4/8/12

Dead Outbreak:Crónica (cuarta parte)




Después de haber recibido la noticia de parte de mi amiga, diciéndome que un amigo mío se había suicidado junto a ellos, no entendía nada. Ella solo dijo que me vería en persona y me explicaría todo lo que había pasado, sus palabras fueron:

–Decime como llegar a tu casa, rápido, por el ruido van a venir más de estas cosas–

Les expliqué como llegar y me encerré en la garita policial, donde había solo una Cachiporra y un pequeño baño. Detrás de ésta una camioneta con el frente destruido. Inutilizable.

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Las ventanas de por sí siempre habían estado rotas. Eran tres en total, de las cuales dos estaban tapadas por unos cartones, la otra… me servía para espiar hacia afuera.

Podía oír a los monstruos golpeteando las rejas de mi casa e intentando salir.

Había más de ellos allí dentro que los 3 o 4 que estaban en la calle caminando en círculos.

Creo que no podían percibir mi olor gracias al enorme basural que se hallaba a media cuadra de donde me encontraba.

Parte de la flora y fauna cotidiana-cultural de la ciudad.

Pasada más o menos media hora los divisé desde lejos, un colectivo, con todos los sonidos posibles, llamando la atención de los caníbales.

Se detuvo y salió un muchacho diciendo:
– ¡Hey! ¡Acá estamos, subite!– abrí de golpe la puerta de mi pequeño refugio y salí corriendo hacia el vehículo.

Al entrar vi a Belén sentada, con una desesperación increíble en su rostro, aquel muchacho extraño conduciendo y más atrás, en el último poste del colectivo, donde se presiona el timbre para detener el bus, vi que tenían a uno de estos bichos, esposado de su muñeca derecha, con los ojos blancos casi en su totalidad.

Le grité al chico para que acelerara, pero Belén me detuvo– ¿Y tu familia? Tu viejo nos puede ayudar con…–

La interrumpí– Callate– mire al muchacho otra vez y dije– ¡Acelerá! ¡Acá no hay nada!– y éste obedeció.

Me acerqué a Belén, quien estaba temblando y con la mitad derecha de su rostro salpicada en sangre.

No me decía nada, me miraba y apretaba los labios, como si estuviese intentando no colapsar.

Pregunté– ¿Eso es de… de Nico? Esa sangre–

Ella cerró los ojos, mientras lagrimeaba. Mmovió la cabeza en señal de confirmación. Su nariz hacía ruidos, intentaba frenar la flema de su llanto.

Quien manejaba, me dijo– ¡Mariano! mucho gusto, me llamo Gonzalo.

Me acerqué, le pasé la mano y vi que su pantalón también estaba salpicado de sangre del lado izquierdo. Después me voltee a ver al maloliente pasajero que iba esposado, haciendo sus horribles ruidos.

Con toda la bronca del mundo, y desconcertado, fui hasta allá atrás con las intenciones de moler a golpes al horrible ser, que solo levantaba la nariz y gruñía.
Mientras me acercaba a él, con una caminata rápida grité– ¡Y vos ¿quien sos eh?! ¿Tuviste algo que ver?– y a punto de golpearlo  con mi recientemente adquirida cachiporra, lo reconocí… reconocí su rostro.

Era mi amigo Bruno, de la escuela. Solté el arma y empecé a temblar, y ver qué le había pasado.

Su camisa, en la parte del pecho, estaba llena de agujeros, al parecer de balas, por el tacto era obvio darse cuenta de que muchas de sus costillas estaban hechas pedazos y la mayor parte carnosa de su antebrazo izquierdo no estaba. Podía ver sus huesos.

La cornea de sus ojos estaba destruida y llena de polvo y tierra.  Mientras que me daba cuenta de todo esto gritaba:

– ¡¿Qué pasó?! ¡¿Cómo?! ¡¡¡¿Cómo pasó esto?!!!–

Belén se levantó de su asiento, me agarro del brazo y me dijo– ¡Lo mataron a tiros!-

–¿Q-Quién? ¡¿Por qué?!- pregunté.

–Médicos…unos tipos con un traje que parecía anti-radiación o anti… qué se yo.

