Buenas
tardes.
Hace no
mucho leí el libreto de un show llamado “Dejando ir a Dios” de la comediante
Julia Sweeney. No me resultó para nada cómico, en realidad, me conmovió
muchísimo y como muchas personas me sentí muy identificado. Tanto así que desenterré
memorias de cuando por primera vez, como dice ella, me puse los lentes de
“Dios-no-existe” y miré asustado a mi alrededor.
El texto no
va destinado a discutir la veracidad de las “Sagradas Escrituras” o la
existencia de Yaweh o alguna otra deidad, solo planeo explayarme, dejar salir
las palabras a través de mis dedos y compartir, con quien sea que acuda al
blog, a qué se debe mi corrosiva y áspera hostilidad al dogma cristiano.
De cualquier
forma no conozco a nadie que lo siga realmente, ya que todos inventaron sus
variaciones (quienes también creen en embrujos, hechicerías, payés, en
resultados del satanismo, adoran estatuas y llevan estampitas en sus
billeteras o atribuyen poderes a personas u objetos, siempre ignorando que su dogma los condena por ello)
Un hecho
trágico había tomado lugar en mi vida cuando tenía solo 11 años de edad. Un
conocido había fallecido. Fue la primera vez que, en mi corta vida, había
tenido que enfrentarme a la noticia de alguien falleciendo.
No se
trataba siquiera de un ser querido para mí, era del pariente de un amigo con el
cual habíamos estado pasando mucho tiempo juntos y, claro, como fuimos criados
en familias y escuelas católicas, habíamos tenido fe y rezado horas (sin exagerar)
seguros de que aquella persona sería salvada por nuestro esfuerzo, amor y
plegarias, porque eso se nos había enseñado como si fuese un “dos más dos es
igual a cuatro”.
Ver al
cuerpo desfallecido y a mi amigo, de la misma edad que yo, sumido en una tristeza
indescriptible, y más que seguramente, inimaginable, me hizo quedar parado,
duro, perplejo (cuando ni conocía aquella palabra) esperando que mi amor y fe
por Dios hiciera efectos.
“Se va a
levantar” pensaba. Ni siquiera estaba triste, “atento” es la palabra que mejor
describe aquel estado. “Se va a levantar” decía en mi cabeza, mientras todos a
mi alrededor sufrían la pérdida. Y pasados ya los 20 segundos más largos de mi
vida le ordeno furioso, en silencio, al cuerpo despojado de vida “¡LEVANTATE!” pero
éste lógicamente no me obedecía. Y de nuevo pensé “Levantate…” esta vez
agregando al final un “…por favor”
“Por favor,
levántate. Él está sufriendo, todos están sufriendo. No podés morirte.”
Aun no
llegaba a ponerme triste. Aún estaba seguro de que mi fe tendría efectos.
Recuerdo que alguien muy cercano a mí, que se encontraba allí cerca, una
persona adulta me dijo- A veces es necesario llorar, no tengas vergüenza, éste
es el momento- y yo negué con la cabeza. Mi respuesta fue “no hace falta”
porque estaba seguro de que ya pasado quizás un minuto (el más largo de mi
vida) el hombre movería su mano y sujetaría al inconsolable muchacho, porque
tuvimos fe y eso me habían enseñado en casa, en la iglesia y en la escuela. Ese
era el método de solución de los problemas cuando estaban más allá de nuestro
poder y según me habían dicho “funcionaba”. Jamás siquiera había oído de la
posibilidad de que no fuere así.
Está de más
aclarar que el hombre no se movió. Que la angustia en los demás creció y que
por el resto de la semana el silencio reinó en todo el círculo de conocidos.
Recuerdo,
poco rato después, en mi casa. Estaba en la ducha, pensante y aun atento. Más
que nada a si sonaba el teléfono. Esperaba que alguien llamara diciendo “está
vivo”.
La realidad
me golpeó antes de salir del agua.
“Dios es
bueno… ¿por qué habría de pasar esto?” pensé inocentemente. “Debería haber
funcionado” me repetía. “¿Me mintieron?” me pregunté y la peor sensación, el
asco propio y la angustia me invadió al pensar “Dios no existe”. No por una
supuesta “ausencia de bondad” sino porque todo lo que me habían dicho respecto
a cómo interactuar con él había fallado.
