10/3/14

Dead Outbreak: Ana (Parte 3)

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-Sé que estas ahí. Por favor, ayudame.- susurraba la sufrida voz desde el otro lado de la pesada puerta.

Ana permaneció en silencio, sentada en su lugar. Se decía a sí misma que se trataba nada más de otra de las tantas personas que pedían auxilio y luego salían corriendo. En este caso era la voz de una mujer, estaba lastimada, o quizás fingía estarlo.

-Me van a… ¡me van a comer viva! Dios mío, el fuego se está apagando, y está anocheciendo. Van a devorarme. Por favor. Por favor no…-

-¡Corré estúpida! ¿Qué haces ahí quieta en mi puerta?- gimió Ana entre llantos, temblando y buscando la forma más directa de que no quería tener nada que ver, solo quería alejarse de la situación, probablemente seguir drogándose.

La mujer desde afuera hacía unos quejidos de dolor, muy intensos- me arrastré hasta acá- dijo en una pausa, mientras respiraba agitada- tengo… ¡AHH! tengo la pierna rota… y probablemente algunas costillas. Me duele respirar. Necesito que me ayudes, llamá a una ambulancia-

-¡No te creo!- gritó la joven desde el interior de la casa- ¿entonces como estás viva? Hace más de una hora que no escucho un grito. Usted sabe bien que no va a venir ninguna ambulancia.-

- Me atropellaron- dijo la mujer desde afuera, ya susurrando- no sé hace cuanto fue, no puedo decirte mucho, estuve inconsciente…y al ver mis piernas, tuve un… ohh Dios mio, que dolor… tuve un shock. Pero no me ven… esas cosas no me ven. Mi hija…mi pequeña…-

Ana recordó a la niña y a su madre, recordó cómo se apegó a ambas con su vista, como se sintió identificada.

-Mi hijita…Dios mío, mi enanita…- dijo la mujer en voz baja, se la oía retener los mocos, lo mas silenciosamente posible.- por favor, abrime la puerta, el fuego está por apagarse…-

-¿qué es eso de que no te ven? ¿…el fuego…? Esto es muy confuso, no puedo-Decía Ana desde dentro, desesperada- No puedo confiar en usted, arrástrese hacia otra puerta.

-Muchacha… ¿estuviste bebiendo?- preguntó la mujer, reteniendo el llanto- puedo notarlo, por tu voz, la forma en la que estás hablando. Dejame entrar, soy enfermera, podría…podría ver que tenes en el botiquín y…-

-¡Me está evadiendo! Conteste mis preguntas- gritó Ana, furiosa y asustada-¡probablemente usted está armada con un cuchillo, esperando que abra la puerta, usted quiere matarme y sacarme mi comida y refugio!.-

-Hay un auto encendido fuego- exclamó la mujer ya furiosa- el calor parece atraerlos, ya que hay mucho humo como para que olfateen. Si el fuego se apaga podrán saber donde estoy, y si el humo se disipa…- hizo otro quejido de dolor- Abrime… abrirme la puerta por favor.- evitaba llorar, retenía el llanto, probablemente también retenía un gran grito de furia y desesperación.

Ana pensó en salir, tomar a la mujer y hacerla entrar en cortos movimientos, pero no podía fiarse de ella. El accidente en su antigua ciudad la había dejado paranoica, tras trasladarla a Resistencia, entre los disturbios habían intentado violarla, no tenía por qué confiar en desconocido alguno, no importaba que fuese una mujer, pero a la vez…

Lo que decía tenía mucho sentido, el humo estaba evitando que la detectaran con el olfato, sus parpados (paralizados por la patología)  estaban probablemente cubiertos de cenizas y otras partículas, lo único por lo que se podían guiar era por el calor corporal de sus presas y por los sonidos. Había autos y cuerpos incendiados, dentro de estos quizás algunos cadáveres incinerados y con sus fluidos internos al punto de ebullición. Las bestias se verían atraídas obviamente por estas temperaturas. ¿Eran acaso más perfectos que los no infectados?

-Voy a dejarte entrar- dijo Ana y giró el picaporte, el cual hizo un fuerte sonido metálico, con el cual la puerta se movió medio centímetro. Pero nada más que eso, lo cual se sintió para ambas como si hubiesen cortado el hilo de su vida… con un machete oxidado. Fue como si la esperanza de solucionar un problema de forma veloz, el regalo perfecto para una situación así… de repente se hubiese tornado en un carbón con forma de rosquilla.

