Esta historia es una continuacion de Dead Outbreak: Por Favor (Parte 1)
...
No le quedó otra opción más que
acceder. No por tener un arma apuntando a su rodilla, porque estaba lo
suficientemente drogado como para no sufrir tanto hasta morir desangrado, si es
que llegaba a perder mucha sangre (de lo cual no estaba seguro que sea posible,
así como la duración del efecto de las drogas) lo hacía por la bebé, Jazmín. El
hombre dijo que así se llamaba, y que era su hija.
No le importaba morir y dejar
desamparado a ese hombre, parecía ser un buen superviviente. Le preocupaba la
niña. Su único pecado había sido nacer, era lo único que tenía sentido dentro
de la cabeza de Nico. Quizás él había sido salvado para cumplir con esa misión,
para proteger a esa niña.
El hombre limpió la herida y le dio
un par más de analgésicos, dijo que si quería, los tomase, pero estaría menos
alerta al andar por afuera. Le dio una mochila y una lista con las cosas que
debía conseguir del supermercado que se encontraba a unas dos cuadras. Sonaba
tan simple que espantaba.
El hombre dijo que le convenía ir
al medio día. Los cuerpos de los infectados estaban resecos y rígidos, el único
problema era la peste que emanaban los recién transformados, dijo que tenía
algo que ver con sus funciones linfáticas, y el hecho de que aun transpiraban,
pero no sonaba muy seguro de ello.
El trayecto se vio más invadido
por sonidos que por imágenes. Oía gritos. Algunos eran risas desaforadas, otros
gritos de dolor, espanto. Algún que otro disparo, vidrios rompiéndose. La calle
estaba desolada. Al mirar hacia arriba veía muchas nubes de humo. Podía oler
una peste de carne quemada.
Llegar fue sencillo, más sencillo
de lo que había esperado, ingresar al supermercado de cartel rojo y logo amarillo
fue lo que resultó más espeluznante. El lugar tenía un aspecto apocalíptico. Era
irónico, había menos sangre de la que él había visto en la escuela, mucho
menos, apenas uno que otro manchón en el suelo, un par de dientes, representaba
la batalla que se había librado allí. Tras los saqueos de, quizás, las primeras
horas de aquel caníbal apocalipsis. Quizás los balazos de algunos guardias
intentando frenar el desastre, pero aun así, espantaba más que las explicitas
imágenes carnívoras. Dejaba mucho abierto a la interpretación.
Entre todas esas repisas casi
vacías se podía leer un mensaje. El mismo subconsciente de la sociedad le
estaba diciendo a quien quiera que entrase “es el fin” y se leía con perfecta
caligrafía. Y “las personas están locas”. Por no usar otros términos más específicos.
Notó, principalmente, que las
repisas de bebidas alcohólicas estaban vacías, en cambio, aquellas con
mercaderes de primera necesidad tenían algo todavía. No había una sola golosina
o comida chatarra.
Tras su pequeño tour, el sonido
de un carro siendo tirado por caballos y un par de disparos hicieron que se dé
cuenta de que no había salido de compras como un sábado previo al boliche. Y
recordó después que el padre de la niña le había dicho “Si te duele mucho la
herida tomate los analgésicos…pero no te recomiendo, te vas a sentir un
poco…perdido”.
Era cierto, en el silencio de
aquellas paredes se encontraba tranquilo. Un par de anarquistas podría verlo
desde afuera, entrar y matarlo, por simple diversión. Le convenía moverse con
cuidado. Las puertas de la entrada eran transparentes. Algo que tampoco había
estado teniendo en cuenta.
Se estremeció sobre sus
tambaleantes rodillas, sacudió la cabeza y leyó en la lista “leche en polvo”
con una marca específica. Era obviamente para la bebé. Encontró una enorme lata
con facilidad, había otras, pero no entraría más de una en la mochila junto con
los demás artículos.
El siguiente ítem era “mamadera”.
Se quedó mirando la palabra por unos segundos, pensó que pudo ser una laguna
mental, causa de las pastillas, pero luego se lo replanteó:
- ¿No tiene mamadera…?- sacudió
nuevamente la cabeza y se tomó un par de segundos pensando- Quizás la
rompió…quizás estaba sobre aquel mueble con los porta retratos cuando éstos
cayeron. No pierdo nada llevando dos. Pero… ¿no tiene?-
“Latas de arvejas, choclo,
lentejas” y “dos paquetes de arroz” fueron ítems con los que tuvo suerte,
porque justamente había una lata de cada uno y tres paquetes de arroz. Pensó
cargar un tercero, pero luego se lo
replanteó “¿qué tal si viene alguien más desesperado que yo?” y decidió dejarlo
en una de las cintas deslizadoras de las cajas, cerca de la puerta.
No tuvo suerte con encontrar “Dos
Botellas de Agua” solo consiguió una y era de medio litro.
Y por último figuraba “Whisky”.
