo a cuerpo, quería regañar a Nicolás, pero confiaba en él tanto como le temía.

Había ya terminado de comerse los potes de yogurt. No le ofreció ninguno, pero ella no estaba enojada por ello, no olían muy bien y habían estado quizás los últimos días bajo el calor del sol. El muchacho buscaba algo que usar para encender el motor por todos los rincones del espacioso vehículo, ignoraba la probabilidad de que las bestias rompieren los vidrios, quizás por presión, quizás de un cabezazo. Los rostros hambrientos representaban lo que habría de sentirse ser devorado vivo y no era una vibra muy agradable.

–¡Lara!- gritó ella desde los asientos traseros y el joven volteó extrañado, desde adelante, en el lugar del acompañante.

–Creo que hay una caja de herramientas en el baúl…- respondió desinteresado.

–Es mi nombre, imbécil. Vamos a morir acá, ¿no te interesa saber quién soy?

–No vas a morir…

–¿Cómo habrías de saber eso? Estás mal de la cabeza. Nos acorralaste acá por unos yogurts vencidos. Pudiste especular que lo estaban, hace una semana que nadie se mueve en auto.

–No vas a morir…

–Y ahora planeas encender el auto. Que va a hacer ruido, que va a atraer a más muertos y se van a romper las ventanas y…

–Mirá hacia afuera.

–Ya vi, son más de 20, se van a quedar con hambre. Para el quinto que haya logrado entrar solo van a quedar huesos. ¡Esto es tu culpa!

Nico la tomó del cabello y pegó su cara contra una de las ventanas. Ella gritó, esperaba que él fuese a hacer algo más, algo horrible, pero solo la sostuvo ahí, hasta que ella dejó de resistirse y se quedó mirando…

–Se están…

–Si… estaban sanos hace un momento.

–Se están comiendo entre ellos…– dijo ella y observó detenidamente. Los infectados mordían cualquier cosa que pareciese carne, que estuviese en el camino de sus mandíbulas. Pero esto no lo había observado antes. Se comían entre ellos sin siquiera dudar y no se quejaban para nada de estar siendo devorados tampoco.

–Creo que tiene que ver con…

–Y también todos están muy bien vestidos…– interrumpió Lara.

–…tiene que ver con que no se infectaron por mordida…-

Ella notó que algunos de los deambulantes hambrientos se agrupaban para tirar al suelo a otros y comerse entre sí hasta que les fuese físicamente imposible. Se tranquilizó un poco, pudo retirar su atención de las ventanas y centrarse en la conversación.

–¿Y cómo habrían de haberse infectado?

–Por su vestimenta… diría que estaban en un funeral. Todos tienen una cruz colgada en algún lado. Están muy sanos…

–¿Pero cómo se infectaron?

–No sé…


Y en silencio, llenos de preguntas, observaron cómo el espectáculo de carne finalizó junto con el atardecer.

La historia sigue acá