Me quedé mirándola, con sorpresa, y volví a mirar a quien alguna vez fue Bruno. 

–¿Y Nico? ¿Qué le paso a Nico? O sea, ¿cómo fue? ¿Intentaba cargar el arma o algo?– 

Bel, mientras intentaba inútilmente remover la sangre ya seca de su cara dijo:

– La radio, empezamos a escuchar que hacía ruido y nos acercamos al poli que estaba en el suelo. Mientras yo hablaba, Gonzalo se paró atrás mío, Nico estaba a mi izquierda, revisando el cuerpo, y saco el arma y, no sé, no sé qué le pasó, se pegó un tiro, puso el arma en la boca y…–

Vi que le costaba respirar, empezó a toser, se tambaleaba y terminó vomitando.

–Y... ¿así nada más? ¿Se mató enfrente de ustedes?- pregunté insensible, más preocupado por el fallecido que por ella.

–No– dijo Gonzalo– Llegué tomarlo del codo antes de que disparara... la bala salió por debajo d su oreja. Ha de haber muerto por pérdida de sangre.

–¿"Ha de haber"? ¿Acaso lo dejaron ahí tirado para que muera agonizando? Pudieron usar esa arma para rematarlo.

Belén me detuvo.

– No sé por lo que habrás estado pasando en las últimas horas Mariano, pero rematar a una persona no es exactamente lo primero en lo que uno piensa cuando sabe que el sonido de un disparo, al menos desde ayer, es una sentencia de muerte para quienes estén cerca.

Por unos instantes solo se oyeron dos sonidos, el del motor del vehículo y la respiración de Bruno.

–¿Para donde se supone que vaya?- preguntó Gonzalo, rompiendo la tensión.

La noche anterior me había enseñado algo, esos camiones, todas esas personas... iban al puente, iban del otro lado del río.

–Nos vamos a ir para resistencia...–dije.–Anoche vi a militares evacuando la ciudad y...-

Seguí preguntándoles– ¿Por qué tenemos a un cadáver encadenado con nosotros?– y mientras mi amiga tosía por la picazón de garganta tras su vómito, el conductor me dijo:
–Ella dice que tu viejo es doctor, podría, no sé, decirnos algo de estos bichos.

–No sé nada de ellos hace horas, dudo que siquiera estén vivos o... mierda, espero que no les haya pasado nada.-

Suspiré y traté de no preocuparme demasiado, en aquel momento, era inútil. Empecé a mirar de cerca al infectado.

Dije en voz alta– Miren esto – mientras el horrendo bicho intentaba arrancarse la mitad derecha de su labio inferior con sus propios dientes.

–Sí, él solo se comió su propio brazo– me dijo Bel.

Seguí observando y pude ver mejor lo destruidos que estaban sus ojos, y totalmente secos

–Este bicho está ciego– dije– Miren cómo usa su nariz para seguirnos–

Mi amiga cuestionó– ¿Por eso será que caminan así?–

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Al parecer los infectados empezaban a perder control de sus músculos de a poco, y primero eran afectados los de los parpados. Al no parpadear se secaban sus ojos y empezaban a tener lesiones en las corneas.
Nuestro Chofer, muy interesado en la conversación, volteo a mirarnos mientras conducía entre vehículos abandonados en la avenida principal de la ciudad. 

El colectivo chocó con tal potencia que todos salimos despedidos hacia adelante, con excepción de él, que llevaba puesto el cinturón de seguridad.

Fue el primero en protestar– ¡MIERDA!– e intentó arrancar de nuevo.

Belen y no nos habíamos lastimado gravemente. Desde el suelo, pude ver a Bruno, protestando mientras difícilmente se levantaba y gritaba, unos alaridos repugnantes, acompañados de diminutas gotas de sangre.

Bel le decía– ¡¡¡Shhhh, callate!!!– y Gonzalo seguía intentando hacer arrancar al vehículo. 

Yo, desconcertado por el golpe, me levanté y cuando logré aclarar mi visión, divisé por la ventana, a cientos de horribles e incompletas criaturas viniendo, desde el otro lado de la avenida hacia nosotros, atraídos por los alaridos de nuestro moribundo acompañante.

