Por
decisión unánime fue Nico quien terminó conduciendo el vehículo.
Gonzalo
estaba muy espantado aun por la muerte de su amiga y Belén todavía sentía como
si estuviese en el borde de su techo, a punto de caer sobre las expectantes
mandíbulas de la multitud de cuerpos reanimados. Todos iban sujetados de algún
poste.
No
pasaban una cuadra sin chocar contra alguno de los autos que se encontraban
detenidos a la mitad de la calle o algún grupo de tres o más mordedores.
Belén
comenzó a dudar de él cuando giró hacia la izquierda, en dirección hacia la
escuela, de la que tanto les había costado escapar. Quiso soltar el poste del
que se sujetaba y llegar hasta él. Pero no era seguro. Habría salido despegada
hacia el parabrisas, el cual ya estaba casi del todo cubierto de sangre.
Se
detuvo frente a la Escuela, el corazón de Belén se aceleró como si de un
redoble de tambores se tratase.
–Yo…yo me
bajo acá, sigan ustedes.– dijo y desabrochó el cinturón del asiento de chofer.
Gonzalo
permaneció en su esquina, mirando al suelo.
Bel se abalanzó
sobre Nico y preguntó:– ¿Qué? ¿Después de todo eso? Estás loco.
–No
sabemos cuánto duran vivos, no es una película, el cuerpo de un muerto se
descompone Belén… estos, los de la escuela ya han de…
–¿Por
qué estamos acá? ¿Qué viniste a buscar?
Nicolás
titubeaba, no se atreve a mirarla de frente.
–Ce…Celeste,
mi compañera. No la vi salir del curso, no la vi muerta por los pasillos. Capaz
se escondió en el baño. Es probable.–
–Una
chica. Vinimos hasta acá porque vos…–
–No, no–
repitió el agarrándola de los hombros– Es mi amiga, Bel. Y después que vi como
balearon a dos y como se comieron a otros, el solo pensar que podría estar
dejandola atrás me hace… me…–
Comenzaban
a oír los pasos de algunas de las bestias acercarse hacia el vehículo, sí
querían irse de allí, era el momento.
–Es
poco probable que hayan muchas de estas cosas ahí dentro– dijo Gonzalo para
romper su silencio. Ambos voltearon hacia él.– Hay más gente afuera que
adentro… ¿no?–
Belén
soltó a Nico, se separaron y éste se puso de pie.
–Vamos…–
dijo ella.– Vamos los tres, rápido. Si alguno se queda acá va a terminar
llamando a más muertos y los otros dos no van a poder subir.
El
interior de la institución parecía haber sido una zona de guerra. El suelo
estaba repleto de estrellas rojas generadas por el impacto de los cuerpos
cayendo desde el segundo piso. Se denotaban desesperados manchones de sangre
hechos con manos contra las paredes y postes.
Resbalones
en el suelo. Dientes, algunos restos de ropa y zapatos. Sonaban algunos truenos
a lo lejos y éstos rebotaban en las paredes del edificio en forma de cubo sin
techo.
Al
atravesar el patio, donde vieron en el suelo a un policía sobre un charco de
sangre, con sus intestinos afuera, caminaron alejados de las puertas y
escaleras de forma intencional, pudieron sentir pequeños puntos fríos sobre sus
pieles, los cuales comenzaban a crecer y tomar forma de gotas de lluvia.
A Gonza y Belén les llamó la atención que Nicolás no fuese directo a los baños,
ni del primer ni segundo piso.
Se
dirigió directo hacia las escaleras que daban con el hall frontal del segundo
piso, la zona oscura de la escuela, donde se encontraba el acceso a la rectoría
y el laboratorio. Notó que los demás querían preguntarle exactamente a dónde
iba, pero obviamente, querían evitar hacer ruido. Los miró haciendo el gesto de
un arma.
Quería
ir a donde mataron a sus amigos y ver si encontraban el fusil de alguno de los
“médicos” que habían baleado a Gastón y Bruno.
Ingresaron
al laboratorio, donde no había rastro alguno de los hombres con traje de
protección, solo algunos cartuchos de bala en el suelo.
Belén
estuvo a punto de hablar, se asomó a agarrar del hombro a Nico, quien estaba
revisando los cajones en busca de cualquier cosa que pusiese usar como arma,
cuando escucharon el sonido de unas mandíbulas temblando y el agudo rechinar de
dientes.
Los
tres voltearon con cada uno de sus músculos tan tensos como podría ser posible.
EL ruido venía desde detrás de las mesas. Esperaron lo peor, imaginaron
exactamente lo que no querían ver.
