4/9/15

Dead Outbreak: Por Favor (Parte 2)

Esta historia es una continuacion de Dead Outbreak: Por Favor (Parte 1) 





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No le quedó otra opción más que acceder. No por tener un arma apuntando a su rodilla, porque estaba lo suficientemente drogado como para no sufrir tanto hasta morir desangrado, si es que llegaba a perder mucha sangre (de lo cual no estaba seguro que sea posible, así como la duración del efecto de las drogas) lo hacía por la bebé, Jazmín. El hombre dijo que así se llamaba, y que era su hija.

No le importaba morir y dejar desamparado a ese hombre, parecía ser un buen superviviente. Le preocupaba la niña. Su único pecado había sido nacer, era lo único que tenía sentido dentro de la cabeza de Nico. Quizás él había sido salvado para cumplir con esa misión, para proteger a esa niña.

El hombre limpió la herida y le dio un par más de analgésicos, dijo que si quería, los tomase, pero estaría menos alerta al andar por afuera. Le dio una mochila y una lista con las cosas que debía conseguir del supermercado que se encontraba a unas dos cuadras. Sonaba tan simple que espantaba.

El hombre dijo que le convenía ir al medio día. Los cuerpos de los infectados estaban resecos y rígidos, el único problema era la peste que emanaban los recién transformados, dijo que tenía algo que ver con sus funciones linfáticas, y el hecho de que aun transpiraban, pero no sonaba muy seguro de ello.

El trayecto se vio más invadido por sonidos que por imágenes. Oía gritos. Algunos eran risas desaforadas, otros gritos de dolor, espanto. Algún que otro disparo, vidrios rompiéndose. La calle estaba desolada. Al mirar hacia arriba veía muchas nubes de humo. Podía oler una peste de carne quemada.

Llegar fue sencillo, más sencillo de lo que había esperado, ingresar al supermercado de cartel rojo y logo amarillo fue lo que resultó más espeluznante. El lugar tenía un aspecto apocalíptico. Era irónico, había menos sangre de la que él había visto en la escuela, mucho menos, apenas uno que otro manchón en el suelo, un par de dientes, representaba la batalla que se había librado allí. Tras los saqueos de, quizás, las primeras horas de aquel caníbal apocalipsis. Quizás los balazos de algunos guardias intentando frenar el desastre, pero aun así, espantaba más que las explicitas imágenes carnívoras. Dejaba mucho abierto a la interpretación.

Entre todas esas repisas casi vacías se podía leer un mensaje. El mismo subconsciente de la sociedad le estaba diciendo a quien quiera que entrase “es el fin” y se leía con perfecta caligrafía. Y “las personas están locas”. Por no usar otros términos más específicos.

Notó, principalmente, que las repisas de bebidas alcohólicas estaban vacías, en cambio, aquellas con mercaderes de primera necesidad tenían algo todavía. No había una sola golosina o comida chatarra.

Tras su pequeño tour, el sonido de un carro siendo tirado por caballos y un par de disparos hicieron que se dé cuenta de que no había salido de compras como un sábado previo al boliche. Y recordó después que el padre de la niña le había dicho “Si te duele mucho la herida tomate los analgésicos…pero no te recomiendo, te vas a sentir un poco…perdido”.

Era cierto, en el silencio de aquellas paredes se encontraba tranquilo. Un par de anarquistas podría verlo desde afuera, entrar y matarlo, por simple diversión. Le convenía moverse con cuidado. Las puertas de la entrada eran transparentes. Algo que tampoco había estado teniendo en cuenta.

Se estremeció sobre sus tambaleantes rodillas, sacudió la cabeza y leyó en la lista “leche en polvo” con una marca específica. Era obviamente para la bebé. Encontró una enorme lata con facilidad, había otras, pero no entraría más de una en la mochila junto con los demás artículos.

El siguiente ítem era “mamadera”. Se quedó mirando la palabra por unos segundos, pensó que pudo ser una laguna mental, causa de las pastillas, pero luego se lo replanteó:

- ¿No tiene mamadera…?- sacudió nuevamente la cabeza y se tomó un par de segundos pensando- Quizás la rompió…quizás estaba sobre aquel mueble con los porta retratos cuando éstos cayeron. No pierdo nada llevando dos. Pero… ¿no tiene?-

“Latas de arvejas, choclo, lentejas” y “dos paquetes de arroz” fueron ítems con los que tuvo suerte, porque justamente había una lata de cada uno y tres paquetes de arroz. Pensó cargar un tercero, pero luego  se lo replanteó “¿qué tal si viene alguien más desesperado que yo?” y decidió dejarlo en una de las cintas deslizadoras de las cajas, cerca de la puerta.

No tuvo suerte con encontrar “Dos Botellas de Agua” solo consiguió una y era de medio litro.