Algunos de los infectados caminando allí afuera voltearon las orejas hacia la pesada puerta. Ese “click” había resonado como un disparo en una cueva.

-Está bajo llave- susurró Ana, hablando consigo misma y un relámpago anunció que se avecinaba una lluvia igual de abundante que la de la noche anterior.

-Muchacha- dijo la mujer desde afuera- están caminando hacia acá, algunos están caminando hacia acá.- volvió a quejarse, y Ana pudo oír a la mujer arrastrar su pierna rota, lo cual le causó un intenso escalofrío.
-Ya voy… ya voy- dijo la joven mientras se alejaba de la puerta y rozaba las palmas contra todo mueble cuya superficie sea plana, en busca de las llaves.

“¿Dónde están? ¿Donde están?” se preguntaba y la luz de otro relámpago se adentraba en la casa como delgadas líneas entre las persianas. Incluso concentrada, buscando las llaves se planteaba si los relámpagos eran de ayuda, como para hacer que los monstruos miraran hacia arriba o si en realidad los ayudaba a ver en la oscuridad.

Tropezó con algo y golpeó fuertemente el codo contra el suelo. Evitó soltar un grito, eso podría significar la muerte de la mujer allí afuera, cuya respiración se oía agitada, temblorosa.

Otro relámpago hizo presencia, el sonido de las fogatas era ahora más ausente y se podían oír los pasos arrastrados de los enfermos asomarse hacia la casa.

Ana había tropezado con el cadáver de Esteban, se había olvidado de que estaba allí. Sintió un enorme asco al darse cuenta de ello y movió sus extremidades desesperadamente al tempo de su exageradamente veloz respiración.
Usó ambas piernas para empujarlo y al hacerlo… un sonido particular le avisó que había estado perdiendo el tiempo.

Buscó en el bolsillo del pantalón de su amigo. Allí estaban, las llaves de la puerta del frente. Metió la mano derecha en el bolsillo de los Jeans de su ya fallecido anfitrión, eran las llaves, realmente las había encontrado en esa oscuridad, le resultaba algo increíble.
Las haló con fuerza, se habían enganchado con la misma estructura interna del bolsillo, al parecer con la costura de éste. Al notar que cada vez eran más los pasos que se aproximaban a la puerta se los imaginó. Imaginó a todas esas bestias, probablemente ya sin labios ni mejillas (ya que se devoraban a sí mismos) asomándose iluminados por el azul de los relámpagos.
Pegó un fuerte tirón y logró sustraerla, pero yacía envuelta con restos de tela plegados, no funcionaría así, no cabria en la cerradura, tendría que arrancar los pedazos de tela para poder abrir la puerta.

Un grito desde afuera avisó a la joven que ya era tarde. Si se ponía a desnudar la llave, abría la puerta con ésta e intentaba hacer entrar a la mujer, no solo que la mujer ya estaría siendo masticada por los caníbales, sino que también Ana se estaría condenando a sí misma.

Abrió la ventana y vio a dos de esas criaturas a un par de metros de la mujer con las piernas destrozadas.

Tomó dos botellas de licor y las lanzó en dirección opuesta. Las bestias voltearon en reacción al sonido.

Ana tomó el encendedor del otro bolsillo del pantalón de Esteban, dio chispa al pedazo de tela que envolvía la parte útil de la llave y la lanzó a donde se encontraban los líquidos inflamables.

La mujer frente a la puerta se quedó atónita por unos segundos. Observando a las criaturas alejarse, realmente había creído que esos iban a ser sus últimos momentos. Estaba convencida de que moriría siendo devorada por ellos.

Su shock fue interrumpido por el sonido de una patineta golpeando el suelo.

Ana, sujetando otra botella de licor, saltó hacia afuera por la ventana y se quitó la remera.

-¿qué haces?- preguntó la mujer.

-Eso se va a evaporar- respondió la muchacha y ató su prenda a la boca del envase.Lo lanzó con perfecta puntería a donde ya había iniciado el fuego.

-La remera va a mantenerse encendida por un poco más- dijo acelerada, no muy segura de lo que estaba haciendo.

- ¿Qué… qué hacemos?- preguntó ahora la malherida.
Otro relámpago sonó, y Ana, expectante y heroicamente dijo.
-Nos vamos a la mierda-

Sujetó la patineta y extendió la mano a la pobre minusválida, viendo, con ayuda de la luz de las llamas, como las primeras gotas de lluvia golpeaban su frente. Lo cual la hizo entender que la verdadera carrera estaba a punto de iniciar.

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