Lentamente,
con el corazón en la garganta, se asomaron a mirar, estando seguros de que era
una mala idea. Era Bruno, quien estaba comiéndose su propio antebrazo
izquierdo. Del cual no quedaba casi nada, solo huesos con algunos restos de
carne adherida.
Belén y
Gonzalo tosieron y alejaron la mirada con el fin de evadir las inminentes
arcadas, mientras Nico intentaba no quebrar en un ataque de pánico tras ver
semejante horror. Sus manos temblaban y sus piernas habían sido inmovilizadas.
La
caníbal versión de Bruno notó la presencia de no infectados e intentó
levantarse. Le costaba mucho y lo hacía lenta y sufridamente debido a que los
músculos de su pecho y abdomen se encontraban en un estado deplorable gracias
al impacto de las incontables balas.
Por la
forma de su pecho, con muchas partes hundidas, era fácil notar que tenía muchas
costillas rotas.
El
grupo de sobrevivientes no le tuvo miedo, es más, dos de ellos sintieron hasta
lástima por él.
Bel
dijo– Tengo una idea. Nico, ¿tenés un cinto puesto?–
–Sí– le
contestó este. Y ella le dijo– Dámelo– y en un movimiento rápido se lo puso
alrededor de la boca del infectado y lo usó como correa. Los otros dos, la
miraron y dudaron de lo que podría ella estar planeando.
Sin
ningún miedo, lo llevó como si fuese un niño, desde la mano, y el no–muerto
gruñó como si de un berrinche se tratara. Hasta que uno se decidió a saciar su
pavorosa curiosidad y musitó – ¿Qué haces boluda? no es un perro.–
Ella lo
miró de mala forma. Contestó– No sé si se dieron cuenta de que no lo mordieron,
él murió baleado, pero está infectado. Capaz podamos aprender algo, o llevarlo
a un médico y que nos diga un poco.
Nicolás
respondió– ¿Un médico? ¿Crees que un médico te va a atender?– y ella se detuvo
y le dijo– Vos y yo conocemos al hijo de uno muy bueno…
En el
camino de regreso al vehículo escucharon un sonido muy peculiar, era un radio
transmisor haciendo sus característicos sonidos de interferencia.
Miraron
obedeciendo a sus oídos y vieron el cuerpo del policía desplomado en el suelo,
notaron algo que no habían visto antes, un agujero en su cráneo. De su cinturón
colgaban un par de esposas, un arma, y un Radio, del cual salió una voz que
dijo:
–
¿Hola? ¡Por favor contesten! ¿Alguien me escucha?
[…]
Mariano:
Recuerdo que la noche anterior fue de lo
más calma, un amigo de mis padres, un honesto Jefe de policía nos
visitó. Trajo un vino y los invitó a compartir unas copas. No pude
escuchar qué era lo que les decía, pero ellos me dijeron que al día siguiente
no fuese a clases. Les pregunté por qué y simplemente me dijeron que no era
necesario, y que hiciera mis maletas, viajaríamos la noche siguiente.
Mi nombre es Mariano Verón, y esta es la
historia del inicio del fin de mi humanidad.
A decir verdad estaba bastante contento de
no haber ido al colegio, me levanté más o menos a las 11 de la mañana.
Encendí el televisor y éste estaba en un
canal de noticias cuya emisora se encuentra en la capital del país. Se
hablaba del simulacro de prueba que se estaba realizando en la ciudad de
Corrientes.
Se simularía la búsqueda de unos
traficantes en una zona determinada con márgenes bien marcados.
Aproximadamente para el medio día entraron
mis padres con una gran cantidad de mercaderías y me preguntaron si ya había
hecho mis maletas.
Mi hermana empezó a interrogarme respecto
al repentino viaje, pero para su mala suerte yo desconocía tanto respecto a la
situación como ella. Pero poco me importaba…con tal de viajar.
En un momento salieron mis viejos, de
compras, mi hermana los acompañó porque dijo que quería ver la barricada que se
estaba armando en la mitad de la Avenida 3 de Abril para realizar el simulacro.
Y yo, como era común, me quedé mirando
boludeces en Youtube.
Más o menos media hora después de que
partieron sonó mi celular, lo contesté tranquilamente y el diálogo fue más o
menos así:
–¿Hola?
–¡Mariano! Marianosoy Maga (mi hermana)
–Hey, sí, ¿que pasa?
–¡Poné llave! ¡AAAH! ¡Cuidado!, ¡Cerrá
todas las puertas! ¡Son demasiados!
Se me congelaron las piernas
–¿Eh? ¿Por qué? ¿Qué pasa?
Y allí escuché un gran escándalo, choques
de autos, vidrios rompiéndose, seguido de gruñidos. Golpes, salpicones… y mi
propio corazón dando patadas a mi esternón.