No podía ni
convivir conmigo mismo. Me repugnaba, había cometido el pecado más sucio y
deseaba arrancarme de mi propio cuerpo. “Cómo vas a pensar eso” pensé “te va a
castigar, te tiene que castigar”. Otra duda fue expresada por esa voz interna.
“¿Y si la muerte de ese hombre fue un castigo a otras personas?” (aclaro de
nuevo, por las dudas, que se trata de la mente de un chico de 11 años. No
intento demostrar nada, solo escribo recuerdos) “pero no, mi fe es más fuerte
que esos pecados”
“no sabrías
como vivir sin Dios” me repetí incesante “cómo podrías atravesar un día sin
sentir que te cuida” pensé luego “si él no te cuida ¿Quién entonces?”
“estas solo”
Y la
desolación y desamparo me invadió como un escaofrío.
“cuando no
hay nadie al lado tuyo ¿estas completamente solo?”
Y acá mismo
es donde me gustaría resaltar una de las razones por las que me repugna el
dogma cristiano. La tortura psicológica a la que un niño, criado en él, es
sometido, es devastadora. Las ideas sobre un infierno literal en el cual por
pensar diferente a nuestras “autoridades divinas” (Dios, Jesus, el Papa, la
Madre teresa, Don Bosco o cualquier santo
>porque cada uno parece opinar distinto<) no es imaginario. El
miedo que uno se auto-inflige es muy real.
(Espacio de mitad de texto para que vayas a buscar un vaso de coca)
La terrible
idea de que todo el tiempo estamos siendo observados y nuestra mente está
siendo leída y de que luego pagaremos, tarde o temprano, por solo nuestras
“opiniones” con un sufrimiento, es algo que puede quitarle el sueño a un niño.
Y como a muchos, efectivamente, eso hizo conmigo por un prolongado tiempo que
recuerdo con dolor.
La duda
había sido implantada en mi cabeza y no era eso lo que me asustaba, sino la
posibilidad de que fuese falsa y que yo luego fuese a pagar por mi ruin
desconfianza.
Mis sueños
en aquel periodo no solo tenían como protagonista (a veces) al fallecido
resucitando y luego al despertar me daba cuenta “no fue real…así que estas vivo,
ese buen hombre muerto y probablemente vayas a pudrirte en desgracias por ser
un malagradecido”. Era muy frecuente para mí soñar con situaciones muy
angustiantes, cosas malas que me ocurrían como pagas a mi, a penas, “probable”
ateísmo.
También
solía, durante aquellas durísimas noches, visualizar a mis parientes
sospechando o, eventualmente, enterándose respecto a mi duda en cuanto a la
existencia de Dios y tratándome con rechazo, repugnancia, desconfianza y una
tremenda indiferencia(cosa que en algún punto de mi vida pasó)
Como contaba
con internet me puse a leer al respecto. Busqué opiniones de personas que
argumentaban la existencia de Yaweh e intentaba digerirlas, así como también me
adentré en la propia Biblia. Procuraba auto-convencerme, quitarme aquella
horrenda duda que atentaba arruinar mi vida y llenarla de desgracias brindadas
como castigo, porque claro, yo creía “es una prueba… me advirtieron sobre esto
y puedo pasarla…VOY a pasarla”. Pero florecieron en mi mente otros pensamientos
“si es bueno… ¿por qué habría de castigarme?” y “si lo sabe todo… será
comprensivo y entenderá por qué dudo de él” los cuales hicieron que mejorase la
situación dentro de mi cabeza, cual fundamentalista.
Y llegó
después otro conflicto que hizo que me sintiese peor aún… la Biblia no tenía
sentido y las opiniones que estaban a favor de la existencia del dios en el que
intentaba seguir creyendo eran tan contradictorias como las mismas “Sagradas
Escrituras” en las que se basaban. Muy vergonzoso.
De repente
lo que era bueno, era malo. Lo que era “muerte” en un rincón, era “salvación
eterna” en otro y lo que era “salvación eterna” en el primero mencionado era
“pecado capital” en una tercera esquina.
