6/9/15

Dead Outbreak: Por Favor (parte 4)

Esta historia es una continuacion de Dead Outbreak: Por favor (parte 3)










Se pasó el resto de la noche acurrucado, esperando que la puerta se abra y Sergio le proporcione una lluvia de balas.

No era ningún idiota, había pensado en quitarle el arma, buscó la oportunidad. Pero su ubicación rotaba de a momentos. A veces estaba en el bolsillo, a veces debajo del bebé, en ocasiones dentro de las largas medias de futbol que usaba debajo sus jeans. Un intento fallido resultaría mortal, y muerto no podía hacer nada por la niña.

Logró dormir una o dos horas. Recordaba algo de luz entrando por la ventana antes de cerrar los ojos. Una vez que los abrió lo invadió un silencio más profundo que el sueño mismo. Podía oler su propia peste, hacía ya más de tres días que no se bañaba ni se cambiaba de ropa.

Salió al patio, donde se encontró con el hombre, quien sostenía su revolver en una mano y una caja de cigarrillos en la otra. Tenía uno encendido, por la mitad, entre sus labios. Ofreció la caja a Nico y éste aceptó. Tras haberse fumado la mitad. Notó que quien se lo había invitado ya se había terminado el suyo. Sujetaba la colilla humeante y miraba fijo al suelo.

Se masajeó el abdomen por unos segundos y luego mandó la mano a la cabeza, se volteó hacia Nico y le dijo- Agua, Whisky…- en forma de orden. No era una pregunta u oferta, parecía muy seguro de sí mismo. Tampoco le apenaba estar sonando muy hostil.

Nicolás no se lo tomó a mal, el hombre se veía estropeado por la dosis de alcohol de la noche anterior.

-Ahora…- dijo y sacó el arma. El joven lanzo el cigarrillo al suelo al levantar las manos como un simple reflejo-Te salvé la vida, te alimenté… quiero que salgas y me traigas whisky.

Asintió con la cabeza y caminó hacia adentro. La bebé dormía profundamente. Sospechó que el maldito la estuviese drogando. Vio la mochila en el suelo y la levantó. Pensó por un par de segundos en llevarse a la niña, simplemente salir por la puerta y trabarla desde fuera. Pero el revolver que Sergio cargaba siempre consigo era una llave maestra. Le costaría un disparo salir de la casa y otro dejarlo en el suelo, servido en bandeja de plata para los muertos.

El hombre seguía en el patio, masajeando su sien derecha, quien sabe qué habrá estado pasando por su cabeza. El joven tomó ventaja de ello, levantó uno de los portarretratos “caídos”. En la fotografía se podía ver a una pareja, sonriente, y en el medio la bebé.

¿Cómo habría de salvarla?

Había una posibilidad, podría conseguir el whisky pero no aceptar la invitación de trago esta vez, solo dejar que Sergio se embriague y mantenerse despierto. Pensó en acercarse a despedirse, o al menos avisar que salía. El hombre ni lo miró a la cara, solo entró a la casa para poner llave a la puerta una vez que el muchacho saliera.

Había menos monstruos caminando en la calle, quizás porque se habían alejado, quizás porque sus piernas ya se habían rendido. De a momentos el aire apestaba a carne podrida, de a momentos a humo. Algunos gritos adornaban la fauna de sonidos e insultos florecían desde el interior de las casas al verlo pasar. Todos se temían entre sí. Si alguien estaba caminando en la calle era porque se trataba de un asesino, saqueador o infectado.

Solo bastó con acercarse al supermercado para darse cuenta de que el auto que había comenzado a incendiarse el día anterior estaba cubierto por unas manchas negras. Los vidrios estaban rotos y de las ventanas hacia abajo había líneas de sangre ya coagulada, en partes, de un color más oscuro de lo normal, lo cual dejaba a libre interpretación cual había sido la lucha librada por aquel pobre hombre. Algunos muertos caminaban alrededor del vehículo. Ninguno de ellos se parecía siquiera al desesperado hombre.

Una peculiar forma llamó la atención de Nico en la periferia de su vista. Era el rifle, el que había dejado caer el día anterior. Fue corriendo a buscarlo y estando a solo unos metros de éste notó que alrededor había unos cartuchos dorados. Alguien lo había encontrado, y había sido utilizado como defensa.

Poniendo a prueba su muy escaso conocimiento en videojuegos para ver si le quedaba alguna bala  confirmó que no, no quedaba nada. Quizás habían más bestias dentro del supermercado, quizás el hombre pudo sobrevivir y corrió hacia adentro, a refugiarse en algún baño, los muertos pudieron seguirlo hasta allí. Quizás…solo quizás… en el caso de que no haya sobrevivido encontraba más balas en su bolsillo. No estaba seguro de cómo meterlas en el arma, pero ésta podría también servir como protección, así que la tomó y se aproximó hacia el estacionamiento.