Al mirar hacia mi laptop, noté que ya no
había señal de internet, intenté encender las luces y no, no había más energía.
Algo terrible estaba ocurriendo, y no tenía forma de averiguar de qué se
trataba. Me negaba a mí mismo siquiera mirar hacia afuera por la ventana. Temía
ligar un disparo o alertar a alguien de que me encontraba allí.
No tardé mucho en darme cuenta que, en
realidad, mientras antes encontrara con quien refugiarme, sea que fuere que
estaba ocurriendo, tendría más posibilidades de que no me mataran.
Fui a buscar las llaves para salir de casa
e irme con unos tíos que vivían por allí cerca. Pero mi familia se había
llevado todas las llaves, y me habían dejado encerrado.
La desesperación era terrible, no podía
dejar de temblar. Se me imposibilitaba pensar claramente.
¿Qué le había pasado a mi familia? ¿Era
parte del simulacro? ¿Era realmente un simulacro?
Todo aquello fue interrumpido por el fuerte
ruido de unos camiones verde oscuro que llegaron en fila. Por un megáfono
dijeron de forma sistemática
–Atención,
estamos haciendo una evacuación temporal, por favor ingresen a los acoplados y
los vamos a llevar a un lugar seguro– las personas se empezaron a
desesperar, yo hacía ruido desde mi ventana para avisarles que no podía salir.
Pero el barullo fuera y el mismo megáfono con el mensaje que se repetía,
impedía que me escuchasen.
Hasta que recordé que podía desarmar los
brazos mecánicos del portón del garaje para abrirlo sin necesidad del control
remoto.
Al salir al pasillo que conectaba la cocina
con el garaje y el patio escuché unos ruidos detrás de mí, pero los ignoré, la
prioridad era llegar a los camiones y salir de allí lo antes posible. Proseguí
a intentar abrir el portón.
Mientras estaba desarmando uno de los
brazos empecé a escuchar una respiración muy profunda, y una voz ronca detrás
de mí. Pero fue un gruñido feroz el que me voltear para cuando ya tenía encima
a mi vecino de al lado (un hombre anciano) escupiéndome litros de sangre. Al
parecer había estado masticando sus propios labios y lengua.
Pero ¿Cómo había llegado allí? Posiblemente
saltando el muro…escalándolo, no se me ocurría otra forma, y tampoco era el
mejor momento para ponerme a meditarlo.
Me lo quité de encima usando tanta fuerza
como fue necesaria, más de la que creí poder soportar sin sufrir de fuertes
dolores. Volví a entrar a la cocina y cerré la puerta. Al mirar de nuevo por la
ventana, vi que los camiones cerraron sus puertas traseras y partieron, dejando
a muchas personas atrás.
Abrí las canillas para lavarme la cara y no
salía nada de agua, no sabía cuánto tiempo iba a estar allí atrapado por lo
tanto no usé el agua que tenía embotellada para limpiarme la sangre de la cara,
solo una toalla.
Toda esa tarde tuve que pasarla escuchando
los gruñidos del anciano esquizofrénico intentando romper la puerta que nos
separaba. Fue al anochecer, a penas, cuando empecé a entender más o menos lo
que estaba ocurriendo.
No dudaba mucho en qué hacer, más bien me
cuestionaba si era moralmente correcto, no se trataba de una película de
horror, era real, con personas reales y consecuencias reales. Tomé el cuchillo
más grande que tenía a mano y envolví mis muñecas cada una con una toalla
pequeña, debía protegerme, evitar ser mordido, me puse una campera de cuero
encima de eso y una bufanda, para cuidar mi cuello.
Abrí repentinamente la puerta y cuando el
sangriento ser entró corriendo, fue directo hacia la punta de mi arma
blanca.
El cuchillo ingresó por su ojo y pude
sentirlo quebrando las orbitas de su cráneo y luego su macizo cerebro… solo
cayó desplomado, con el puñal firme contra la zona de impacto.
Permanecí de pie…con las piernas temblando,
un fuerte dolor de rodillas y la sangre tan fría como fluida.
Pero algo no andaba bien…escuché más
pasos…y al mirar por el pasillo, vi muchas…muchas siluetas en el patio de casa,
caminando con la misma deformidad.
Volví a cerrar la puerta, e hice silencio
para evitar atraerlos… no sirvió de nada. Empezaron a golpearla. Llegaron a
romper los vidrios que ésta tenía… cerré la puerta que conectaba la cocina con
el living. Empecé a buscar la llave de la misma con tal desesperación que no me
daba cuenta de que casi no quedaba luz residual dentro de mi hogar.
Arranqué cada cajón que había en la casa y
lo único que me iluminaba en la ya casi absoluta oscuridad era la pantalla de
mi teléfono celular.