Lo ignoró, pensó en irse directamente a la casa de nuevo y decir la verdad “No
lo conseguí” pero se planteó dos posibilidades.
En una de ellas, el whisky era
para dárselo a la bebé. Una muy, muy mala, terrible idea para la salud de la
misma. Pero quizás eso les salvaba la vida. Quizás así la dormía y a veces no
había otra forma de evitar sus llantos a ciertas horas.
La otra posibilidad venía de la
duda que le dejó el hecho de que el hombre no tenga una mamadera. ¿Era esa su
casa? ¿Era esa su hija? Romper una de esas botellas de plástico no es
exactamente algo que pase seguido.
¿Qué tal si volvía sin el whisky
y el hombre no lo dejaba entrar? ¿Qué tal si amenazaba con lastimar a la bebé?
Era un tipo inestable, pero
mierda, estaba cuidando bien de la niña, al menos ésta estaba con vida y él
planeaba alimentarla. Sabía sobre medicina, contradecirlo no parecía una buena
idea, así ésta fuere su hija o no.
Un sonido lo alertó, un hombre
corriendo. ¿Hostil o no? No valía la pena correr el riesgo de averiguarlo. Se
movió agachado hasta detrás del mostrador de la zona donde se suponía que
debían estar las carnes y se posicionó detrás de las tiras de plástico que
llevaban a los frigoríficos.
Era un tipo alto, con canas,
sujetaba un rifle desde el cañón, en una mano, y en la otra un bolso de viajes
vacío. Parecía estar mucho más asustado y apurado que Nico. Se movía a las
corridas y metía cosas en el bolso. Respiraba de forma muy agitada, sus pasos
resonaban con eco dentro del supermercado.
El muchacho bajó la mirada, a los
pies de la máquina de cortar carne. Había una reluciente botella de Jack
Daniels. No estaba del todo llena, pero tenía al menos tres cuartos de su
contenido inicial.
Se agachó y gateó hasta ésta. Una
vez que la alcanzó se sentó en el suelo y se sacó la mochila para guardar la
bebida.
Otra vez, las drogas lo
traicionaron, no escuchó los pasos del hombre y se percató de su cercanía
cuando ya era demasiado tarde. Sintió la fría punta del rifle contra su nuca.
-No guardes eso…- dijo el hombre
con voz temblorosa- Levantáte… caminá.
Obedeció con mucho miedo. Se
volvió a poner la mochila en el proceso.
El hombre lo llevaba a violentos
empujones hacia afuera mientras éste le hacía preguntas que él no podía
responder si no con gemidos mal articulados, aún seguía sin poder usar la
lengua sin que ésta le doliese mil demonios, y sumado a eso, estaba un poco
dopado.
Ya cerca de la salida, el tipo se
vio muy feliz de toparse con el paquete de arroz sobre una de las cajas y se lo
guardó.
Llevó al muchacho hasta el
estacionamiento del supermercado, en el frente y le ordenó- Quiero que tires
eso sobre el auto…-
Se volteó confundido, no entendía
de qué se trataba la extraña petición. El tipo lo notó y dijo:
-Tirá el contenido de la botella
sobre el auto- y se alejó un poco para encender un cigarrillo.
El joven lo volvió a mirar
confundido, abrazado a la lujosa botella.
-El fuego… el fuego va a
atraerlos y vamos a poder correr, si tenemos suerte… suena la alarma, el humo
va a confundir su olfat.- dijo el hombre entre profundas pitadas- Creo que son
ciegos…bueno, casi todos.- sus manos se tambaleaban del terror, mientras miraba
en todas direcciones.
Nico necesitaba el Jack Daniels,
no se trataba de él, sino de la niña, y su quizás…quizás no, padre.
Se volteó hacia el vehículo y
abrió la botella, simuló estar vaciando su contenido.
-¡Más te vale que no intentes
nada pendejo!- gritó el hombre y levantó su arma de forma amenazante mientras
se acercaba.
El cañón tocó, nuevamente la nuca
de Nicolás y a éste se le resbaló el envase sobre el capó. Una molesta alarma
comenzó a sonar y algo del Whisky se volcó sobre el automóvil. El muchacho pudo
agarrarlo antes de que éste resbalase del todo por la curvada superficie hasta
el piso y se volteó revoleándolo hacia el rostro del anciano.
El cigarrillo dio ignición a la
bebida y ésta encendió en llamas el rostro y parte de la camisa del asustado hombre,
el cual comenzó a sacudirse y en su lucha contra las llamas soltó el arma y
cayó sobre el vehículo, el cual también había sido humedecido con Whisky.
El humo que salía del auto era
negro y el aroma que emanaba el hombre era de lo más desagradable.
El joven no estaba para nada
orgulloso de su decisión, para nada. Pero las bestias vendrían, de eso estaba
seguro. Así que tomó el rifle y corrió de regreso al refugio, abandonando al
misterioso hombre entre sus gritos y el sonido de la alarma. ¿Qué más podría
hacer? Ya había hecho suficiente.