Las puertas de vidrio le permitieron ver hacia el interior del mall. Estaba infestado de malolientes, al parecer habían seguido a alguien hacia el interior, pero las puertas se empujaban desde afuera, y para salir tendrían que tirar de las mismas, algo poco posible para seres tan poco pensantes. Y no, no habían seguido al extraño y desesperado hombre, no, y de eso Nicolás estaba seguro. Uno de sus zapatos se encontraba junto a la ventana del acompañante del vehículo destrozado y por las ventanas traseras entraban y salían moscas. El solo sonido de las mismas ya le provocaban al muchacho un nudo en el estómago. Se negaba a abrir la puerta, no podía siquiera mirar por la ventana, ¿cómo podría obtener las balas?

Escuchó unos gruñidos y al mirar hacia atrás vio a dos muertos, a lo lejos, comenzaban a acercarse hacia él. Debía apresurarse, aún tenía que buscar el whisky, en el caso de que no consiguiera municiones.

Abrió la puerta trasera derecha y una nube de moscas impactó contra el frente de su rostro, así como una oleada de aromas indeseables. Vomitó lo poco que había comido la noche anterior y lanzó nuevamente el rifle al suelo. Lo levantó en un movimiento veloz.

Comenzó a correr en dirección opuesta a la casa en la que se había estado alojando. Al menos para poder vomitar sin ser interrumpido por una mordida letal. No podía siquiera trotar sin toser, ya se había manchado la ropa con sus propios fluidos. Los cuales, luego pensó, quizás camuflaban su presencia.

No podría correr por mucho más tiempo, se terminaría agotando, así que comenzó a probar puertas de autos, éstos camuflarían sus sonidos, olores y… ¿verlo? Las bestias no podían verlo, al menos no los que ya habían muerto hacía muchas horas.

Dio con una que estaba abierta, extraño, y sospechoso, pero por el momento, solo importaba una cualidad… “seguro”.

Algunos de los muertos andantes siguieron de largo, otros dudaron, lo expresaron levantando la nariz y caminando en círculos.

Pasados, solo unos minutos, el sonido de un carro tirado por caballos llegó a los oídos de Nico. Volteó hacia éste y notó a tres hombres como tripulantes privilegiados, dos de ellos sostenían a una chica, cuyo rostro le fue familiar, era su vecina de enfrente, o al menos lo había sido antes de que el desastre iniciara. Ella usaba una campera de cuero, demasiado grande como para ser propia.

La chica gritaba desaforadamente y los hombres la golpeaban, expresaban en sus rostros una alegría y gozo escalofriante, parecían estar teniendo la mejor aventura de sus vidas.

La joven logró liberarse de los brazos de los hombres y saltó del vehículo. Al parecer planeaba caer de pie e intentar escapar en dirección opuesta, quizás encontrar ayuda. Pero ninguna de esas cosas pasó, al caer se dobló un tobillo y le resultó imposible recuperarse antes de que los malnacidos detuviesen a los caballos y se bajaran para contenerla nuevamente.

Quien había estado conduciendo el carro la golpeó dos veces en el rostro. Nicolás sentía una fuerte impotencia correr por sus venas. Podría haber intentado ayudarla. Podría haber pretendido que su arma estaba cargada y amenazarlos. Pero no lo hizo. Los tres tenían un arma colgando de sus pantalones, lo más probable sería que estuviesen cargadas. ¿Perdía algo intentando? Tal vez sí, tal vez no, no fue un riesgo lo suficientemente tentador como para que él lo tomara.

Las campanas de una iglesia cercana sonaron. Se oyó un lejano “canto de alabanzas” a Dios y los hombres hicieron lo peor, lo que era obvio al ver el inicio de la escena. Nico no miró, se agachó y cubrió sus oídos, algo de lo que no estuvo para nada orgulloso.

Algunos de los gritos lograron atravesar el grosor de sus manos. Llegó a escucharlos, y cada uno fue más aterrador que el anterior. Tambien hoyó disparos. Obviamente, el aroma de la sangre había estado atrayendo muertos, y los hijos de puta gastaban su munición con tal de no interrumpir su sucio y forzoso coito. Él realmente deseaba que los hombres notaran que se estaba escondiendo allí, y que lo mataran en su lugar, por cobarde. Pero no podía entregarse de forma voluntaria. Su instinto se lo impedía, además de que ya se había prometido rescatar a la bebé.

Los sonidos cedieron unos minutos más tarde. Levantó la vista, infortunadamente, a tiempo para ver cómo la apuñalaban y ésta comenzaba a desangrarse, antes claro, de marcharse como si nada.

Comenzaba a atardecer. Él debía volver con las cosas para Sergio, aunque claro, primero debía conseguirlas.

Abrió la puerta del auto, para seguir su caminata, pero algo lo distrajo. La chica, seguía con vida. Intentaba llamarlo, pero su voz era débil.

Ya había girado la cabeza suficientes veces en un día, ya había ignorado demasiado sufrimiento. Si ni siquiera se arriesgó por ella, al menos podría evitar que los muertos se la devoraran.


Sin siquiera hablarle, hizo un enorme esfuerzo para meterla en el asiento de atrás del auto sin lastimarla aún más en el proceso. Para ello requirió sostenerla desde las axilas y arrastrarla hasta el interior del vehículo. Planeaba marcharse ni bien terminara con ello, pero la chica utilizó todas sus fuerzas para sujetarlo de la muñeca y en una tenue voz pedir- No me dejes… por favor…-