No estaba por ninguno de los cajones. Pero
en un momento, agachado en el piso, al lado de una puerta, noté algo. Las
aberturas de la casa no estaban del todo aseguradas con las bisagras. Podía
simplemente levantarlas y sacarlas de lugar.
Quité primero la puerta de mi habitación
(la cual tiene siempre la llave puesta) y la llevé hasta el living… ahora venía
lo más difícil y arriesgado, abrir la de la cocina-living y cambiarla antes de
que rompiesen la que conectaba con el pasillo…que se encuentra atravesando la
diminuta habitación donde se encontraba el agua y los alimentos, a solo 3
metros.
La quité de un tirón hacia arriba y la
recosté furiosamente sobre las manos estiradas que pasaban por los huecos en la
casi destruida puerta del pasillo. Intenté colocar la otra puerta… al primer
intento, no enganché una de las bisagras… al segundo, otra vez, y podía escuchar
la madera rompiéndose, esos hijos de puta me iban a comer vivo.
Al tercer intento…lo logré. La cerré a toda
velocidad, y al azotarla, la llave cayó. Haber escuchado su ruido me habría
guiado para hallarla en la oscuridad. Pero fue opacado por el sonido de la
abertura del pasillo hacia la cocina, haciéndose pedazos en un instante. Tenía
a una horda de caníbales golpeteando y no tenía una llave, peor aún, al parecer
sabían utilizar el picaporte… iluminé el suelo con mi celular y logre divisarla.
Trabar esa puerta fue uno de los alivios
más grandes de mi vida… pero pasar la noche allí no sería nada seguro. Observé
la situación. Tenía una puerta delantera muy gruesa, no tenía llave para
abrirla ni herramientas para hacer un intento de trabajo de cerrajería,
éstas habían quedado en el garaje.
Miré en una de las esquinas del living… la
colección de mi viejo, una barra… y muchos licores caros.
Por el momento no tenía planeado
embriagarme, y la puerta era de madera. Fui a mi habitación y busqué por
todos lados un encendedor que me habían regalado y jamás usé. Es increíble que
luego de arrancar todos los cajones, y tirar las cosas por todos lados, lo haya
encontrado con tanta oscuridad.
Extendí el brazo por una de las ventanas
junto a la puerta (las cuales tienen rejas con espacios muy pequeños) y derramé
mucho licor en la parte de afuera. Encendí uno de mis calzoncillos en
llamas y lo lancé.
Mientras la puerta se consumía y la casa se
llenaba de humo, me encerré en la habitación de mis padres armando bombas
molotov con medias y ropa interior.
Las puse en una gran mochila y fui a buscar
una frazada para cubrirme, la humedecí con bebidas no inflamables, la puse por
encima de mi cabeza y corrí hacia la puerta, esperé a que se consumiese más por
el fuego. Ya era difícil respirar y ver, casi imposible. Tras fuertes golpes
que pagué con dolores de espalda y hombros la atravesé como si estuviese hecha
de telgopor.
Aun me quedaba atravesar la reja, la cual
tiene puntas por encima, pero por fuera de la casa era aún menos seguro, así
que colgué mi mochila allí y escalé hasta el techo del garaje, donde pasé la
noche. Dormir fue solo un resultado de mi tremendo alivio.
Al despertarme, con una leve llovizna
en la cara, chequeé el panorama. La calle estaba vacía, y mi mochila no estaba.
Quizás se cayó mientras me moví dormido.
Me bajé del techo de un salto y me acerqué
al pequeño lugar designado a unos policías en mi barrio, algo así como una casa
de 3x5 metros. Estaba vacío. Pude ver una consola de radio, estaba conectada. La
encendí e intenté contactar con alguna frecuencia al azar. Dije– ¿Hola? ¡Por
favor conteste! ¿Alguien me escucha?
Esperé unos segundos. Escuché – ¿hola? ¿Es
un policía? Por favor necesitamos ayuda– la voz de una mujer… me sonaba muy
familiar.
–No, no soy policía, pero por favor,
tranquilícese. ¿Puede decirme dónde está?
–La…la escuela normal, que está por–.. y ahí
fue cuando la reconocí
–¡Belén! Boluda, Belén, ¿sos vos? Te habla Mariano.
Y con un tono de gran sorpresa exclamó– ¡MARIANO!
no puede ser, escucháme, necesitamos que tu viejo…– y nuestra charla fue
interrumpida por el sonido de un fuerte disparo.
– ¡Nooooooo! ¡Nooo!– gritaba Belén.
–¡¡¡¿¿¿¿Qué pasó????!!! Bel ¿estás bien?–y
su respuesta, me dejó con la sangre helada:
– ¡NICO! ¡NICO!, ¡NICO SE DISPARÓ!-