Justo cuando
creí estar zafando de la cintareada de mi “Santo Padre” de repente dudaba más
que al principio. Tanto así que quería mirar para arriba y de hombros
levantados y una sonrisa pícara decir “Perdón…”
Seguí
investigando, a la par de que iba leyendo la Biblia y me fui encontrando con
distintos nombres en la biblioteca de mi segunda escuela, la cual también era
católica. El primero, quizás el que me dio más coraje fue Martin Lutero, y de
repente yo era luterano. Luego me encontré con que existían otras religiones
igual de justificadas que aquella a la que inicialmente pertenecí, así que fui
intentando descubrir a cual quería pertenecer, aun mientras leía la Biblia y
“dios” ya se escribía en mi mente con minúsculas.
Los nombres
de filósofos y pensadores, que por su exagerado número no vale la pena mencionar,
tuvieron también su lugar en mi dudosa mente, pero apareció una chispa.
Leonardo da Vinci, después Miguel Angel, cuya biografía y arte aun me llenan de
lágrimas de solo recordar cuando fueron descubiertas por mi joven cabeza de
nene pelotudo. Apareció Galileo, luego lo siguió Newton, luego Einstein, Hawkings
y un hombre al que nunca voy a poder agradecer por tranquilizarme y hacerme
pensar “puedo vivir sin Dios”, un tipo llamado Darwin. A quien amo como a un
padre intelectual.
Pude
expresar mis pensamientos con las personas que me rodeaban, porque por primera
vez en mi vida contaba con el vocabulario necesario y mis pesadillas se
hicieron realidad. Personas a las que quería descubrieron algo de mí y yo algo
de ellas. No me querían a mí tanto como aseguraban, querían en realidad al
cristiano que había en mí.
Si el lector
es cristiano, se crió como tal y en una familia que comparte ese dogma hace
generaciones, me gustaría que se pregunte “estas personas con las que convivo y
comparto creencias ¿realmente me quieren? ¿Alguna vez voy a saber si aman lo
que soy detrás de la etiqueta?” porque por lo que aprendí tras la dolorosísima
experiencia de dejar ir a Dios, la religión siempre fue, entre muchas cosas,
buenas y malas, una etiqueta. Una etiqueta para decir “estas personas tienen
algo en común conmigo y estas otras no”.
“Estas
personas están en lo correcto, estas otras no” “Estos son buenos, estos no”
“Estos son
normales, estos otros terroristas”
“Estos son
generosos, estos otros tacaños”
Existe el
patético fundamento de que eso quedó en el pasado, de que ahora para la mayoría
de creyentes ya no importa la diferencia ideológica. Pero, en mi país, por
ejemplo, la mayoría crecemos rodeados de cristianos, nos casamos con
cristianos, criamos cristianos. Se trata con indiferencia al no cristiano
porque se lo hace consiente de que forma parte de una minoría, ya que las
figuras religiosas abundan en lugares donde no deberían (aunque según so propio
dogma, dichas figuras físicas no deberían existir) y eso es una enorme barrera
para la evolución de una sociedad.
Como aprendí
gracias a Charles Darwin, uno de los elementos más importantes para la
evolución es la variedad (Variación-Selección-Mutación-Herencia), porque
aumenta las posibilidades de un progreso. Y si la mayoría de las relaciones se
dan entre personas con una mente que se expande a solo un pequeño campo de
ideas y posibilidades (si dejamos de lado las lógicamente imposibles) la
sociedad va a evolucionar de forma más lentamente.
No por nada
los países más atrasados en cuanto a ideologías son los menos heterogéneos en
cuanto a religión. Por leyes totalitarias que especifican “no mataras” cuando
parquísima gente (incluido quizás vos, que estas leyendo) sabe dar una
definición específicamente fisiológica de “vida” o “sufrimiento” que se podría
defender frente a un jurado.
Todos los
que sigan dichas leyes totalitarias parecen negarse al aborto, pero aceptaron
sin problema que se realice la fecundación in vitro, en la cual la mayoría de
los embriones, exactamente iguales a los naturales, mueren.
Eso fue
todo, espero haberte entretenido y no me importa en qué creas o no creas, me
entretuve muchísimo recordando y escribiendo y te quiero dar las gracias por
leer.
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