Y por último figuraba “Whisky”. Lo ignoró, pensó en irse directamente a la casa de nuevo y decir la verdad “No lo conseguí” pero se planteó dos posibilidades.

En una de ellas, el whisky era para dárselo a la bebé. Una muy, muy mala, terrible idea para la salud de la misma. Pero quizás eso les salvaba la vida. Quizás así la dormía y a veces no había otra forma de evitar sus llantos a ciertas horas.

La otra posibilidad venía de la duda que le dejó el hecho de que el hombre no tenga una mamadera. ¿Era esa su casa? ¿Era esa su hija? Romper una de esas botellas de plástico no es exactamente algo que pase seguido.

¿Qué tal si volvía sin el whisky y el hombre no lo dejaba entrar? ¿Qué tal si amenazaba con lastimar a la bebé?

Era un tipo inestable, pero mierda, estaba cuidando bien de la niña, al menos ésta estaba con vida y él planeaba alimentarla. Sabía sobre medicina, contradecirlo no parecía una buena idea, así ésta fuere su hija o no.

Un sonido lo alertó, un hombre corriendo. ¿Hostil o no? No valía la pena correr el riesgo de averiguarlo. Se movió agachado hasta detrás del mostrador de la zona donde se suponía que debían estar las carnes y se posicionó detrás de las tiras de plástico que llevaban a los frigoríficos.

Era un tipo alto, con canas, sujetaba un rifle desde el cañón, en una mano, y en la otra un bolso de viajes vacío. Parecía estar mucho más asustado y apurado que Nico. Se movía a las corridas y metía cosas en el bolso. Respiraba de forma muy agitada, sus pasos resonaban con eco dentro del supermercado.

El muchacho bajó la mirada, a los pies de la máquina de cortar carne. Había una reluciente botella de Jack Daniels. No estaba del todo llena, pero tenía al menos tres cuartos de su contenido inicial.

Se agachó y gateó hasta ésta. Una vez que la alcanzó se sentó en el suelo y se sacó la mochila para guardar la bebida.

Otra vez, las drogas lo traicionaron, no escuchó los pasos del hombre y se percató de su cercanía cuando ya era demasiado tarde. Sintió la fría punta del rifle contra su nuca.

-No guardes eso…- dijo el hombre con voz temblorosa- Levantáte… caminá.

Obedeció con mucho miedo. Se volvió a poner la mochila en el proceso.

El hombre lo llevaba a violentos empujones hacia afuera mientras éste le hacía preguntas que él no podía responder si no con gemidos mal articulados, aún seguía sin poder usar la lengua sin que ésta le doliese mil demonios, y sumado a eso, estaba un poco dopado.

Ya cerca de la salida, el tipo se vio muy feliz de toparse con el paquete de arroz sobre una de las cajas y se lo guardó.

Llevó al muchacho hasta el estacionamiento del supermercado, en el frente y le ordenó- Quiero que tires eso sobre el auto…-

Se volteó confundido, no entendía de qué se trataba la extraña petición. El tipo lo notó y dijo:

-Tirá el contenido de la botella sobre el auto- y se alejó un poco para encender un cigarrillo.

El joven lo volvió a mirar confundido, abrazado a la lujosa botella.

-El fuego… el fuego va a atraerlos y vamos a poder correr, si tenemos suerte… suena la alarma, el humo va a confundir su olfat.- dijo el hombre entre profundas pitadas- Creo que son ciegos…bueno, casi todos.- sus manos se tambaleaban del terror, mientras miraba en todas direcciones.

Nico necesitaba el Jack Daniels, no se trataba de él, sino de la niña, y su quizás…quizás no, padre.

Se volteó hacia el vehículo y abrió la botella, simuló estar vaciando su contenido.

-¡Más te vale que no intentes nada pendejo!- gritó el hombre y levantó su arma de forma amenazante mientras se acercaba.

El cañón tocó, nuevamente la nuca de Nicolás y a éste se le resbaló el envase sobre el capó. Una molesta alarma comenzó a sonar y algo del Whisky se volcó sobre el automóvil. El muchacho pudo agarrarlo antes de que éste resbalase del todo por la curvada superficie hasta el piso y se volteó revoleándolo hacia el rostro del anciano.

El cigarrillo dio ignición a la bebida y ésta encendió en llamas el rostro y parte de la camisa del asustado hombre, el cual comenzó a sacudirse y en su lucha contra las llamas soltó el arma y cayó sobre el vehículo, el cual también había sido humedecido con Whisky.

El humo que salía del auto era negro y el aroma que emanaba el hombre era de lo más desagradable.

El joven no estaba para nada orgulloso de su decisión, para nada. Pero las bestias vendrían, de eso estaba seguro. Así que tomó el rifle y corrió de regreso al refugio, abandonando al misterioso hombre entre sus gritos y el sonido de la alarma. ¿Qué más podría hacer? Ya había hecho suficiente.