esta historia es una continuación de Dead Outbreak: Por Favor. Click para leerla.
Lara
despertó del shock con fuertes dolores de cabeza y la vista en primer plano de
un muchacho de entre 18 y veinte años. Él la estaba cargando en sus brazos. No
recordaba por qué.
Cuando
su vista se aclaró un poco, pudo ver manchas de sangre sobre la camisa del
muchacho y el abrigo de cuero que llevaba sobre ésta. Algo también en su mentón
y salpicones sobre el labio.
Entraron
a una pequeña residencia y él la depositó sobre un colchón que estaba en el
suelo. Él se alejó y comenzó a revisar cajones. Ella lo observaba recostada a
medida que se iba sentando contra la pared. El joven dejó de dar vueltas cuando
se topó con un par de medias blancas y cinta adhesiva.
Se
quitó una venda que tenía bajo el costado del mentón y usó una de las calcetas
para limpiar la herida en seco. Hizo expresiones de dolor pero no emitió sonido
alguno. Utilizó la otra para cubrirse y la cinta adhesiva para fijar la
improvisada venda.
Se
sentó junto a la chica y ésta se movió hacia un lado con desconfianza y pudor.
-¿Qué
pasó?- preguntó ella asustada.
-No
sé…- expresó el muchacho sin mirarla ni expresar emoción alguna- ¿De qué te
acordás?-
Ella
dudó, miró en todas direcciones –…Salí a buscar a papá… y…-
–Intentaban
sacarte la ropa cuando llegué- interrumpió él, sin expresión alguna en el
rostro.
–Sí.
Me corrían, me golpearon en la cabeza con algo… una… una piedra.
Él
suspiró. Dijo con tristeza–Tengo hambre…- ella lo miró confusa.
No entendía
cómo estaban con vida. Aquellos muchachos que la atacaron tenían armas debieron
haberlos matado.
–¿Qué
hiciste?- preguntó.
–Te
salvé…-
–¿Cómo?-
Mostró
las manos. Estaban cubiertas de sangre, casi del todo coagulada. Suspiró las
palabras “Los maté…”
Ella
se espantó. Pensó en salir corriendo de allí. Pero quizás no era buena idea.
Sus tres atacantes no eran los únicos depredadores en la ciudad.
–¿Cómo
los mataste?
–Llegué
desde atrás… tomé la nuez de Adán de uno
de ellos y la estrujé para que no pudiera alertar a los otros… al segundo lo empujé
y cayó al suelo… dio la cabeza contra el cordón de la vereda… un golpe de
suerte. Y al tercero, el que la había apuñalado… lo golpee hasta que no se
notara que era una persona…
Ella
temblaba desde las piernas hasta las puntas de las pestañas–¿Estás seguro de
que murieron?-
–Sí.
Escuché que se acercaban unos… unos…- el silencio que abundó tras la mirada que
el muchacho lanzo al suelo, sin saber qué palabra usar la hizo responder
apresuradamente.
–
¿Enfermos…?
–Infectados…
sí. Enfermos… lo que sean.
Ella
dudó de realmente querer hacerlo…pero preguntó–Dijiste “el que la había
apuñalado…”. ¿Ya los conocías? ¿Mataron a alguien que conocías?
–La
violaron…y no, no la mataron. Yo la maté…
DEAD
OUTBREAK: LOS CREYENTES
Tras
un montón de confusas palabras y conversaciones sin sentido salieron a buscar
comida. Por lo que el muchacho, que decía llamarse Nicolás, dijo… el
supermercado más cercano no contaba con más que un montón de infectados
atrapados por sus imposibilidades motoras.
Se
vieron obligados a ir buscando puertas de hogares fáciles de abrir.
En
las películas se veía tan normal, lanzar el cuerpo contra la entrada de una
vivienda y destrozarla completamente. Quizás en algún lado sea así, pero no en
Argentina, no en Corrientes. Las casas, por lo general cuentan con una reja,
con puntas arriba, o, de no ser así, con puertas hechas con muy buena madera.
Habrán
paseado unas seis cuadras sin tener idea de si iban a sobrevivir a la siguiente
hora.
Nicolás
explotaba de furia cada vez que las personas contestaban desde el interior de
la casa. Echándolos, diciendo que se vayan, que no los dejarían entrar.
Ella
lo calmaba.
–¿Por
qué te enojas así? ¿Acaso te sorprende?
–Me
frustra… no se trata de mí. Solo quiero dormir y salir a buscarla…
–Me
dijiste que murió…que la mataste.
–No…ella
no.
La
chica dudaba de la sanidad del muchacho. Hablaba de alguien a quien quería
salvar, y de alguien que murió. A ambos se refería como si fuese una mujer, por
lo cual, nada estaba claro.
De
a momentos hablaba de sus amigos, mencionaba un abandono, un intento de
suicidio y a un doctor. Pero de una manera tan vaga que la espantaba. La única
razón por la que seguía acompañándolo era porque el maldito parecía no temer
ser la carnada.
