Ana
consiguió un auto con el tanque lleno. Fue pan comido. El supuesto dueño, un
hombre que aparentaba haber pasado una buena cantidad de años en la cárcel, lo
estacionó y con un enorme tubo de metal se puso a golpear un cajero automático.
Ella notó que la llave estaba puesta y se lo llevó.
Pensó
en dirigirse hacia el sur. Las personas con más dinero vivían allí, por lo
tanto, se imaginaba una población más segura. Quizas libre de infección.
En
su trayecto por la ruta vio a un grupo de infectados a punto de alcanzar a un
hombre que se arrastraba en el suelo, parecía tener una de sus piernas
totalmente inutilizada.
No
por cargo de conciencia sino por pura curiosidad se asomó, estrelló a los
monstruos y se acercó al hombre que estaba en el suelo.
Éste
agradecido decía- Oh Dios te bendiga, por favor, por favor lléveme, lléveme en
el auto, voy a hacer lo que sea.-
El
hombre se puso boca arriba. Tenía los labios secos y las manos raspadas, parecía
haber estado arrastrándose por horas.
Ana
notó que éste tenía una herida en la rodilla.
-¿Y
Usted?- preguntó- ¿Cual es su historia?
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