Sugerí espantado, invadido por la adrenalina–Vamos... vamonos... ¡CORRAN!– cuando reaccionaron, empezaron a desesperarse. 

Gonzalo intentaba abrir las puertas del Colectivo entre quejas– No sirve esto la puta madre, ¡¡¡no se abre!!!–

Y Bel intentaba des-espozar a Bruno

–¡deja eso!– le grité– No nos sirve para nada– y con la cachiporra rompí los vidrios del colectivo– ¡Gonzalo!, ya fue, vamos– y comenzamos a correr.

Miles de autos chocados, por todos lados, mas y mas bestias comenzaban a salir de todos los rincones. Algunos, los que al parecer aun no estaban ciegos, corrían, con una bestialidad terrible.

Uno de ellos logró agarrarme, me estiró de la remera y me lanzo al suelo. Se puso encima mío e intentaba morderme el rostro, yo lo frenaba con las manos en el cuello y apretando su tráquea, pero el monstruo no sentía dolor, le faltaban partes de la cara y se mordía los labios de abajo con una velocidad terrorífica, haciendo que me cayera sangre encima.

Cuando el ser se puso más astuto e intentó morder mis muñecas...


 ¡BAM! 


Una bala le atravesó el cráneo. Me lo quité de encima, y Gonzalo, con un arma 9 mm en una mano y la otra extendida para ayudar a levantarme me dijo:

– Qué suerte que tenés hijo de puta.

Continuamos nuestro maratón, con una mezcla entre sonrisas y cara de horror, hasta que Bel alcanzó a ver una ambulancia con sus puertas y la parte de atrás abierta.

Me subí adelante junto con quien me salvo la vida, mientras él conducía y Bel se metió en la cabina de atrás.

Nos alejamos de la multitud con rapidez, y como Gonzalo había dicho...suerte. Mucha suerte.

Vi que nuestra amiga empezó a llorar, mientras nos acercábamos cada vez más al puente. 

Gonzalo notó que la estaba viendo y me dijo– ¿No sabes nada de tus viejos?– a lo que le contesté con un “no” muy tímido y poco sólido, seguido de:

– Espero que se hayan avivado e ido para el puente– 
Yo sabía que él tenía algo triste de qué hablarme, había perdido a alguien sino a todos en estas últimas horas, pero no se animaba…y decidí no presionarlo.

Todo quedó en silencio, por un par de minutos, excepto porque podía oír a nuestra amiga en la cabina de atrás llorar inconsolablemente.

Había olvidado algo, no mencionó nada de sus padres, de sus hermanos… ¿habíamos quedado todos huérfanos a los 18 años?

Al llegar más cerca del puente, esquivando autos chocados vimos algo muy poco alentador. No se alcanzaba a ver la calle, estaba totalmente lleno de autos, por lo que habría que cruzar caminando.

Nos bajamos tranquilamente. Estaba todo muy despejado excepto por la leve llovizna. Se oían gritos de desesperación saliendo de la cárcel,  junto al puente, al parecer los reclusos fueron dejados a su suerte en las jaulas.

Abrimos la parte de atrás de la ambulancia, de donde bajó mi amiga con una gran impotencia y la abracé, mientras derramaba lágrimas en mi hombro.

Gonzalo sacó el arma de su bolsillo y empezamos a escuchar unos mordisqueos.

Volteé y vi a un hombre agachado, de espalda a nosotros comiéndose las vísceras de una mujer con el vientre hacia arriba.

Furioso, le pedí el arma a nuestro amigo y dije:

– Dejá, éste es mío– y mientras me acercaba, apuntando hacia la cabeza del caníbal dije– Necesito ésto…– y el sonido de mi voz hizo que se diera vuelta, levantando su nariz, como si reconociese mi hedor. Sus ojos estaban blancos, había sido infectado hace horas, la expresión de su rostro era muy triste, y tenía varias mordidas en el brazo izquierdo. Le faltaba parte de la mano… Lo reconocí.

Caminé hacia atrás, temblando, sin respirar, con las piernas heladas… sí, era mi papá, a quien tenía que disparar para seguir.






Todo termina acá