Para
cuando ya se habían alejado más o menos un kilómetro de su refugio inicial,
notaron una horda acercarse. Oyeron balbuceos, pisadas y tropezones.
Él,
instintivamente, probó la cerradura de todos los autos que tenía cerca, ninguna
funcionó.
Los
gruñidos de las bestias no eran ayuda alguna para tratar la ansiedad del insano
Nico, parecían volverlo aún más ansioso.
–Podemos
correr- dijo ella.
Él
respondió–No hace falta- y logró abrir de forma rústica el baúl de una mini-van.
Hizo gestos, obligándola a entrar, y ella temió de lo que pudiese haberle
pasado si no obedecía.
Cuando
ambos entraron él cerró la única entrada, y con bruscos movimientos movió los
asientos y se abrió paso hasta el interior del automóvil.
Las
bestias se acercaban desde el frente. En su mayoría, estaban ciegos, por la
exposición constante al sol, pero un gran número de enfermos se acercaron al
vehículo, persiguiendo quizás el aroma de los vivos, o su calor…o quien sabe…
sus almas.
Ella
quería regañarlo, por haberlos acorralado, pero cuando Nico percibió la mirada
bajo juicio de la chica, cuyo nombre aún no había preguntado sacó de entre los
asientos un pack de yogurts.
–Los
vi desde afuera– dijo. Y procedió a devorar su contenido de una forma bestial.
Los
infectados eran, al principio, pocos, pero a medida que más se sentían atraídos
hacia el vehículo, más gruñían, más arañaban las ventanas y más eran los que
gemían con aquellos secos sonidos de agonía. No hacía otra cosa aparte de
atraer más infectados.
Ella
no podía sacarse la idea de que iban a morir allí, de que el vehículo no era
más que una trinchera en una guerra cuerpo a cuerpo, quería regañar a Nicolás,
pero confiaba en él tanto como le temía.
Había
ya terminado de comerse los potes de yogurt. No le ofreció ninguno, pero ella
no estaba enojada por ello, no olían muy bien y habían estado quizás los
últimos días bajo el calor del sol. El muchacho buscaba algo que usar para
encender el motor por todos los rincones del espacioso vehículo, ignoraba la
probabilidad de que las bestias rompieren los vidrios, quizás por presión,
quizás de un cabezazo. Los rostros hambrientos representaban lo que habría de
sentirse ser devorado vivo y no era una vibra muy agradable.
–¡Lara!-
gritó ella desde los asientos traseros y el joven volteó extrañado, desde adelante,
en el lugar del acompañante.
–Creo
que hay una caja de herramientas en el baúl…- respondió desinteresado.
–Es
mi nombre, imbécil. Vamos a morir acá, ¿no te interesa saber quién soy?
–No
vas a morir…
–¿Cómo
habrías de saber eso? Estás mal de la cabeza. Nos acorralaste acá por unos
yogurts vencidos. Pudiste especular que lo estaban, hace una semana que nadie
se mueve en auto.
–No
vas a morir…
–Y
ahora planeas encender el auto. Que va a hacer ruido, que va a atraer a más
muertos y se van a romper las ventanas y…
–Mirá
hacia afuera.
–Ya
vi, son más de 20, se van a quedar con hambre. Para el quinto que haya logrado
entrar solo van a quedar huesos. ¡Esto es tu culpa!
Nico
la tomó del cabello y pegó su cara contra una de las ventanas. Ella gritó,
esperaba que él fuese a hacer algo más, algo horrible, pero solo la sostuvo
ahí, hasta que ella dejó de resistirse y se quedó mirando…
–Se
están…
–Si…
estaban sanos hace un momento.
–Se
están comiendo entre ellos…– dijo ella y observó detenidamente. Los infectados
mordían cualquier cosa que pareciese carne, que estuviese en el camino de sus
mandíbulas. Pero esto no lo había observado antes. Se comían entre ellos sin
siquiera dudar y no se quejaban para nada de estar siendo devorados tampoco.
–Creo
que tiene que ver con…
–Y
también todos están muy bien vestidos…– interrumpió Lara.
–…tiene
que ver con que no se infectaron por mordida…-
Ella
notó que algunos de los deambulantes hambrientos se agrupaban para tirar al
suelo a otros y comerse entre sí hasta que les fuese físicamente imposible. Se
tranquilizó un poco, pudo retirar su atención de las ventanas y centrarse en la
conversación.
–¿Y
cómo habrían de haberse infectado?
–Por
su vestimenta… diría que estaban en un funeral. Todos tienen una cruz colgada
en algún lado. Están muy sanos…
–¿Pero
cómo se infectaron?
–No
sé…
Y
en silencio, llenos de preguntas, observaron cómo el espectáculo de carne
finalizó junto con el atardecer.
La historia sigue acá